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El laberinto argentino
Si nuestros dirigentes se juntaran y acordaran algo, tal vez el riesgo país empezaría a bajar.
Cristina Kirchner y Mauricio Macri, durante un encuentro en 2014 en las oficinas de Facebook.
Alejandro Borensztein
29/12/2018
La gran ventaja que tienen Macri, Cristina, Massa, Scioli, Solá, Michetti y demás dirigentes actuales es que les toca ser comparados con líderes extranjeros francamente impresentables como Trump, Putin, Theresa May, Salvini o Puigdemont. Próximamente Bolsonaro.
En cambio si tuviéramos que compararlos con líderes anteriores como Mandela, Clinton, Shimon Peres, Anwar el Sadat o Gorbachov pasarían un papelón. Imaginemos, hoy compiten: Konrad Adenauer vs .“El Cuervo” Larroque. Morirse.
Sin embargo, aunque nuestros dirigentes de hoy son los mejores del mundo, todavía no pueden encauzar problemas como la pobreza y sus derivados.
Ya entendimos que la pobreza se resuelve con trabajo, el trabajo se genera con inversión, las inversiones necesitan de confianza, la confianza se construye con estabilidad, la estabilidad demanda grandes cambios y los grandes cambios requieren de grandes acuerdos políticos. Un circuito tan simple como imposible para nuestros dirigentes.
El termómetro que mide la salud de este circuito se denomina “riesgo país”. Cuando afuera ven que debemos un fortuna y huelen que no vamos ni para atrás ni para adelante, inmediatamente deciden que, para prestarnos más plata, tenemos que pagar la tasa de interes de EEUU, aproximadamente 3%, más una sobretasa por el riesgo país del 8%, al día de hoy.
Si nuestros dirigentes se juntaran y acordaran algo, afuera dirían “mirá que bien estos argentos que dicidieron enfrentar su quilombo”, y el riesgo país empezaría a bajar inmediatamente.
Veamos esta conexión entre política y macroeconomía de una manera más simple.
Imaginemos a un joven cuentapropista que monta en su barrio un negocito, por ejemplo una humilde librería de útiles escolares. Vende lápices, biromes, sacapuntas, reglas, cuadernos, etc. Laburando como un perro y con alguna ayudita de los viejos, en algún momento logra comprarse un dos ambientes.
Un día el tipo se casa con el amor de su vida y los dos se van a vivir felices al bulo. Al año nace el primer bebé. Hermoso. Ellos duermen en el dormitorio y el gordito en el living. Luego nace el segundo, otro gordito. Ahora los dos bebotes pasan al dormitorio y los padres van al sofá cama del living.
Buscando la nena, la parejita insiste y llega el tercero. A los efectos de esta historia ya no importa si es varón o nena porque de todas maneras no tienen donde carajo meterlo.
La jermu empieza a cuestionarse por qué no se casó con el rotisero de enfrente que factura lo mismo que su marido pero, como vende todo en negro, ya tiene un piso en Libertador.
¿Qué hace el pobre librero con la mujer y los tres pibes? Muy simple: pone en alquiler su depto de dos ambientes y alquila uno de tres en otro barrio, bien lejos, porque además el tipo se avivó de que su mujer miraba de reojo al rotisero y todas las tardes volvía al dos ambientes con una bandejita de vitel tone.
Finalmente se mudan y lo primero que hace el marido es embarazar otra vez a su mujer para bloquear al rotisero.
Lo que el librero no sabía es que el alquiler que va a cobrar por su bulo de dos ambientes está considerado como un ingreso más y tributa entre 20% y 30% de impuesto a las ganancias, según el caso. Pero el nuevo alquiler que a su vez el tipo tiene que pagar, no se toma como gasto ni se descuenta del impuesto a las ganancias.
O sea que la movida que el pobre tipo hizo para tener un dormitorio más, darle un poquito de espacio a esas cuatro bestias que no paran de morfar y alejar a su jermu del rotisero que todas las tardes le llenaba la heladera de ensalada rusa, le termina costando un fangote de impuestos. Tributa por el alquiler que cobra pero no descuenta por el alquiler que paga. Así es nuestro sistema impositivo, por dar sólo un pequeño ejemplo.
Esta y otras guachadas fueron inventadas por la dirigencia argentina hace años para resolver un quilombo que ellos mismos fueron agravando con el tiempo y que esta semana el reconocido economista Orlando Ferreres definió en una columna de manera contundente: 8 millones de argentinos trabajan en el sector privado para mantener a 19 millones que cobran del sector público.
