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OPINIÓN
Tentaciones y peligros del rating al palo
Héctor M. Guyot
7 de abril de 2018
El sábado pasado, Mirtha Legrand mordió la banquina. El espacio que les concedió en su cena a las venenosas acusaciones de una difamadora profesional que provocó un escándalo despertó una ola de críticas. Nadie diría que esas reacciones carecen de sustento, pero haríamos mal si alzáramos solo la voz y no la mirada. Si atendemos a lo que pasa alrededor, admitiremos que estamos todos viajando a alta velocidad sobre una carretera regada de manchas de aceite, con el riesgo de irnos derecho y sin escalas a la zanja. El episodio debería ser entendido entonces como un síntoma del grave estado del sistema mediático en que vivimos. En el reino de los "me gusta", lo único que existe es la tiranía del rating. En los medios, unidos hoy en un solo tejido que pasa por las redes sociales, todo es efecto, impacto para ganar audiencia. En ese vértigo, basado en un complejo mix de disponibilidad tecnológica, afanes o desvelos comerciales, intereses políticos y una extendida necesidad de protagonismo, la verdad ocupa un lugar secundario y va camino de volverse irrelevante.
"Llamen a los bomberos, va a salir fuego de esta mesaza", fogoneaba Nacho Viale, productor del programa, unas horas antes. La predicción se cumplió. Hubo incendio y las llamas provocaron daños. Primero, en el buen nombre de algunos periodistas y famosos que pronto quedaron libres de sospecha de un delito aberrante por una oportuna intervención del procurador general bonaerense, Julio Conte Grand. Pero el fuego alcanzó también a Mirtha y a su nieto y productor, que pidió disculpas y, con signos de arrepentimiento, se confesó enceguecido por el rating. Cada cual es responsable de establecer sus propios límites. Más allá de esto, y de la probable existencia de una operación en las sombras, hay que decir que lo de Viale quizás haya sido solo un error de cálculo. Forzó con imprudencia las reglas de juego actuales, que en el campo del periodismo, donde se va imponiendo el clic como única medida del éxito, hoy promueven la epidemia de declaraciones, a más ligeras y efectistas mejor. Lo que se dice prevalece ante los hechos, más densos y aburridos. También, más caros y difíciles de obtener. La sociedad del espectáculo, en la que todos estamos expuestos, es una usina de escándalos efímeros que se tragan unos a otros en la babel de voces de las redes, eclipsando los escándalos verdaderos. Hemos farandulizado la política y el periodismo podría seguir la misma suerte.
La tiranía del "me gusta" se impone como una característica cada vez más inevitable de la ecología mediática actual. Además de la ambición individual por figurar o "existir", hay razones económicas y tecnológicas que así lo determinan. Las redes y las grandes corporaciones como Facebook y Google no solo revolucionaron el modo en que circulan las noticias, sino que, por esta razón, han trastocado el modo en que se financiaban los medios tradicionales. El grueso de la pauta publicitaria la concentran hoy estas grandes empresas, que cuentan con dos grandes ventajas: al no considerarse productores de contenido, sino simples transmisores, no asumen responsabilidad sobre la veracidad de las noticias e historias que circulan en ellas; por otro lado, cuentan con datos personales e información de millones de usuarios, que procesados con la última tecnología son la miel de anunciantes que, obviamente, buscan maximizar su inversión. En una de sus facetas, quizá la más crítica, las redes son el paraíso del marketing.
En este escenario, los medios en general y el periodismo en particular están ante una encrucijada. Obligados a generar clics para no perecer, deben decidir si lo hacen desde el vale todo de las redes o desde el rigor profesional que ha sido, al menos desde que la información de calidad representó un valor, la carta fuerte (y también monetizable, como se dice ahora) del mejor periodismo. Las audiencias virtuales se han desacostumbrado a pagar por lo que consumen y se han vuelto menos exigentes. Consumen, muchas veces sin saberlo, información falsa. Tóxica. En un sistema mediático en crisis, florecen a nivel global la posverdad, las operaciones y las manipulaciones, como la que llevó adelante la campaña de Trump y puso bajo la lupa a Facebook. Todo esto amenaza incluso la salud de las democracias. En ese terreno, la verdad es desplazada por declaraciones escandalosas o mentiras, tal como ocurrió el sábado pasado por la noche en la televisión argentina.
El buen periodismo, aquel que ofrece información verificada y la separa de la opinión, será siempre un antídoto contra el engaño del que, en estos tiempos, nadie está exento.
Fuente:www.lanacion.com.ar
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