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French children: enfants, but not terrible
French parenting, praised in Pamela Druckerman's new book, is easily mocked – but strict rules create rebellious mind
Agnès Poirier
22 January 2012
There is nothing like seeing yourself through the eyes of a foreigner. Cross-cultural literature, at its best, offers a mirror to peer and gape at in awe or disbelief. It can also be an occasion for cheap point-scoring. It seems that Pamela Druckerman's latest book, French Children Don't Throw Food, has achieved both. In championing French parenting over the "anglophone" way, she has triggered a heavy artillery backlash. Coy French parents, embarrassed by such praise, and Anglo-Saxon expats in France have been quick to retaliate. If you think the French way is great, think again, they say: you haven't seen its dark side.
It won't surprise anyone to learn that the French approach to parenting is indeed unique. To start with, in France motherhood doesn't define women to the same extent. It is a function they perform, not a raison d'etre. British women therefore often assume that French mothers are aloof and detached from their children. They are not. They just refuse to be slaves to their offspring; they have, frankly, other important things to do in life. Breastfeeding is not necessarily one of them.
In France, children are expected to behave from a very early age: to say "bonjour, madame", "au revoir, monsieur", "s'il vous plait" and "merci"; to eat with cutlery and not their fingers; not to run wild in cafes; and not to interrupt adults when they are having a conversation. This shouldn't be admirable; it is called civilisation.
When hopping across the Channel, French mothers behold with bewilderment the spectacular patience and gentleness of British parents who beg rampaging toddlers to "Be considerate to others" and ask dribbling one-year-olds if they would rather have fish fingers or chicken nuggets. Asking toddlers their opinion? They don't have one.
However, if such strict and straightforward Gallic parenting sometimes inspires awe in some anglophone quarters, admiration usually turns to horror when we come to the subject of state education and schooling.
This is what I could tell you about France's state education with my British glasses on: French schools are medieval dungeons where children from the age of three are subjected to terribly long hours under the unforgiving gaze of instituteurs who make them learn the Marseillaise off by heart. If they fail, they'll be told so in the most undiplomatic terms. Grammar and algebra are all that matters. Creativity and playfulness? Children can learn that at their grandparents', if they are still alive.
Even with my French glasses on, I still see an education system that is unashamedly prescriptive and prizes knowledge over play. I see a system that unforgivably favours structure, rules and the intellect. But does it necessarily stifle artistic expression? I'd say that it gives children a clear sense of the boundaries they can later transcend. Art in the 20th century is awash with French artists who have broken the mould. Does the French state education format children into an army of conformists? If anything, the last 100 years have shown that the French republican model creates citizens that are unique in rebelling and questioning authority. Strict rules taught early in life breed transgressive minds, while laissez-faire education and "artistic chaos" breeds conformists.
When I look at the British education system with its emphasis on play, sport and social interaction, I certainly see the beneficial effects in adults. Right here is the source of the British taste for compromise and negotiation, their social skills and team spirit. However, I also see people squirming at the thought of being serious, afraid of abstract thinking, lazy with foreign languages, and bafflingly happy to live in a monarchy.
Source: www.guardian.co.uk
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Cómo educar chicos en la civilización y no en la barbarie
Por Agnes Poirier
No hay como verse a través de los ojos de un extranjero. La literatura intercultural ofrece un espejo en donde mirarse con asombro o incredulidad. También puede generar competencias baratas.
Por lo que parece, el último libro de Pamela Druckerman, Los niños franceses no vuelcan la comida , ha conseguido ambas cosas. Al defender el estilo de crianza francés y considerarlo mejor que la forma “angloparlante”, ha desencadenado una fuerte reacción. Incómodos ante los elogios, los padres franceses y los ingleses que viven en Francia se han apresurado a contestar.
Si piensan que el estilo francés es bueno, dicen, es porque no conocen su lado oscuro.
No es una novedad que la actitud francesa en relación con la crianza de los chicos es original. En primer lugar, en Francia la maternidad no es algo que defina a las mujeres. Es una función que desempeñan, no una razón de ser.
Con frecuencia se piensa que las madres francesas son frías y distantes con sus hijos. No lo son. Simplemente se niegan a convertirse en esclavas de sus retoños . La verdad es que tienen otras cosas importantes que hacer en la vida, y amamantar no necesariamente es una de ellas.
En Francia, se espera que los niños se comporten con educación desde temprana edad , que coman con cubiertos y no con las manos, que no corran como locos en los cafés y que no interrumpan a los adultos cuando éstos mantienen una conversación.
Eso no es algo admirable: se llama civilización.
Cuando atraviesan el Canal de la Mancha, las madres francesas observan con asombro la paciencia y la suavidad increíbles de los padres británicos, que ruegan a chicos de dos años desbocados que sean “considerados con los demás” y preguntan a bebés de un año si prefieren pescado o pollo. ¿Pedir a chicos de dos años su opinión? No la tienen.
Sin embargo, si ese estilo francés estricto y directo en ocasiones inspira admiración entre algunos angloparlantes, esa admiración suele convertirse en horror cuando se llega al tema de la educación estatal.
Esto es lo que podría decir sobre la educación pública francesa cuando adopto un punto de vista británico: las escuelas francesas son mazmorras medievales donde a partir de los tres años de edad se somete a los niños a jornadas extremadamente largas bajo la mirada implacable de profesores.
Si se equivocan, se les comunica en los menos diplomáticos de los términos. Lo único que importa es la gramática y el álgebra.
¿Creatividad y frescura? Los chicos pueden aprender eso en la casa de los abuelos, si es que están vivos.
Hasta cuando adopto mi personalidad francesa me doy cuenta de que el sistema educativo es abiertamente normativo y privilegia el conocimiento en detrimento del juego.
Es un sistema que favorece la estructura, las reglas y el intelecto.
¿Pero eso atenta contra la expresión artística? Da a los niños un claro sentido de los límites que más tarde podrán transgredir.
El arte del siglo XX abunda en artistas franceses extraordinarios.
¿La educación pública francesa convierte a los niños en un ejército de conformistas? En todo caso, los últimos cien años han demostrado que el modelo republicano francés crea ciudadanos que se caracterizan por rebelarse y cuestionar la autoridad . Reglas estrictas a temprana edad generan mentes transgresoras, mientras que la educación permisiva y el “caos artístico” crean conformistas.
Cuando analizo el sistema educativo británico y su énfasis en el juego, el deporte y la interacción social, sin duda veo sus efectos beneficiosos en los adultos. Esa es la fuente de la inclinación británica por la negociación, así como de las habilidades sociales y el espíritu de equipo de los británicos. Sin embargo, también veo una población que rehúye hasta la idea de hablar en serio, temerosa del pensamiento abstracto , haragana en relación con las lenguas extranjeras y feliz de vivir en una monarquía.
Copyright The Guardian, 2012. Traducción de Joaquín Ibarburu.
Fuente: www.clarin.com
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