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OPINIÓN | EDITORIAL
La palabra, un simple reflejo
Resulta lastimoso escuchar a un expresidente pronunciarse como procaz y despectivamente lo hace la señora de Kirchner, tanto en público como en privado
24 de febrero de 2018
Muchas veces se dice que una buena forma de conocer a una persona consiste en ver cómo trata y se dirige a sus personas más cercanas, puertas adentro. Los términos que la expresidenta Cristina Kirchner ha utilizado en conversaciones privadas que han trascendido recientemente poco de nuevo sacan a la luz; en todo caso confirman las presunciones de muchos.
Todos, en menor o mayor medida, solemos usar en privado palabras que no elegiríamos pronunciar en público, ya sea porque son demasiado coloquiales, porque pueden molestar e incluso herir a quien nos escucha o, simplemente, porque nos rige un sentido de la educación, de la ética y del respeto que nos inhibe verbalizar eventuales pensamientos por estimarlos inoportunos, enojosos o desagradables.
Cristina Kirchner minimiza la fortísima repercusión negativa que tienen sus insultos contra funcionarios, exmiembros del gabinete nacional, expartidarios y opositores, en diálogos telefónicos que mantuvo con el exsecretario general de la Presidencia Oscar Parrilli. "Ahora me denuncian por decir malas palabras", fue la reacción de la expresidenta, victimizándose una vez más, al trascender públicamente las primeras escuchas ordenadas por la Justicia en una de las tantas causas en las que se la investiga por diversos delitos.
Lo cierto es que no existe tal denuncia, pero sí que se ha generalizado una notable repulsión frente a la catarata de groserías que los ciudadanos le oímos proferir. Poco importa que lo haya hecho en contactos privados, ¿o acaso una chabacanería o una bestialidad lingüística pasa a ser aceptable si no trasciende?; ¿o tal vez alguien cree que esa verborragia altanera y soez no expresa su sentir más profundo y da cuenta de un indisimulable resentimiento?
No son solo las "malas palabras", si es que estas existen, tal como explicaba con picardía el escritor Roberto Fontanarrosa a un grupo de maestros reunidos en el Congreso de la Lengua Española, en 2004. El tema pasa especialmente por las formas y las oportunidades en que se dicen y por lo que simbolizan en determinados contextos.
Si alguien que alguna vez tuvo responsabilidades de máxima conducción de un país califica de "pe...do" a un exsubordinado suyo; de "imbécil" a un actual intendente peronista; de "traidor h' de p..." a un senador propio que se distanció; si manda a las autoridades de su partido a "suturarse el o..." o "a la c... de su hermana" a los empresarios que protestan, podríamos concluir que pocos gozaron de su más mínimo y elemental respeto, ni por sus funciones ni tampoco por su condición de personas. Esa grosera forma de dirigirse en privado hacia quienes en otro momento contaron, supuestamente, con su absoluta confianza lleva a presuponer cómo pudo haber sido el trato puertas adentro para con todos aquellos que políticamente se encontraban en la vereda opuesta, muchos de los cuales, sin embargo, solían ser depositarios de sus calurosos elogios públicos en una muestra más de la hipocresía y falsedad a las que tantas veces nos somete la política.
En su prólogo del libro Guarangadas K, de Diego Bigongiari, el periodista Miguel Wiñaski sostiene con acierto que esas formas de comportarse muestran las dimensiones de maltrato, de desprecio, de insulto que incubaba ese modelo de "jefatura de pandilla" que tanto la señora de Kirchner como su marido protagonizaron junto con una extendida claque de festejantes de estos excesos, entre ellos, seudointelectuales capaces de reírse en público, incluso, de la discapacidad de una persona.
Vale recordar, por ejemplo, cuando públicamente tildó de "amarrete" a un abuelo que quería regalarle 10 dólares a un nieto durante el cepo cambiario; cuando calificó de "conchetos" a los vecinos de Puerto Madero, barrio en el que ella misma tiene varias propiedades, o cuando humilló por videoconferencia a una trabajadora de una fábrica de pomos afirmando que uno de sus compañeros era quien se los llenaba. En su momento, también se refirió al Estado diciendo que no era "mongo", que quienes reclamaban judicialmente eran "buitres y caranchos" y que una exlegisladora era una "gorda hija de p...".
A la hora de transcribir aquí todos esos gruesos improperios desde una mirada contundentemente crítica, no podemos soslayar que no los ha dicho cualquier persona, sino una exmandataria. Escuchar a un expresidente pronunciarse como procaz y despreciativamente lo hace la señora de Kirchner, tanto en público como en privado, resulta lastimoso. Simple cuestión de educación y respeto.
Fuente:www.lanacion.com.ar
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