Saturday, March 4, 2023

ChatGPT, una introducción realista, por Ariel Torres

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          ChatGPT, una introducción realista 

 ChatGPT parece haber alcanzado el Santo Grial de la inteligencia artificial generalista, pero en realidad el único problema que resuelve (y no es menor) es el de interpretar y generar texto basado en sus lecturas 

 4 de Marzo de 2023 

 Ariel Torres 

 Si oíste hablar por ahí de ChatGPT y todavía no te queda claro si es un nuevo jueguito de carreras, un bot de inteligencia artificial o el Fin del los Tiempos, tengo dos buenas noticias. Primera, hay tiempo. Lo de este nuevo chat –que es mitad entusiasmo y mitad un avance notable– va para largo. Segunda, lo que sigue es una introducción concisa, pero medulosa y sin mística, al bot de inteligencia artificial creado por OpenAI y puesto al alcance del público el 30 de noviembre último. Entusiasmo, para ponerle un poquito de sal etimológica al asunto, viene del griego y literalmente significa “poseído por los dioses”. Creo que, si vamos a hablar de asuntos técnicos, deberíamos dejar de lado la posesión divina. Pero vamos a los hechos. 

 El nombre 

 Las siglas GPT de este chat –que sostiene con idéntica convicción cosas ciertas y cosas disparatadas– vienen de Generative Pre-trained Transformer. Obvio, esto no te dice nada, y tampoco vamos a intentar desarmar el tema en unos pocos párrafos, porque tiene muchas vueltas muy técnicas, como ocurre con todo lo que etiquetamos de inteligencia artificial. Pero lo bueno de saber que GPT viene de Generative Pre-trained Transformer es que ya no te vas a confundir, como le pasó a más de uno estos días. Es GPT, no GTP, TGP ni PGT.

 De dónde salió

 Ya sé, la frase que origina estas siglas suena a delirio místico. Como dije, no lo vamos a desarmar ahora, pero los transformers no tienen (repito, no tienen) nada que ver con la película de Michael Bay. Son un tipo de modelo de aprendizaje profundo que lanzó Google en 2017, mediante su proyecto Brain, y se lo usa para visión artificial y para entender y generar lenguaje natural. Al revés que el modelo que los precedía, los transformadores procesan toda la entrada de datos de una vez, en lugar de hacerlo secuencialmente. Como adelanté, en el caso de ChatGPT, se trata de una tecnología que Open AI llama Transformadores Generativos Pre-entrenados (Generative Pre-trained Transformes) y que lanzaron en junio de 2018. Lo de pre-trained se refiere a que estos modelos, basados en redes neuronales, son primero expuestos a grandes masas de datos. Entrenados previamente, como indica su nombre. Por ejemplo, toda la Wikipedia (en inglés) fue usada para entrenar a este bot que pide a gritos un nombre más lindo. No se trata de ninguna trampa. