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EDITORIALES
Qué universidad queremos
No es de extrañar que el modelo meritocrático sea desdeñado para privilegiar las condiciones del facilismo que impone el Estado en las casas de estudios
4 de Julio de 2019
Una reciente nota de un colaborador de este diario hacía notar hace poco que en la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata hay "listas negras", que incluyen a algunos de los más destacados profesionales en la materia. Precisó que algo no muy diferente ocurre en cátedras de Ciencias Jurídicas, donde ya casi no se enseña derecho penal, sino un "defensorismo zaffaroniano", al tiempo que se ha prohibido en esa casa de altos estudios la creación de una cátedra libre, acusada de promover una posición contraria al aborto -esto es, favorable a la vida de madres e hijos-, pese a coincidir con la postura de la legislación vigente.
Las universidades nacionales consumen más de 100.000 millones de pesos al año del presupuesto nacional y, como en todos los otros rubros de la ley, son fondos aportados al fisco por los contribuyentes. Nadie les pregunta qué ideas quisieran ver reflejadas en la enseñanza académica.
Una de las tantas universidades de prestigio mundial, como la Johns Hopkins, fundada en 1876, con sede en Baltimore, en la costa este de los Estados Unidos, dice de sí misma que se dedica "con todo corazón y sin reserva alguna al desarrollo del conocimiento, al estudio de los problemas y a la formación de los hombres, todo ello a los mayores niveles de esfuerzo posible". En la determinación de esa alta misión convergen dos valores que suelen ser puestos a prueba en el funcionamiento de las más altas casas de estudio. Uno es el del pluralismo, que se invoca como el de "la libertad de cátedra". Fue una de las conquistas irrefutables en la Argentina de la Reforma Universitaria de 1918. No siempre, sin embargo, las puertas de aquellas casas se han abierto "sin reserva alguna".
El otro valor expresado por Hopkins, y en el que quisiéramos detenernos, es "el de los mayores niveles de esfuerzo posible". ¿Qué dicen los rectores, qué esperan los decanos y qué están dispuestos a dar como sacrificio por el estudio nuestros educandos?
En primer lugar, la mayoría, sobre todo la del activismo estudiantil tan bien representado por los movimientos de izquierda, rechaza los exámenes de admisión. Prescinden de que son razonables para mensurar vocaciones, determinar habilidades y ahorrar a la sociedad el costo de miles y miles de estudiantes crónicos a su indebido cargo. En términos proporcionales, la Argentina tiene menos graduados universitarios que Brasil, Chile, Colombia y México, a cuyas universidades se ingresa después de aprobar exámenes. Si dejamos en último lugar de las menciones a Cuba y a Nicaragua, que están en igual situación que aquellos, es por subrayar el evidente disparate de la izquierda de invocar en la Argentina razones ideológicas para defender lo que no es más que pura demagogia en la defensa del ingreso libre.
Solo uno de cada cuatro estudiantes de las universidades públicas se recibe en los tiempos preestablecidos. Y si bien los paros frecuentes que afectan a esas universidades no se extienden a las casas de estudios privadas, de estas egresa el 42,9 por ciento del alumnado frente al paupérrimo 25,5 por ciento de entre quienes gozan de gratuidad, según el Centro de Estudios de Educación Argentina (CEA).
El populismo es refractario, como decía nuestro colaborador, a los financiamientos alternativos respecto de lo que se imputa al presupuesto nacional, a los estímulos por rendimiento y a los rankings de calidad. Respecto de este último ítem, la izquierda reniega de la competencia sobre la base de que la vida académica se rige por otras reglas que las del deporte. Zonceras: comparar es conocer, y padres y alumnos tienen el derecho a saber cuál es el nivel de la enseñanza y cuáles sus resultados en el ámbito en que se hallan los hijos y los propios involucrados.
Así las cosas, no ha de extrañar que el "modelo meritocrático" haya sido desdeñado en un trabajo surgido de la Universidad de La Plata. Suponen que adoptarlo es privilegiar la idea de responsabilidad y esfuerzo individual frente a "la generación de condiciones por parte del Estado". ¿Qué condiciones? ¿Las del facilismo?
Si uno de los papeles centrales de la universidad, al margen de la formación educativa general y específicamente profesional, es la vinculación con el mundo laboral y el de la investigación y el desarrollo, la preparación no puede ser sino exigente y compensatoria, además, del déficit creciente en la sociedad argentina en relación con la cultura del estudio y del trabajo. Esa es la universidad que queremos.
Fuente:https://www.lanacion.com.ar/editoriales/que-universidad-queremos-nid2264344
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