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LIFESTYLE
Las palabras nunca son lo de menos
Sergio Sinay
3 de Febrero de 2019
Si nuestra vida dependiera de cómo hablamos y escribimos, de cómo usamos el lenguaje, si estuviéramos en riesgo de muerte cada vez que aplicamos mal una palabra, ya fuese en un texto o en una conversación, todos seríamos más prudentes y más conscientes al hablar, más cuidadosos en la forma de expresarnos, tanto al conversar como al escribir. Hace cuarenta años la escritora, traductora y lingüista vizcaína Leonor Tejada (1917-2015) advertía esto en Hablar bien no cuesta nada, una guía imperdible a la hora de honrar nuestro idioma. Si aquel riesgo hipotético sobre el que Tejada encendía alarmas estuviera vigente, nuestra vida se encontraría hoy en un peligro mayor. La relación de las personas con el idioma no hizo más que empeorar. A través de las redes sociales se abrevian palabras sin saber antes cómo se escriben sin abreviar, el habla está plagada de muletillas o comodines que no significan nada, que solo llenan el espacio de lo que no se sabe decir o no se tiene capacidad de expresar (desde el omnipresente "bolú", hasta el agobiante "¿me entendés?"). Sumemos las que Edward De Bono (mentor del pensamiento lateral y pionero en el estudio de los procesos de la mente) llama "palabras mazamorra". No tienen valor ni significado y su única función es permitir que se siga hablando. Y, sin agotar el tema, habría que señalar la pérdida de la vocalización y la modulación. Entre las generaciones jóvenes que impulsan este proceso y las mayores que se suman a él para no desentonar, producen un fenómeno por el cual las conversaciones devienen en un único y monótono sonido sin variaciones, sin inflexiones, en el que a menudo cuesta reconocer las palabras. Estas no se pronuncian. Directamente se patina sobre ellas.
Aunque pueda parecerlo, no es un tema menor. El lenguaje tal como hoy lo conocemos es una adquisición nueva en la historia humana. Según los especialistas no tiene más de 10 mil años. Y se trata de una de las más importantes y decisivas creaciones de la especie. Una herramienta esencial, nacida de la necesidad de comunicarnos, de expresar ideas, pensamientos, emociones, sentimientos, sensaciones, de transmitir memoria, tanto colectiva como individual, e historia, de imaginar, de proyectar. En fin, de alcanzar al otro y convivir. "La ortografía sirve de ropa para vestir los argumentos, y dice mucho sobre el gusto de una persona, sobre su trayectoria personal y la formación que recibió", reflexiona el lingüista y periodista español Alex Grijelmo, autor de La seducción de las palabras. Agrega este especialista: "Quizás el prestigio de la ortografía se ha resentido tras algunas propuestas encaminadas a suprimirla y a que se escriba como se habla. Si se hubieran aplicado, millones de obras publicadas hasta ahora resultarían ilegibles dentro de unos años, y la verdadera unidad de nuestra lengua (que se basa en la palabra escrita) habría saltado por los aires". La propuesta de escribir como se habla es un derivado de otro gran mal contemporáneo: la pereza mental. Todo esto no es gratuito. Las recientes pruebas Enseñar, efectuadas entre estudiantes de institutos de formación docente en nuestro país, revelaron que el 40% de esos futuros docentes tienen serios problemas para leer y escribir.
El deterioro del idioma denuncia el deterioro del pensamiento. "Si no manejas los instrumentos de la expresión, terminas empobreciendo tu pensamiento o al menos su transmisión. Escribir y hablar bien sirve para expresar mejor tus ideas, no es un capricho", apunta el novelista Julio Llamazares. La pobreza del lenguaje y la pobreza de su contenido van de la mano. Honrar la palabra como herramienta del pensamiento y la comunicación es algo que urge, antes de que volvamos a comunicarnos con piedras, garrotes y gruñidos aunque nos rodee la más sofisticada tecnología.
Fuente:La Nación Revista
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