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La Iglesia, los divorciados y las nuevas uniones
El documento papal Amoris Laetitia plantea la opción por una lógica de la misericordia y la compasión, que facilite la inclusión
MIÉRCOLES 13 DE ABRIL DE 2016
La opinión pública, en general, y la grey católica, en particular, esperaban con profundo interés la exhortación apostólica Amoris Laetitia (La alegría del amor), del papa
Francisco, donde, entre otros temas, expresa su enfoque en el tratamiento de la situación de los divorciados y vueltos a casar civilmente, incluyendo entre ellos tanto a los
solteros que contraen enlace con personas divorciadas como a las parejas que vienen de fracasos matrimoniales y han celebrado matrimonio civil, de quienes señala que participan
"de modo incompleto" de la vida de la Iglesia y deben ser integrados.
La cuestión ciertamente no es nueva y recoge miradas diferentes en distintas comunidades cristianas, a partir de temas tales como la concepción católica acerca de la
indisolubilidad del matrimonio y el acceso a los demás sacramentos por parte de los católicos separados que han vuelto a casarse.
El documento papal, que suscitó críticas en sectores conservadores, sugiere que, más allá de las normas y las rigideces de la doctrina, es necesaria una mayor apertura hacia las
familias con "situaciones irregulares", que deben ser acompañadas siempre. Más aún, deja abiertas las puertas para que los divorciados vueltos a casar puedan tomar la comunión
"en ciertos casos", algo que hasta ahora sólo podían hacer si vivían como hermana y hermano, esto es, sin tener relaciones sexuales.
No hay dudas de que todos tienen el derecho a la reconciliación, pero al continuar conviviendo, como parece indudable que mayoritariamente sucede, hay quien cuestiona el llamado
"propósito de enmienda", que es un requisito de la absolución. Por otra parte, parece absurdo pedirles a esos fieles que estén en un permanente estado de confesión o pedido de
reconciliación, lo que también abre dudas acerca del alcance del perdón recibido, que pareciera ser más amplio que el que supondría un arrepentimiento permanente. Pero vivir
tales uniones "como hermanos" parece algo impracticable.
Naturalmente, la reconciliación abre la posibilidad de acceder a la eucaristía, sacramento especialmente importante para la vida de los católicos y para su participación en la
Iglesia. Quien pide perdón por su falta, pero no puede cambiar su realidad actual, y solicita acceder a la comunión, es una "oveja" que forma parte del rebaño y que quiere
participar en la vida de éste. Su situación no puede convertirlo en réprobo para siempre, y su castigo no debería ser la privación de lo que constituye para los católicos
practicantes el alimento espiritual por excelencia.
Lejos de poner el acento en el rigor de la norma, el papa Francisco identifica a quienes atraviesan "situaciones irregulares" con la imagen del "hospital de campaña" que él
quiere para la Iglesia. En ese sentido, llama en el texto a "evitar los juicios que no tienen en cuenta la complejidad de las diversas situaciones" y aclara que esas parejas "no
tienen que sentirse excomulgadas, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia".
El Papa parte de una visión pastoral, basada en la lógica de la compasión y la misericordia, y cuando señala que hay que "acompañar, discernir e integrar", se está enfocando en
casos concretos o situaciones particulares, mostrando el camino de la labor pastoral. Así, expresa que los sacramentos son una ayuda y que la eucaristía no es un premio a los
fuertes, sino una ayuda a los débiles, al tiempo que recuerda a los sacerdotes que el confesionario "no debe ser una sala de tortura".
El tema planteado es particularmente delicado, y enraíza en aspectos de la fe católica que no pueden ser soslayados fácilmente, pero ello no quita que la visión de esta cuestión
no pueda actualizarse -como viene haciéndolo el Sumo Pontífice- y acercarse a esta realidad con una actitud misericordiosa e inclusiva.
La problemática consiste en conciliar dos posturas, pues ni la sola conciencia individual podría dar con la verdad, ni la mera disciplina de las normas, llevar a la salvación. En
esa tensión, el Papa prioriza el camino de la misericordia.
Francisco propicia una mirada que ponga el centro de atención en personas con situaciones particulares y con dificultades concretas, y que la jerarquía eclesiástica busque nuevos
senderos para ir al encuentro de sus fieles. Se trata, en la visión evangélica del Sumo Pontífice, de atender la realidad y el sufrimiento de la gente antes que la defensa de
principios legales al margen de lo que realmente sucede. Es una opción por una "teología de la misericordia" y del encuentro con Dios, precisamente en el Año de la Misericordia.
LA NACION Opinión Editorial
Fuente: www.lanacion.com.ar
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