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Marihuana, fantasía y realidad
Julio María Sanguinetti
10 DE ABRIL DE 2017
Tanta ha sido la publicidad sobre la ley uruguaya de legalización de la marihuana que en esta temporada estival, en que el país se llenó de turistas, fueron muchos los desprevenidos que iban a la farmacia a comprar la droga pensando que allí estaría, junto a los antibióticos y los analgésicos. Ocurre que una cosa es la ley y otra, la realidad.
Recordemos que en Uruguay no hay penalización para el consumo y tenencia del cannabis desde 1974 y que la ley actual, de diciembre de 2013, establece tres vías para su disposición: 1) autocultivo, con un máximo de 6 plantas y 480 gramos al año; 2) clubes de membresía, de entre 15 y 40 miembros, 99 plantas como máximo y 480 gramos por persona; 3) venta en las farmacias de marihuana -producida por agricultores bajo concesión del Estado- a compradores registrados en el instituto oficial que maneja el tema y posee el monopolio de importación de semillas (Instituto de Regulación y Control del Cannabis, Ircca).
A la fecha hay registrados 6235 autocultivadores y 38 clubes de membresía. La venta en las farmacias no ha comenzado, pese al lapso transcurrido, porque el costo de producción no se considera competitivo con la marihuana importada. Con todo, se anuncia para el próximo mes de julio el comienzo de las ventas en un grupo de farmacias relativamente reducido. A diferencia del tabaco, ese comercio está exonerado de impuestos.
Es notorio que el actual presidente uruguayo, doctor Tabaré Vázquez, no es partidario de la ley y no pierde ocasión de afirmar que, si bien hay que cumplirla, es maligno el consumo de cualquier droga, que la "regulación" no es liberalización y que se irán monitoreando los resultados para hacer los cambios que la realidad pudiera aconsejar. El dilema presidencial es que en su primer mandato (2005-2010) lanzó una exitosa campaña contra el consumo del tabaco, de amplia repercusión internacional, que resulta groseramente contradictoria con este jolgorio marihuanesco que abrió su antecesor, José Mujica.
¿Qué nos están diciendo los hechos? Que entre 2001 y 2014 el consumo de marihuana aumentó seis veces en Uruguay y que la tasa de prevalencia (persistencia en el consumo) es del 9,3% del total de la población. Tasas muy altas, que se registran particularmente entre los jóvenes. El narcotráfico no se ha reducido porque los menores de 18 años no acceden a la marihuana autorizada, la cocaína también ha aumentado algo y las más modernas drogas químicas se han generalizado.
Si abordamos el tema desde el ángulo de la salud (que debiera ser el prioritario), nos encontramos con un enorme riesgo: los jóvenes no tienen la menor idea de los daños psíquicos, científicamente comprobados, que produce el consumo de marihuana, especialmente cuando comienza antes de los 18 años. Así como nuestra generación ignoraba, por los años 50, los males del tabaco, la actual desconoce el impacto del cannabis en las depresiones, memoria, atención, esquizofrenia y aun capacidad cognitiva. No hay academia de medicina en el mundo o cátedra de psiquiatría que ignoren este impacto sobre la salud. Lo reitera constantemente la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de las Naciones Unidas. Sin embargo, para la generalidad es una simple expresión de libertad, de rebeldía juvenil, de inocente búsqueda placentera.
A todo ello se añade una irresponsable campaña sobre los usos médicos de la marihuana, que induce a creer que es una especie de "curalotodo" de amplio espectro. Por cierto, es posible esa utilización, como históricamente fue la del opio, por ejemplo, pero mediante una producción científica, en laboratorios, con las garantías debidas y los usos adecuados.
Todos tenemos bien claros los riesgos del tabaco y del alcohol. Con la marihuana ocurre lo contrario. Pese a que se sabe que la gran mayoría de los adictos a las drogas comenzaron por ella, está de moda, es divertida, hasta progresista... No ignoramos la tendencia mundial hacia su liberalización, y algunas buenas razones que pueden sustentarla, pero nos alarma la irresponsabilidad con que se soslaya la repercusión sobre la salud. Es una imperdonable frivolidad.
Ex presidente de Uruguay
Fuente:www.lanacion.com.ar
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