Wednesday, September 21, 2022
21 de Septiembre:¡FELIZ DÍA DE LA PRIMAVERA!¡FELIZ DÍA DEL ESTUDIANTE!
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Saturday, September 17, 2022
Wednesday, September 7, 2022
Hay otra Argentina, lejos de Uruguay y Juncal
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Hay otra Argentina, lejos de Uruguay y Juncal
La historia de Nicolás Monzón es un ejemplo de ese país luminoso que, en medio de la intolerancia y la agresividad ejercidas desde el poder, justifica la esperanza
7 de Septiembre de 2022
La Argentina, por momentos, parece asfixiante. La vorágine de los últimos días ha reforzado el desasosiego ciudadano. Un cóctel de violencia real y simbólica, combinada con intolerancia y agresividad ejercidas desde el poder, consolidó una atmósfera sombría en la que no parece haber tregua ni respiro. Tal vez resulte indispensable, entonces, recordar que también hay un país que justifica la esperanza. Quizá no sea el que defina los rasgos salientes de esta época, pero existe y tiene nombres y apellidos.
Ante el riesgo de quedar intoxicados por la beligerancia de las redes sociales y los discursos inflamados de la política, hay un ejercicio que puede ser alentador: pongamos en el buscador de Google “Nicolás Monzón”. Aparecerá una historia de la Argentina luminosa.
Nacido en una zona vulnerable del conurbano, Nicolás es hijo de un albañil que no pudo terminar la primaria y que, durante los años más duros de la crisis, tuvo que salir a cartonear. Su madre tenía un puesto en una feria de trueque. Él estudia tres carreras universitarias; ganó una exigente beca de la UADE y ahora figura en la elite de “los diez mejores estudiantes del mundo”. Es el primer argentino que llega a esa instancia en un premio internacional (el Chegg.org Global Student Prize 2022 lanzado por la Fundación Varkey) del que participan casi 7000 postulantes de 150 países.
Nicolas Monzón, el único argentino entre los mejores 10 estudiantes del mundo, candidato a ganar el Global Student Prize.
Fabian Marelli
La de Nicolás es una historia de superación a través del esfuerzo personal. Es una historia que refuta las ideas dominantes, en las que el mérito es estigmatizado, la exigencia se ve como una barrera (no como un estímulo) y la excelencia se asocia con elitismo. Es una historia que demuestra que, a pesar de todo, en la Argentina se puede progresar con las viejas herramientas del estudio, el sacrificio, la tenacidad y la confianza. Es, por si fuera poco, una historia de integración social, en la que el talento individual permite sortear los tabiques de una sociedad cada vez más fragmentada.
Nicolás estudia en dos de las mejores universidades del país, una pública, la UBA, y otra privada, la UADE. Hizo el secundario en una escuela barrial de Quilmes. Hace unos años, fue esa misma escuela la que lo llevó, en una excursión, a conocer la UADE. ¿Hoy todavía llevan a los estudiantes de las escuelas públicas de Quilmes a conocer esos circuitos universitarios? ¿O la docencia militante ha clausurado, entre otras, esas ventanas para asomarse al mundo?
Tal vez sean preguntas pertinentes ante la expansión del adoctrinamiento.
Para estudiar Ingeniería Informática en la UADE (a la vez que cursa las carreras de Matemática y de Física en la UBA), Nicolás tuvo que postularse a una beca bajo un régimen muy estricto: para obtenerla, se debe aprobar el examen de ingreso en el primer intento y mantener un promedio superior a 8, entre otros requisitos. Es un sistema que también contrasta con la demagogia que está colonizando todo el universo educativo: la consigna de los ministerios provinciales de Educación es, por el contrario, bajar la vara de la exigencia, flexibilizar las condiciones para pasar de año y prohibir –en forma más o menos explícita– la repitencia y los aplazos. Todo supone una profunda subestimación de los sectores más vulnerables de la población, a los que se condena a una educación de baja intensidad. En nombre de un supuesto progresismo, se cree que los hijos de las familias pobres no pueden responder a estándares altos de exigencia escolar. A partir de ese prejuicio, cada vez se les pide menor esfuerzo, en lugar de incentivarlos para progresar. Darles herramientas para que se ganen las cosas es algo que contradice los manuales básicos del populismo educativo, que cuestiona la noción del logro para entronizar la de la dádiva: las cosas no se ganan, se reciben.
Y los que las otorgan son “el Estado”, “la organización”, “el puntero”, “el poder”. El individuo se desdibuja en una concepción colectivista que iguala hacia abajo. Es, incluso, hasta una mala lectura de los manuales de la izquierda: Marx no recomendaba prescindir del conocimiento, sino que lo exigía como requisito para el cambio revolucionario.
Nicolás Monzón tiene, evidentemente, condiciones y talento singulares. Pero no es un extraterrestre. Es hijo de una cultura que, aun estigmatizada y desalentada desde el poder, sobrevive en la Argentina. En entrevistas que ha dado en los últimos días, contó una historia conmovedora: en ese hogar que conocía las penurias, su abuela advirtió que le gustaban los números. Y cuando tenía 9 años le regaló un libro de matemática que terminó despertando su pasión por las ecuaciones y los cálculos. También en contra de los ideologismos dominantes, vale la pena prestar una especial atención a esa anécdota familiar: en muchos hogares de sectores vulnerables, los libros son sinónimo de esperanza y la educación se ve como el camino hacia un mejor futuro. Aun sin querer, en ese manual “para más grandes” había una intención de poner la vara alta, de alentar el esfuerzo y de proponer, incluso, una meta más ambiciosa. La demagogia educativa combate, con arrogancia militante e ideologismo pedagógico, la cultura de esa abuela: exigir más, “puede ser frustrante y desalentador”. La consigna, entonces, es exactamente la contraria.
Que exista una historia como la de Nicolás habla de la fortaleza de determinados valores y rasgos culturales, capaces de sobrevivir y de desarrollarse aun en los entornos más adversos. Es cierto que es un caso “fuera de serie”, pero no es el único. En muchas escuelas, como también en clubes donde se practican deportes amateurs, en centros de expresión artística, en academias de baile, en empresas innovadoras, en ecosistemas productivos, en industrias como las del agro y el turismo, y en todo lo que se vincula con la economía del conocimiento, la excelencia no es un disvalor; tampoco la exigencia. El mérito se reconoce, no se combate; el esfuerzo se promueve, no se desalienta. Y hay una inmensa cantidad de “Nicolases” que se sacrifican, día a día, para progresar y mejorar en lo suyo.
El discurso dominante tal vez mire la historia de Nicolás con cierta indiferencia. Cualquiera que se destaque por sus propios méritos parece incomodar de alguna manera al poder, como si desafiara con su solo testimonio los dogmas y prejuicios ideológicos enquistados en el oficialismo.
No vamos a ver (como sería deseable) una gigantografía de su foto frente a la municipalidad de Quilmes, donde debería ser celebrado como un verdadero orgullo. La TV Pública tampoco hará un documental sobre su vida. Y sería una verdadera sorpresa que el Presidente lo visitara en un aula y lo abrazara como abrazó a Milagro Sala. Es reconfortante, sin embargo, comprobar que esa Argentina a la que el poder no abraza no solo sobrevive, sino que brilla en lo más alto. No tendrá el reconocimiento ni el aliento que merece, pero para muchos es un ejemplo inspirador.
En días en los que un joven desquiciado empuña un arma contra la vicepresidenta, un senador de la Nación amenaza con quebrar la paz social y el oficialismo exacerba antagonismos mientras confunde, con liviandad y sin inocencia, la discrepancia con “el odio”, la historia de Nicolás Monzón, conocida en la misma semana en la que todo el foco estuvo puesto en “la locura” de Uruguay y Juncal, tal vez nos permita mirar el futuro con mayor esperanza. Detrás del enrarecido clima político e institucional, hay una Argentina que mira hacia adelante. ¿Sabremos valorarla y estimularla?
Fuente:https://www.lanacion.com.ar/opinion/hay-otra-argentina-lejos-de-uruguay-y-juncal-nid07092022/
Sunday, September 4, 2022
No salimos mejores, por Graciela Guadalupe
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No salimos mejores
“De esta pandemia tenemos que salir mejores”. (De Alberto Fernández, el 1º de Mayo de 2021.)
