Thursday, December 8, 2022

La hora de los fiscales, por Luciano Román

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                       La hora de los fiscales 

 La Argentina necesita más que nunca de la independencia, el compromiso y la valentía de sus magistrados; necesita hombres y mujeres dispuestos a asumir algo tan simple, pero a la vez tan trascendente como el cumplimiento de su obligación 

 8 de Diciembre de 2022

 Luciano Román
Alegatos por la causa Vialidad. Diego Luciani

 La ficción y la realidad, que en la Argentina muchas veces no son fáciles de distinguir, parecen haberse puesto de acuerdo este año para revalorizar y ubicar en primer plano una figura crucial de cualquier democracia republicana: la del fiscal. Y tal vez haya en esa casualidad una especie de mensaje cifrado para un país que enfrenta inquietantes tensiones institucionales, un permanente pisoteo de las normas y una profunda desconfianza ciudadana en los tres poderes del Estado. Argentina, 1985 puede ser criticada con buenos y justos argumentos, tanto por sus groseras omisiones como por algunas simplificaciones burdas. Pero hay que reconocerle un gran mérito, además de haber rescatado del olvido un hecho fundante de la democracia moderna: reivindica el trabajo, la conducta y a la vez la dimensión humana de un fiscal de la Nación enfrentado a la sencilla pero trascendente tarea de cumplir con su deber.  El juicio por la causa Vialidad, que esta semana llegó a un veredicto histórico, también expone ese rol esencial de un fiscal al que le toca investigar y desenmascarar al poder. A la sombra de un país que hace apenas siete veranos se conmovió con la extraña muerte del fiscal Alberto Nisman (que hubiera cumplido el lunes pasado 59 años), reivindicar ese eslabón imprescindible del sistema institucional quizá sea parte de un aprendizaje tardío, pero aprendizaje al fin. Cualquier abogado o profesor de Derecho se resistiría al intento simplificador de definir si un fiscal es más gravitante que un juez o un defensor en el complejo equilibrio que implica la administración de justicia. Sin embargo, es el fiscal el que asume la misión desafiante y peligrosa de investigar, recolectar pruebas, abstraerse de influencias y presiones para reconstruir los más complejos rompecabezas delictivos. Suele encontrarse en soledad frente a sospechosos o acusados que, con mayor o menor poder, harán lo imposible por ocultar, negar y disimular sus acciones reñidas con la ley.

 En la Argentina, esa tarea debe desarrollarse en un contexto de especial adversidad. La Justicia no solo está politizada, sino también condicionada por sesgos ideológicos y posturas militantes. La atraviesan, además, las cloacas de la inteligencia clandestina. Los fiscales que investigan al poder saben que sus familias y su propia honra podrían ser blanco de agravios; su biografía será examinada con las más bajas intenciones y su intimidad podrá ser ultrajada con aval gubernamental. Con frecuencia, son víctimas del ataque personal como vil estrategia de defensa: cuando no se pueden refutar las pruebas, es más fácil descalificar a aquel que las esgrime. Los riesgos que corren suelen ser, en definitiva, mayores que las recompensas que eventualmente reciben. Muchas veces –quizá la mayoría– deben trabajar con recursos escasos, presupuestos exiguos y hasta condiciones tecnológicas y edilicias obsoletas. A la película de Darín también hay que anotarle un acierto en ese punto: retrata bien las condiciones de cierta precariedad que, hace ya cuarenta años, afectaban al Poder Judicial. Nada ha mejorado desde entonces, sino todo lo contrario. En ese trabajo solitario y casi artesanal de los fiscales reside la garantía última de una república. Es una verdad de Perogrullo, pero en la Argentina de estos días debe ser especialmente subrayada. Cuando se intenta ensuciar, presionar y descalificar a un fiscal –como ha hecho el oficialismo sin disimulo–, lo que se intenta es bajar las defensas del sistema institucional y romper la última barrera de contención que preserva la democracia frente a los intentos de impunidad y hegemonismo. Destacar el papel esencial de los fiscales es tan obvio y necesario como reconocer que su solo rol acusador no los ubica, necesariamente, del lado de la verdad. El caso García Belsunce, que acaba de ingresar –veinte años después del crimen– en otra etapa de impunidad, nos recuerda que muchas veces un fiscal puede llevar una investigación hacia caminos sin salida, guiándose por pistas falsas y otorgándoles a sus propias hipótesis y conjeturas mayor peso que a las pruebas. El sistema acusatorio que rige desde hace décadas en la provincia de Buenos Aires y que luego se ha trasladado a la órbita nacional le asigna al Ministerio Público un rol más protagónico y activo en la conducción del proceso. Pero no hace falta analizar modelos procesales para reparar en la función estratégica y fundamental de los fiscales. 

Buena parte de la ciudadanía lo tiene claro, y por eso se ha movilizado para reclamar justicia por Nisman y ha reaccionado cada vez que, desde la cima del poder, se ha banalizado su muerte. La Argentina necesita más que nunca (o tal vez tanto como en sus tiempos más oscuros) de la independencia, el compromiso y la valentía de sus magistrados. Necesita hombres y mujeres dispuestos a asumir algo tan simple, pero a la vez tan trascendente, como el cumplimiento de su obligación. Argentina, 1985 nos recuerda que aquel fiscal del Nunca Más no era un hombre extraordinario. Tenía miedos y vacilaciones, como todo ser humano, pero también tenía sentido del deber y del coraje. La película y el juicio del año no solo revalorizan, entonces, la figura de los fiscales, sino las virtudes cardinales que debe recuperar la Argentina. Es fundamental que, aun en un contexto de adversidades, atropellos y menoscabo, la Justicia rescate a esos hombres y mujeres que actúan con apego al deber, con convicción republicana y con honradez personal. Hemos naturalizado que eso sea la excepción, cuando debería ser la regla. Es muy saludable que, en las vísperas de los cuarenta años de democracia, reivindiquemos la figura de Julio Strassera por su papel en el Juicio a las Juntas Militares. Pero más saludable sería que esa suerte de homenaje histórico inspire e ilumine a los actores que deben intervenir aquí y ahora. Necesitamos fiscales de la Nación que honren su investidura y contribuyan a recuperar el sentido de las normas. Los necesitamos también en las provincias, muchas de ellas convertidas en feudos atravesados por la opacidad y la debilidad institucional. 

 Necesitamos fiscales que defiendan su independencia, que resistan los “aprietes” y que exhiban, con sobriedad y discreción, esa cuota de coraje que debería ser inherente a su función. En una Argentina donde la cobardía y la comodidad han colonizado muchos espacios de poder; donde las vanidades personales se han desplegado con escaso pudor, y donde el “toma y daca” se ha consagrado como ley de la política, es muy sano que el cine y la realidad hayan revalorizado a fiscales independientes. No son héroes ni están en ningún olimpo. Nos reconcilian –nada más y nada menos– con la idea de que la dignidad personal es un reaseguro frente a cualquier autoritarismo que nos intente doblegar. Los hombres y las mujeres que estén a la altura de su deber pueden marcar la diferencia.


Fuente:https://www.lanacion.com.ar/opinion/la-hora-de-los-fiscales-nid08122022/

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