CARTAS DE LECTORES
3 de febrero de 2018
Curar las heridas
En 2016, Francisco exteriorizó ante el periodista Morales Solá su deseo de una Iglesia abierta, comprensiva, que acompañe a las familias heridas. Apelando a ese compromiso le escribí entonces una carta solicitando nos ayudara precisamente a curar las heridas que la dolorosa década del 70 generó en los deudos de las víctimas de la guerrilla. Formalmente le solicité nos concediera una audiencia, a la que asistiría junto a María Cristina Picón, viuda de Viola, quien, el 1° de diciembre de l974, embarazada de cinco meses, vio cómo un comando del ERP asesinaba por la espalda a su marido, el capitán Humberto Viola, a su hija María Cristina, de tan solo tres años, y dejaba gravemente herida a María Fernanda Viola, de cinco. Mi padre, el coronel Argentino del Valle Larrabure, fue secuestrado, torturado y asesinado por el ERP, en pleno gobierno constitucional. Dije en mi carta que no defendíamos al Proceso, porque a nuestros familiares los asesinaron antes de que este comenzara.Tampoco albergamos odio en nuestro corazón. Propiciamos la cultura del encuentro que rescate el sagrado valor de todas las vidas, el que es negado por el falso relato de la memoria, que llama "ajusticiamientos" a los asesinatos asignando subliminalmente a los guerrilleros el derecho de secuestrar, torturar y matar. Creía que en el año de la misericordia y del bicentenario de nuestra dolida patria era fundamental generar gestos que evidenciaran que para el dolor de una madre no hay ideologías. Francisco, al recibir a Hebe de Bonafini, había remarcado que ante un dolor semejante uno debe inclinarse y dejar de lado los agravios. Las víctimas de la guerrilla integran una nueva clase de desaparecidos: los desaparecidos de la memoria pública. Pese a ello - afirmé entonces-, desde muy joven he intentado honrar el mandato que mi padre dio a nuestra familia poco antes de morir: "Aunque suceda lo peor, no deben odiar a nadie y devolver la bofetada poniendo la otra mejilla". Francisco nos ha hablado de las periferias existenciales adonde deben llegar los pastores con olor a oveja para llevar el consuelo y la voz del Evangelio.
Situados en la periferia existencial donde han sido colocados los deudos de las víctimas del terrorismo guerrillero, aguardo aún su respuesta.
Arturo C. Larrabure
alarrabure@gmail.com
Fuente:https://www.lanacion.com.ar/2106255-de-los-lectores-cartas-mails
En su segundo día en Chile, el Papa Francisco preside la Santa
Misa en el Parque O'Higgins en Santiago, luego de haber tenido un encuentro con
las autoridades.
A continuación el texto completo:
«Al ver a la multitud» (Mt 5,1). En estas
primeras palabras del Evangelio que acabamos de escuchar encontramos la actitud
con la que Jesús quiere salir a nuestro encuentro, la misma actitud con la que
Dios siempre ha sorprendido a su pueblo (cf. Ex 3,7).
La primera actitud de Jesús es ver, mirar el
rostro de los suyos. Esos rostros ponen en movimiento el amor visceral de Dios.
No fueron ideas o conceptos los que movieron a Jesús… son los rostros, son las
personas; es la vida que clama a la Vida que el Padre nos quiere transmitir.
Al ver a la multitud, Jesús encuentra el
rostro de la gente que lo seguía y lo más lindo es ver que ellos, a su vez,
encuentran en la mirada de Jesús el eco de sus búsquedas y anhelos. De ese
encuentro nace este elenco de bienaventuranzas que son el horizonte hacia el
cual somos invitados y desafiados a caminar.
Las bienaventuranzas no nacen de una actitud
pasiva frente a la realidad, ni tampoco pueden nacer de un espectador que se
vuelve un triste autor de estadísticas de lo que acontece.
No nacen de los profetas de desventuras que se contentan con sembrar
desilusión. Tampoco de espejismos que nos prometen la felicidad con un «clic»,
en un abrir y cerrar de ojos.
Por el contrario, las bienaventuranzas nacen
del corazón compasivo de Jesús que se encuentra con el corazón compasivo y
necesitado de compasión de hombres y mujeres que quieren y anhelan una vida
bendecida; de hombres y mujeres que saben de sufrimiento; que conocen el
desconcierto y el dolor que se genera cuando «se te mueve el piso» o «se
inundan los sueños» y el trabajo de toda una vida se viene abajo; pero más
saben de tesón y de lucha para salir adelante; más saben de reconstrucción y de
volver a empezar.
¡Cuánto conoce el corazón chileno de
reconstrucciones y de volver a empezar; cuánto conocen ustedes de levantarse
después de tantos derrumbes! ¡A ese corazón apela Jesús; para que ese corazón
reciba las bienaventuranzas!
