Tuesday, May 25, 2021

Triste correlato de una decadencia idiomática

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 Triste correlato de una decadencia idiomática 

 Cuando la grandeza del idioma se pierde, se ingresa en un terreno de pobreza intelectual colectiva en la que se expande la más pobre de las uniformidades 

 25 de Mayo de 2021
El lenguaje es una capacidad propia de los seres humanos; un conjunto de símbolos que nos permite expresarnos y comunicarnos. Más de 500 millones de personas compartimos el español como idioma, rica expresión viva y cambiante de una unidad en la diversidad de orígenes, costumbres y culturas. La digitalización y la globalización nos han conducido a una mayor internacionalización del idioma, con extranjerismos que se han incorporado a nuestra comunicación cotidiana. 

En el territorio de la inmediatez vertiginosa que transitamos, el lenguaje escrito se ha visto también recortado, inundado de abreviaturas que supuestamente permiten mantener el ritmo de los tiempos a costa de también acotar severamente la riqueza y la grandeza de las palabras, reduciendo el vocabulario de manera drástica, cuando no penosa. Sin duda, son los más jóvenes quienes encarnan estas nuevas tendencias y somos los mayores quienes podemos horrorizarnos ante su ortografía tanto como ante su pobreza de vocabulario, limitada apenas a un promedio de mil o mil quinientas palabras en muchos casos. Cuando el terreno de la imagen gana espacios y marca otros ritmos, el hábito de la lectura también retrocede. 

Todo parece contribuir a una simplificación de la expresión que desactiva matices y colores, y que conduce a una uniformidad capaz de suprimir el enorme y riquísimo bagaje que solo brindan las diferencias. Pretende también reducirse, incluso, a unos cuantos emojis para expresar las emociones más complejas. El proceso de empobrecimiento del lenguaje no es inocuo en tanto es expresión de las ideas y los pensamientos de la humanidad. Un estudio realizado hace ya unos años por economistas noruegos señalaba que, así como los tests de inteligencia fueron alcanzando mejores resultados a lo largo del siglo XX, en lo que se denominó el efecto Flynn –por James Flynn, investigador neozelandés–, los últimos resultados revelaban que el cociente intelectual de los jóvenes en los países desarrollados había comenzado a estancarse e incluso a disminuir, atribuyendo este efecto Flynn negativo a causas ambientales. 

 Ser capaces de leer, de ampliar nuestra mirada y nuestros pensamientos, de abrirnos a razonamientos más complejos es liberador, aunque sin duda pueda resultar molesto y desestabilizante para el dictador de turno Muchos consideraron insensatas y simplistas aquellas conclusiones, nacidas de pruebas de aritmética y vocabulario que no medían capacidad de razonamiento, por ejemplo, y muy distintas según se considerara el continente europeo o América Latina y África, donde aún queda un buen margen de mejora posible. El propio Flynn reconoce que “los ciudadanos adultos necesitan tanto inteligencia como conocimiento para ser críticos con sus gobernantes”. El profesor francés Christophe Clavé analizó más recientemente el efecto de la degradación del lenguaje: “El coeficiente intelectual medio de la población mundial, que desde la posguerra hasta finales de los años 90 siempre había aumentado, está disminuyendo en los últimos veinte años [...] 

El empobrecimiento del lenguaje puede ser uno de los factores más importantes de este retroceso”. Agregó que “quienes afirman la necesidad de simplificar la ortografía, abolir los géneros, los tiempos, los matices, o sea todo lo que crea complejidad, son los verdaderos artífices del empobrecimiento de la mente humana”. Una menor capacidad para expresar las emociones se condice asimismo con menor posibilidad de elaborar un pensamiento. Clavé afirma que se ha demostrado que parte de la violencia en la esfera pública y privada proviene directamente de la incapacidad de describir las emociones a través de las palabras. Una tan interesante como razonable observación. Cuando no se puede poner en palabras una emoción, se la actúa con el cuerpo.

 Cuando la grandeza del idioma se pierde, se ingresa en un terreno de pobreza intelectual colectiva en la que la uniformidad se expande. Es también en este contexto que suena ridículamente disparatada la excesiva preocupación por imponer particularidades “inclusivas” que no pueden integrarse forzosamente en un cuerpo vivo como la lengua, mientras simultáneamente se la empobrece cada día más. “¿Cómo se puede construir un pensamiento hipotético-deductivo sin el uso de un verbo condicional? ¿Cómo se puede considerar el futuro sin una conjugación en el futuro?”, reflexionaba Clavé y acentuaba el peso que limita el pensamiento al aquí y ahora, anulando proyecciones. Como en otros campos, nivelar hacia abajo desalienta el esfuerzo y el desarrollo de las personas. 

En ese sentido, ya conocemos la opinión del presidente Alberto Fernández sobre el mérito. Renunciar a continuar esforzándonos por brindar más y mejor educación es también una forma de alinearnos en ese mundo de pensamientos flacos, con pocas palabras y, por ende, cada vez más desprovisto de capacidades críticas. Un soberano sin instrucción es terreno fértil para la instalación de una corriente única de pensamiento cuando desactiva cualquier mirada independiente que pretenda sonar discordante. Los ciudadanos se vuelven así más fácilmente manipulables: a los autoritarios les conviene obstaculizar el pensamiento para anular cualquier crítica.

 Ser capaces de leer, de ampliar nuestra mirada y nuestros pensamientos, de abrirnos a razonamientos más complejos, es francamente liberador, aunque sin duda pueda resultar molesto y desestabilizante para el dictador de turno. En la educación está el verdadero germen de la libertad, capaz de sacarnos de una mediocridad fácilmente doblegable y de contribuir a la defensa de nuestros derechos. La educación es una garantía insustituible de equidad y progreso en libertad para cualquier sociedad.

 Fuente:https://www.lanacion.com.ar/editoriales/triste-correlato-de-una-decadencia-idiomatica-nid25052021/

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