Ante esto, sólo hay dos caminos. O la dirigencia argentina depone sus mezquindades, se tragan el ego y acuerdan reformas que hagan viable al país o el pobre librero va a pagar impuestos hasta que reviente. O hasta que el rotisero se lleve a la jermu con los cuatro pibes y él pueda volver feliz a su glorioso bulincito de dos ambientes.
¿Como salimos de este laberinto? Como de cualquier otro: por arriba, con creatividad y pensamiento lateral. La historia siempre tiene ejemplos que enseñan el camino. Veamos.
Durante décadas, los países árabes combatieron a Israel con el objetivo explícito de exterminarlo. Bajo el lema “vamos a echar a los judíos al mar”, Egipto lideró la ofensiva, primero al mando del Coronel Nasser y luego con Anwar el Sadat. Pero cada vez que atacaban se comían una paliza de novela.
La última fue en 1973, con la guerra de Yom Kippur (Día del Perdón), cuando varios países árabes sorprendieron a Israel atacándolo en plena celebración religiosa. Como si Brasil, Chile y Paraguay nos invadieran en Nochebuena. Luego de 48 horas devastadoras, Israel revirtió la situación y logró una victoria épica.
Una mañana de 1977 el líder egipcio Anwar el Sadat se despertó inspirado y mientras se afeitaba entendió que la cosa no daba para más. Al toque anunció que se iba a tomar un avión a Tel Aviv y que, si alguien estaba dispuesto a recibirlo, él iba a estar allí para dialogar. Semejante movida no se la vió venir nadie. El mundo se conmovió. La comunidad internacional se paralizó. Un capo.
Cuando aterrizó lo estaba esperando todo el gobierno israelí incluyendo a Menahem Beguin y Golda Meier. Llegó un sábado justo cuando salía la primera estrella, o sea cuando termina el shabbat. Y como en shabbat los judiós no podemos hacer casi nada, los tipos llegaron corriendo al aeropuerto sin siquiera tener tiempo de bañarse y perfumarse. En realidad les está permitido bañarse pero con agua fría. Era invierno.
El egipcio Anwar El Sadat, el estadounidense Jimmy Carter y el israelí Menachem Begin, en el primer encuentro en Camp David. (Casa Blanca via AP)
Golda Meier abrazó a Sadat y le dijo “hace años que lo estábamos esperando”. Supongo que el egipcio habrá pensado “de haber sabido que tenían esta baranda no hubiera venido nunca” pero contestó como un caballero: “lo importante es que acá estoy”.
Al año siguiente Sadat y Beguin firmaron los acuerdos de Camp David y recibieron el Premio Nobel de la Paz. Aunque en 1981 Sadat fue asesinado por extremistas, desde entonces Egipto e Israel mantienen relaciones como dos países normales. Salieron del laberinto por arriba.
¿Qué dirigente argentino sería capaz de seguir el ejemplo de Sadat, sortear las diferencias e inciar un camino de acuerdos?
¿Podría Cristina despertar un día y anunciar que va a la Rosada para dialogar con Macri y acordar políticas de Estado? Difícil. No le entregó el mando en 2015 ni le atendió el teléfono en 8 años mientras fue Jefe de Gobierno de la Ciudad. Salvo que aparezca una hada madrina, la toque con la varita mágica y la convierta en algo civilizado, no la veo.
¿Podría el resto del peronismo tener un gesto de desprendimiento? “Allá vamos presidente, dispuestos a dar lo que hay que dar”. Esa me suena más posible.
¿Entenderá el presidente Macri que le cabe a él la mayor responsabilidad de dar el gran salto? Mmmm, Durán Durán.
Siempre escuché decir que dependemos de una buena cosecha y de que le vaya bien a Brasil, un país que sólo representa el 2,3% del PBI mundial. O sea, somos un piojo montado en un cuis rezando que llueva para que no haya sequía pero no mucho para que no se inunde todo.
Quizá los dirigentes reflexionen y 2019 nos depare una sorpresa. El librero se lo merece.
Amigo lector, relájese. El año que viene va a ser mejor porque peor que este es imposible.
Y vos Gato, descansá todo lo que puedas y preparate. Se viene un año que te la voglio dire. Felicidades para vos, Juliana y toda la cría.
Feliz 2019 para todos.
Fin de temporada.
Fuente: www.clarin.com vía Google
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