4 de Septiembre de 2022
Graciela Guadalupe
No “estamos mal, pero vamos bien”, como decía Carlos Menem en los 90, ni salimos mejores de la pandemia, como auguraba Alberto Fernández en 2021, aunque no era el único.
Tampoco le estamos dando a la democracia el enorme valor que le asignamos cuando Raúl Alfonsín la trajo de vuelta. Menos, cuando tras un horroroso intento de magnicidio se sale a pedir calma echando culpas al viento o tratando de capitalizar desde muchos sectores cada centímetro del inestable oscilar del péndulo político.
Nadie se vuelve bueno por decreto, ni por un feriado. Una orden no implanta sentimientos. Y para afianzar un sentimiento se necesitan dos cuestiones básicas: convicción y ejemplos. En esa sucesión o al revés: un buen ejemplo puede llegar a convencer.
Durante el transcurso de la propia pandemia, en la que se perdieron decenas de miles de vidas sin que hoy siquiera se las recuerde en actos públicos de pelambres diversas, los que criticaban algunas medidas eran tildados de “idiotas”, el que salía a correr era un “gorila” y la anciana solitaria e inofensiva que sacaba su silla a la plaza para tomar aire en medio de la nada era una “delincuente” a la que había que meter presa.
Por exceso de una autoridad pésimamente ejercida se le negó a un padre ir a despedir a su hija moribunda y a otro se lo obligó a cargar la suya en brazos para cruzar una frontera cerrada por algún insensato mientras los que daban órdenes se ocupaban de incumplirlas.
En la última cadena nacional, el Presidente decretó un feriado
Nos hicimos resilientes a la fuerza y no solo frente al virus. A poco de abrir la puerta para salir del encierro, muchos se abusaron de aquel temor humanamente lógico. El pensamiento totalitario germina mejor en las sociedades con miedo.
Como en una lucha de barro, todo empezó a caer más bajo, producto de una pulsión inversamente proporcional a la inmensa necesidad de salir a flote. Al mismo lodo se arrojó a la Corte y a los fallos de tribunales inferiores. Y a un pedido de condena se lo quiere hacer ver como el final de una historia cantada cuando todavía falta escuchar muchas voces de un coro claramente polifónico.
Tras el deleznable ataque contra la vicepresidenta vuelven a escucharse airados reclamos de prudencia mientras los contrincantes –acaso sin memoria– se siguen chuceando trepados al viejo ring, forzando a reconocer como pensamiento a un único pensamiento, convocando a los fantasmas del pasado o inventando nuevos y repartiendo fichas en el viejo juego del sálvese quien pueda. No salimos mejores, apenas si asomamos la cabeza.
Fuente:https://www.lanacion.com.ar/opinion/no-salimos-mejores-nid04092022/
Más que nunca, prudencia y responsabilidad institucional
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Más que nunca, prudencia y responsabilidad institucional
El repudiable atentado contra Cristina Kirchner no puede ser usado para renovar los ataques a la Justicia ni a los medios ni para dividir a la sociedad
3 de Septiembre de 2022
El intento de homicidio de la vicepresidenta de la Nación ha sido enérgicamente repudiado por la sociedad argentina en tanto constituye un gravísimo atentado contra las instituciones de la república y es de esperar que sea rápidamente esclarecido por la Justicia, que deberá actuar sin interferencias ni tentativas de manipulación política.
Nadie en su sano juicio puede no conmocionarse ante un episodio tan violento como inaudito, registrado por distintas cámaras, que milagrosamente no concluyó en un magnicidio.
El hecho en sí, protagonizado por una persona que pudo gatillar un revólver a escasos centímetros de distancia de la cabeza de Cristina Kirchner en las inmediaciones de su domicilio particular en el barrio de Recoleta, ofende no solo a la destinataria directa del ataque y a sus seguidores. Agravia a todos los argentinos que creen en el diálogo, la paz social, el respeto de la ley y el afianzamiento de la Justicia como pilares de la institucionalidad, y reconocen que la violencia de cualquier tipo no es definitivamente camino para consolidar la convivencia democrática.
