Sunday, February 23, 2020

EDITORIALES-Un cocodrilo bajo la cama

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EDITORIALES

Un cocodrilo bajo la cama

El reptil que devoró los 320.000 millones de dólares de deuda y deglutió otra cifra monumental mediante impuestos no es otro que el déficit fiscal

23 de febrero de 2020

Cuando algunos asesores del Presidente de la Nación sugieren incumplir la deuda externa, explicando que la economía se reactivará sola, sin la carga de esos pasivos, cabe preguntarse si es una propuesta seria... ¿o una broma de mal gusto?

La creencia de que el default permitirá liberar las fuerzas productivas de la Nación, aprovechando que el aparato productivo se encuentra intacto y que no quedan resquicios para la fuga de dólares, quizá sea resultado de haber leído mal a John Maynard Keynes o aun al académico Jerome Ross, quien propone, muy suelto de cuerpo: "Why not Default?" ("¿Por qué no incumplir?").

La Argentina tiene un cocodrilo bajo la cama, que no entró en los cálculos de ninguno de esos economistas británicos. Ese cocodrilo se llama déficit fiscal y devora cualquier ahorro, sueldo, jubilación, remesa, inversión, giro, transferencia o tenencia de pesos que ingrese al recinto de nuestra patria y se acerque, distraídamente, hasta donde se encuentra al acecho nuestro reptil subacuático.


El cocodrilo devoró los US$320.000 millones que constituyen nuestra deuda pública externa, deglutió otra cifra monumental mediante impuestos, tasas y contribuciones, y engulló (continúa haciéndolo) ahorros, sueldos y jubilaciones de toda la población mediante la perversa inflación.

La presión fiscal de la Argentina es la segunda más alta a nivel mundial y la tasa de inflación es la tercera, luego de Venezuela y Zimbabwe. Dicho en otras palabras: la deuda y la inflación son resultado del déficit, que el Gobierno no piensa reducir, apostando todo a licuarlo con crecimiento, como el "gradualismo" de Mauricio Macri. Malas noticias: mientras el déficit persista, no habrá inversiones (como no las hubo durante el gobierno de Cambiemos por las mismas razones) y tampoco reactivación genuina.

Si los pequeños ojos del saurio continúan brillando sobre la calma superficie de nuestra Argentina cotidiana, no hay peso que no corra el riesgo de ser devorado. Perdido para siempre en una dentellada devaluatoria o diezmado por los precios que suben por el ascensor, mientras los salarios lo hacen por la escalera (Perón dixit).

El multifacético Keynes propuso aumentar el consumo en tiempos de recesión para reactivar la economía, desalentándose el exceso de ahorro mediante una baja en las tasas de interés. La famosa "eutanasia del rentista". Presuponía la existencia de la libra esterlina y no contempló un escenario sin moneda y sin ahorro interno, como es nuestro caso. En la Argentina, el rentista de la alcancía o el plazo fijo ya fue muerto y enterrado hace varias décadas.

En cuanto al pensamiento de Jerome Roos, un marxista de salón, sostiene que los intereses de una población no son todos iguales, pues hay explotadores y explotados, capitalistas y proletarios. "Trabajadores del mundo, ¡uníos!" era la consigna de Karl Marx cuando pregonaba que los intereses de clase debían ser más fuertes que las lealtades nacionales. Para Roos, el supuesto valor ético de pagar las deudas satisface el interés de unos a costa del esfuerzo y la miseria de otros, quienes se encontrarían mejor servidos si los países optasen por incumplir y evitar los ajustes. Sin embargo, tampoco evaluó las consecuencias de un default cuando existen cocodrilos que se embuchan toda moneda que anda suelta, frustrando cualquier reactivación.

Cuando el Gobierno lanzó su programa de "solidaridad y reactivación productiva", le dio una jerarquía moral a nuestro insaciable comilón que ni el australiano Steve Irwin ("el cazador de cocodrilos") se hubiera atrevido a utilizar. La negativa a reducir gastos, el ajuste jubilatorio y los nuevos impuestos serían un esfuerzo solidario en favor de quienes menos tienen. O sea, la sacralización del cocodrilo.

La defensa dogmática de este, como si calzase gorro frigio y luciese sol naciente, es una falsedad ética. No están en juego los fines del Estado, ni la opción por los pobres, ni el bien común frente a los intereses particulares.

La realidad es que nuestro depredador de acecho y emboscada lleva alimento a la mitad de la población, incluyendo toda la gama de clases sociales, como un corte transversal de nuestra argentinidad. A todos se subsidia con las tarifas, a otros con planes y a muchísimos con empleos. Además de diputados, senadores y ministros, hay personal docente, de seguridad, de salud. Científicos, cineastas, artistas e investigadores. Directores, choferes y peones de patio. Empleados judiciales, de legislaturas, de concejos deliberantes. Llamarlos "el Estado" es una abstracción que confunde; son argentinos comunes y corrientes, designados por concurso o por contactos, por mérito o por militancia, por carrera o por parentesco. Toda gente normal que ha logrado un "nombramiento" para algún hijo, un plan para una cuñada o una pensión graciable para la comadre. Que consiguen adicionales por algún inciso, licencias por un estatuto, horas extras por benevolencia o viáticos por alguna gira, real o ficticia. Entre 2003 y 2016, las provincias duplicaron su personal, con dos millones de nuevos empleados públicos que ya dan clases de "derechos adquiridos".

Llamar "solidario" a ese supuesto blindaje para la mitad de la población, dejando expuesta a las dentelladas del cocodrilo a la otra mitad, es un artilugio verbal que esconde un juego de poder. La diferencia entre unos y otros no está configurada por su vulnerabilidad, ni por su grado de exclusión, ni por su falta de educación, ni por su situación familiar. La diferencia es que los primeros deben agradecer sus ingresos a los políticos, gobernadores, intendentes, jefes de bloques, sindicalistas, directores de bancos oficiales, de empresas públicas o de organismos autárquicos que los han designado o de quienes dependen. Los segundos cobran de empresas grandes y pequeñas, comerciantes, profesionales y otros empleadores, denominados "actividad privada" y que no tienen capacidad de paralizar servicios públicos, ni demorar el comienzo de clases o suspender la atención en los hospitales.

El FMI, con tal de cobrar sus acreencias, esta vez ha preferido eludir la exigencia de reformas estructurales, para alinearse con el gobierno ante los bonistas y omitir toda referencia a estas como palanca de crecimiento.

Si la Argentina pudiese "sacarse de encima" el problema de la deuda, a la mañana siguiente todo seguiría igual. El Estado debería atender sus pagos con fondos que no le alcanzarían, pues no tendría equilibrio primario. Cristina Kirchner y Mauricio Macri siguieron alimentando al cocodrilo, endeudándose para cubrir el déficit, además de utilizar el impuesto inflacionario. Pero en default, sin crédito externo, los pesos necesarios no saldrían de una galera, sino de la "maquinita".

Y el cocodrilo, siempre ávido de recursos, sabe que primero le toca a él. Y que las políticas expansivas, los regímenes especiales u otras fórmulas "inteligentes" de reactivación que requieran aportes de fondos, capital de trabajo, aumento de personal u otras formas de arriesgar dinero en la Argentina, tendrán que esperar hasta que a nuestro saurópsido arcosaurio se le vaya el insaciable apetito.

En términos de solidaridad, no hay que preocuparse: si los mercados mundiales se cierran, al cocodrilo también le gusta la inflación.


Fuente:https://www.lanacion.com.ar/editoriales/un-cocodrilo-bajo-la-cama-nid2336471

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