Las bienaventuranzas no nacen de actitudes
criticonas ni de la «palabrería barata» de aquellos que creen saberlo todo pero
no se quieren comprometer con nada ni con nadie, y terminan así bloqueando toda
posibilidad de generar procesos de transformación y reconstrucción en nuestras
comunidades, en nuestras vidas.
Las bienaventuranzas nacen del corazón misericordioso
que no se cansa de esperar. Y experimenta que la esperanza «es el nuevo día, la
extirpación de una inmovilidad, el sacudimiento de una postración negativa»
(Pablo Neruda, El habitante y su esperanza, 5).
Jesús, al decir bienaventurado al pobre, al
que ha llorado, al afligido, al paciente, al que ha perdonado... viene a
extirpar la inmovilidad paralizante del que cree que las cosas no pueden
cambiar, del que ha dejado de creer en el poder transformador de Dios Padre y
en sus hermanos, especialmente en sus hermanos más frágiles, en sus hermanos
descartados.
Jesús, al proclamar las bienaventuranzas
viene a sacudir esa postración negativa llamada resignación que nos hace creer
que se puede vivir mejor si nos escapamos de los problemas, si huimos de los
demás; si nos escondemos o encerramos en nuestras comodidades, si nos
adormecemos en un consumismo tranquilizante (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium,
2). Esa resignación que nos lleva a aislarnos de todos, a dividirnos,
separarnos; a hacernos los ciegos frente a la vida y al sufrimiento de los
otros.
Las bienaventuranzas son ese nuevo día para
todos aquellos que siguen apostando al futuro, que siguen soñando, que siguen
dejándose tocar e impulsar por el Espíritu de Dios. Qué bien nos hace pensar
que Jesús desde el Cerro Renca o Puntilla viene a decirnos: bienaventurados…
Sí, bienaventurado vos y vos; a cada uno de nosotros. Bienaventurados ustedes
que se dejan contagiar por el Espíritu de Dios y luchan y trabajan por ese
nuevo día, por ese nuevo Chile, porque de ustedes será el reino de los cielos.
«Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de
Dios» (Mt 5,9).
Y frente a la resignación que como un murmullo grosero socava nuestros lazos
vitales y nos divide, Jesús nos dice: bienaventurados los que se comprometen
por la reconciliación. Felices aquellos que son capaces de ensuciarse las manos
y trabajar para que otros vivan en paz. Felices aquellos que se esfuerzan por
no sembrar división. De esta manera, la bienaventuranza nos hace artífices de
paz; nos invita a comprometernos para que el espíritu de la reconciliación gane
espacio entre nosotros.
¿Quieres dicha? ¿Quieres felicidad? Felices
los que trabajan para que otros puedan tener una vida dichosa. ¿Quieres paz?,
trabaja por la paz. No puedo dejar de evocar a ese gran pastor que tuvo
Santiago cuando en un Te Deum decía: «“Si quieres la paz, trabaja por la
justicia”… Y si alguien nos pregunta: “¿qué es la justicia?” o si acaso
consiste solamente en “no robar”, le diremos que existe otra justicia: la que
exige que cada hombre sea tratado como hombre» (Card. Raúl Silva Henríquez,
Homilía en el Te Deum Ecuménico, 18 septiembre 1977).
¡Sembrar la paz a golpe de proximidad, de
vecindad! A golpe de salir de casa y mirar rostros, de ir al encuentro de aquel
que lo está pasando mal, que no ha sido tratado como persona, como un digno
hijo de esta tierra. Esta es la única manera que tenemos de tejer un futuro de
paz, de volver a hilar una realidad que se puede deshilachar.
El trabajador de la paz sabe que muchas veces
es necesario vencer grandes o sutiles mezquindades y ambiciones, que nacen de
pretender crecer y «darse un nombre», de tener prestigio a costa de otros. El
trabajador de la paz sabe que no alcanza con decir: no le hago mal a nadie, ya
que como decía san Alberto Hurtado: «Está muy bien no hacer el mal, pero está
muy mal no hacer el bien» (Meditación radial, abril 1944).
Construir la paz es un proceso que nos
convoca y estimula nuestra creatividad para gestar relaciones capaces de ver en
mi vecino no a un extraño, a un desconocido, sino a un hijo de esta tierra.
Encomendémonos a la Virgen Inmaculada que
desde el Cerro San Cristóbal cuida y acompaña esta ciudad. Que ella nos ayude a
vivir y a desear el espíritu de las bienaventuranzas; para que en todos los
rincones de esta ciudad se escuche como un susurro: «Bienaventurados los que
trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).
Fuente:https://www.aciprensa.com/noticias/0859-1612018-eduardo-berdejo-homilia-del-papa-francisco-en-la-misa-en-santiago-de-chile-55219
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