A poco de tomar estado público el grave acontecimiento registrado en la noche del jueves, la dirigencia política respondió, con contadas excepciones, de forma ejemplar para condenar el atentado.
Así lo hizo un representativo grupo de senadores y diputados nacionales que, sin distinción de banderías políticas, se unieron para repudiar el ataque sufrido por la vicepresidenta.
Lamentablemente, con el correr de las horas, se hizo sentir la imprudencia y la irresponsabilidad de algunos actores políticos que buscaron llevar agua para su molino, sucumbiendo ante la tentación del maniqueísmo. Por caso, el diputado de extracción sindical Sergio Palazzo sostuvo públicamente que el fiscal Diego Luciani y ciertos representantes del periodismo debían “hacerse cargo” del atentado contra Cristina Kirchner.
En su mensaje al país, el presidente de la Nación se apartó una vez más de la prudencia cuando consideró que la convivencia democrática “se ha quebrado por el discurso del odio que se ha esparcido desde diferentes espacios políticos, judiciales y mediáticos de la sociedad argentina”. Paralelamente, volvió a exhibir su escaso respeto por la independencia del Poder Judicial y la Constitución, cuando anunció que se había comunicado con la jueza que interviene en la causa para darle instrucciones. Volvió a olvidar que, según nuestra Ley Fundamental, el titular del Poder Ejecutivo no puede ejercer funciones judiciales ni arrogarse el conocimiento de causas pendientes.
Al margen del repudio que merece, el cobarde ataque contra Cristina Kirchner no puede ser utilizado para silenciar voces críticas ni para entorpecer las investigaciones judiciales sobre los delitos de corrupción que se le imputan a la vicepresidenta de la Nación. Tampoco, para seguir dividiendo a la sociedad cuando tantos necesitan trabajar; disponer un feriado nacional fue otra medida tan injustificada como demagógica.
Nada de lo acontecido puede ser argumento para que el oficialismo intente someter a la Justicia a sus designios, con el propósito de sortear los escándalos de corrupción, ganar impunidad y cargar sobre los críticos, incluidos periodistas a quienes se les pretende vedar su derecho a informar con el pretexto de que solo infunden odio.
La vecina de Cristina Kirchner que saltó a la fama con sus mensajes colgados en su balcón ofreció días atrás un buen ejemplo, cuando invitó a un grupo de jóvenes para asistir en su departamento a una militante kirchnerista que se había descompensado en la calle en medio de los incidentes. Uno de ellos le agradeció en las redes sociales “la buena onda”. “Ni ella ni nosotros actuamos desde el odio”, reconoció.
Pensar distinto no es un pecado. De hecho, la referida escena confirma, como tantas otras, que el altruismo y la solidaridad pueden superar barreras que, a priori, parecen infranqueables. Denostar al otro porque no comparte nuestro ideario no debería ser una opción a la hora de construir juntos. Sin embargo, a eso apuestan quienes fogonean los choques y los enfrentamientos en beneficio propio.
Es momento de actuar con serenidad y no atolondradamente; de entender que la violencia nunca será una alternativa y que sin Justicia no habrá futuro.
Fuente:https://www.lanacion.com.ar/editoriales/mas-que-nunca-prudencia-y-responsabilidad-institucional-nid03092022/
El discurso del odio, un viejo recurso
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El discurso del odio, un viejo recurso
A lo largo de su historia, el peronismo viene reiterando una marcada pulsión por sembrar divisiones de todo tipo y una tendencia a olvidarlas cuando ponen en juego su poder
4 de Septiembre de 2022
El repudiable atentado contra Cristina Kirchner debería servir para unir a los argentinos en la defensa de la democracia y jamás ser utilizado como arma política para acusar a opositores por un supuesto “discurso del odio”, como hicieron el Presidente y el gobernador Axel Kicillof agitando aguas que deberían calmar. Es demasiada obvia su maniobra para impulsar un “clamor popular” que exima a la vicepresidenta de penas por los delitos de corrupción que denunció el fiscal Diego Luciani.
