OPINIÓN
La sociedad se refleja en su ídolo
Héctor M. Guyot
27 de Noviembre de 2020
El 22 de junio de 1986, en el Mundial de México, la selección argentina de fútbol le ganó a Inglaterra 2 a 1 con dos goles de Maradona. En el primero, el diez salta frente al área chica para disputarle una pelota llovida al arquero inglés. Diego llega primero y la mete dentro del arco gracias a un veloz movimiento de la mano que el árbitro no registra. En el segundo, desde atrás de mitad de cancha, con la pelota atada a su pie izquierdo, Maradona deja un tendal de jugadores ingleses en el camino hasta que la empuja hacia la red. "En el mismo partido, Dios y diablo, marcó los dos goles más famosos de la historia del fútbol", resumió el presidente francés, Emmanuel Macron, en una sentida carta de homenaje.
No sabemos en cuál de los goles vio Macron a Dios y en cuál al diablo. La duda cabe porque el gol de la malicia, celebrado y discutido por igual, quedó finalmente adjudicado a la "mano de Dios", mientras que el otro, un derroche de talento y potencia, parece el resultado de un pacto fáustico. Lo que importa en todo caso es que en ese partido, en esos goles, se reflejan dos caras contrapuestas del ídolo. El bien y el mal, como sugiere la carta de Macron, la trampa y la virtud, la exhibición deslumbrante y aquello que debe permanecer oculto.
Puede leerse allí, en su hora de gloria, que la contradicción es un atributo que acompañó la vida de Maradona, más allá de la discusión acerca de dónde o cuándo era "Dios" y dónde o cuándo "diablo".
Es delicado comparar las características de un ídolo con las que se le asignan a la sociedad de la que surgió, pero el ejercicio queda justificado en tanto el mito construido alrededor del ídolo es de algún modo una proyección colectiva. Al mismo tiempo, creer que la sociedad es una sola y que es posible dotar a ese colectivo multifacético de atributos que apunten a un supuesto "ser nacional" también tiene sus riesgos, además de ser reduccionista e injusto. Menos metafísicos, podemos pensar en cambio en las correspondencias que existen entre ciertos aspectos de la personalidad de Maradona y algunas pulsiones que se expresan en la sociedad argentina que, convertidas en acto, van marcando el derrotero del país.
La contradicción, como se dijo, y al margen de cualquier connotación valorativa que quiera dársele, fue parte de la vida de Maradona.
La lúcida mirada de Jorge Ossona describió algunas en una nota aparecida ayer en este diario: despreciaba a los poderosos, pero terminó postrándose ante muchos de ellos; siempre fue el de Fiorito, pero disfrutaba de la riqueza "como el mejor de los bacanes" y miraba desde lejos el mundo de pobreza del que salió; reivindicaba a la familia, "pero sembró el mundo de hijos a los que despreció, aunque finalmente los reconoció" (en una actitud tardía que, al cabo, lo honra, apunta Ossona). Elija usted las contradicciones que marcan a nuestra sociedad. Lo ayudo con una: somos el paraíso de la amistad y la familia, del calor humano, pero desconfiamos unos de otros y, a falta de reglas de convivencia, vamos por la vida a los codazos en refriegas cotidianas que consumen nuestra mejor energía.
Otro atributo de Maradona era el corazón. En él, todo parecía ser sentimiento. Pocas veces el talento y la garra coinciden en una misma persona.
Maradona tenía ambas cosas en grado superlativo, pero diría que esa entrega total del corazón dentro de la cancha era lo que lo hacía único. Fuera del campo de juego, esa emocionalidad al palo lo traicionaba. Muchas veces fue aprovechada tanto por su entorno como por el poder, que buscó lavar crímenes y pecados asociándose al mito viviente y haciendo suyos los valores que la gente proyectaba en él. En correspondencia, hay en la sociedad que lo venera una tendencia a poner el sentimiento por encima de todo. Eso la lleva muy seguido a exacerbar en forma desmedida las emociones, lo que desvirtúa el sentimiento genuino y nubla el entendimiento. Por supuesto, esto es aprovechado por los poderosos y en especial por los políticos populistas, que manipulan las emociones y fomentan la devoción ciega hacia el líder para establecer una relación de subordinación que reduce a los ciudadanos a la condición de súbditos.
Tanto Maradona como la sociedad argentina se han caído y levantado muchas veces. Sin embargo, y al margen de su resistencia, persistió en los actos del ídolo una pulsión autodestructiva que fue reduciendo sus capacidades y lo condenó a una vida corta. Por más que sus adicciones y conflictos se hacían irremediablemente públicos a medida que los vivía, no me atrevo a arriesgar qué fantasmas o demonios internos lo llevaban en forma recurrente a hacerse mal. Podría decir lo mismo de nuestra sociedad, que hoy asiste al ataque que un gobierno elegido por el voto ha lanzado contra la Justicia y las instituciones que rigen su vida política y social. Toda sociedad, como toda persona, se define en el debate con sus fantasmas y demonios.
Fuente:https://www.lanacion.com.ar/opinion/la-sociedad-se-refleja-su-idolo-nid2522964
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