Desde que la izquierda marxista pretendió cooptar el justicialismo hace medio siglo, se incubó un enfrentamiento entre los seguidores de Juan Domingo Perón, que costó muchas vidas y que subsiste en forma larvada. Ese es el discurso del odio más relevante y más profundo que aún no ha sido superado. Para quienes son jóvenes, basta contrastar lo que todavía simbolizan Isabel Perón y Cristina Kirchner para ese movimiento.
Isabel fue la primera presidenta mujer de América Latina, sucesora de Perón, tras su muerte en 1974. Cristina sucedió a Néstor Kirchner en 2007, aunque supo revalidar sus credenciales por mérito propio al ser elegida dos veces por amplia mayoría. Ambas integraron fórmulas conyugales con maridos que no confiaban en nadie, como los esposos Marcos en Filipinas o los Ortega en Nicaragua, paracaidistas ajenos a la democracia que suelen terminar sin ella. Como Manuelita Rosas, en 1841, las dos recibieron sendas “máquinas infernales” como legados maritales, una diseñada para aniquilar y la otra para corromper, pero esta vez explotaron en sus manos.
Cristina Kirchner e Isabel Perón tienen cosas en común y, si no, se complementan. Cuando una es acusada de aniquilar la subversión, la otra es ensalzada por indemnizar ilegítimamente a sus víctimas
Aquella conoció a Perón como bailarina folklórica. Luego abandonó la danza hasta 1975, cuando Celestino Rodrigo y José López Rega la hicieron bailar otras melodías.
La segunda ha preferido los cánticos militantes para contonearse desde los balcones o los escenarios. Todavía está por verse qué compases le hará bailar Sergio Massa cuando los aumentos de tarifas y la mayor inflación atronen en los bolsillos de su audiencia. En la Argentina, las fiestas populistas siempre fuerzan a las viudas a bailar con los más feos.
Ambas hicieron carreras políticas de la mano de sus maridos y recibieron enormes fortunas de origen desconocido al fallecer aquellos. Isabel debió enfrentar juicios relativos a la sucesión de Perón y vive retirada, como una aristócrata española, evitando volver a la Argentina para no ir a prisión. En cuanto a Cristina, los esquemas armados por su marido fueron tan torpes que, ahora, en lugar de disfrutar de sus nietos, peregrina por tribunales mascullando “la que se siente una b… soy yo”.
La CGT ahora cierra filas para proteger a Cristina Kirchner en la causa Vialidad, como lo hizo respecto de Isabel, demostrando su enorme laxitud ética. Una, procesada por delitos de lesa humanidad. Otra, por administración fraudulenta
Al igual que Cristina, la viuda de Perón percibe una doble pensión, por ella y por su marido, que alcanzó el grado más alto del escalafón militar. Ambas viven en barrios exclusivos de las ciudades donde habitan: Isabel, en un barrio cerrado próximo a Madrid. Cristina, en Recoleta.
La madrileña habrá recorrido el Valle de los Caídos lamentando no haber podido enterrar a su marido cerca del Generalísimo, la platense visitaba el insólito mausoleo de Río Gallegos acompañada por su constructor, Lázaro Báez, a quien le otorgaron toda su confianza, con el grado de testaferro mayor.
Al igual que Cristina, la viuda de Perón mantiene un estrecho vínculo con el Vaticano y ambas recibieron rosarios del Papa Francisco. La viuda de Kirchner lo usó como collar laico en Semana Santa en el encuentro EuroLat y como prueba divina de su inocencia en el Senado, cuando convocó a sus bloques en otra maniobra distractiva.
Cuando se trata de protegerlas de la Justicia, para el peronismo ambas son lo mismo. Mientras subsista ese odio larvado, nada bueno puede presagiarse
Mientras Isabel conserva recuerdos de López Rega e imágenes del Caudillo de España, la sucesora de Néstor guarda con orgullo sus fotos con Fidel Castro y Hugo Chávez, mientras relee La historia me absolverá, el alegato del comandante en su juicio de 1953, por el asalto a los cuarteles Moncada. Como se advierte, ambas viudas tienen cosas en común y, si no, se complementan. Cuando una es acusada de aniquilar la subversión, la otra es ensalzada por indemnizar fraudulentamente a sus víctimas.
El 31 de julio de 1974, el diputado Rodolfo Ortega Peña, director de la revista Militancia Peronista, fue asesinado por la Triple A durante la presidencia de Isabel. Ese grupo paramilitar fue organizado desde el gobierno para combatir la subversión armada, con apoyo del peronismo histórico. En dos años y medio, asesinó a alrededor de 3000 personas sindicadas como izquierdistas. El 25 de mayo de 2003, Néstor Kirchner nombró secretario de Derechos Humanos a Eduardo Luis Duhalde, socio de Ortega Peña y también impulsor del socialismo nacional, quien continuó en su cargo hasta su muerte, durante la presidencia de Cristina Fernández.
En 2007, la justicia española ordenó la detención de Isabel, a pedido de un juez de Mendoza, por el secuestro de dos activistas en 1974. Dada su avanzada edad, obtuvo prisión domiciliaria.
De inmediato, las mismas Madres de Plaza de Mayo que ahora convocan a marchar por la vicepresidenta y que aplauden que tantos acusados por delitos de lesa humanidad no reciban el beneficio domiciliario a edad avanzada, celebraron la noticia como señal de que “comienza a llegar la justicia”. Para el peronismo, todo es lo mismo.
Este año, cuando Isabel cumplió 91, Julio Piumato, secretario de Derechos Humanos de la CGT, pidió su sobreseimiento a la justicia federal en la causa de la Triple A, para poner fin “a la injusta proscripción que aún pesa sobre ella”. Y la misma CGT, con la firma de Héctor Daer, Carlos Acuña y Pablo Moyano, reclamó al Presidente la instalación de su busto en la Casa Rosada para “recuperar la memoria histórica de los trabajadores”. Así estaría cerca de la efigie de Néstor Kirchner. La CGT ahora cierra filas para proteger a Cristina Kirchner en la causa conocida como Vialidad, como lo hizo respecto de Isabel, demostrando su gigantesca laxitud ética. La una, procesada por delitos de lesa humanidad; la otra, por administración fraudulenta, con daño al sistema democrático.
Andrés “Cuervo” Larroque declaró que la casa de Cristina, en Uruguay y Juncal, es un santuario peronista. La conversión de una unidad funcional en un lugar de veneración religiosa no parece conciliarse con el régimen de propiedad horizontal, ni tampoco con las normas de convivencia entre vecinos. Más simple es el santuario de la CGT para Isabel en el salón Felipe Vallese de la calle Azopardo.
Perón, que siempre leía las Vidas Paralelas de Plutarco, no hubiera tolerado que el historiador romano comparase a las dos viudas como paradigmas del peronismo. Su doctrina era lograr una comunidad organizada con justicia social, pero sin lucha de clases, como proponen quienes veneran a Héctor J. Cámpora.
Las dos expresidentas, testigos de los peores dramas que vivió la Argentina reciente, representan la contradicción más flagrante que subsiste en el peronismo. Se mantiene sin resolución, por una cuestión de poder e intereses. Con tal de mantener gobernaciones, intendencias, cajas sindicales, planes sociales y botines varios, les da igual Noruega que Venezuela.
Cuando se trata de protegerlas de la Justicia, para el peronismo ambas son lo mismo, aunque sean extremos opuestos. Mientras subsista ese odio larvado, nada bueno puede presagiarse para lo que vendrá. Con inflación del 100% y pobreza en aumento no debería unirse para ocultar delitos, sino para terminar con esos escandalosos flagelos.
Es tiempo de que repliquen a Mijail Gorbachov, adoptando una perestroika (renovación) con glasnost (transparencia) para superar modelos perimidos mediante un consenso republicano conforme los valores de la Constitución nacional. Seguir jugando a la ruleta rusa es profundizar la crisis y agravar la situación para quien triunfe el año próximo, acaso otro objetivo aún más difícil de aceptar, pero igualmente capaz de cohesionar voluntades.
Fuente:https://www.lanacion.com.ar/editoriales/el-discurso-del-odio-un-viejo-recurso-nid04092022/
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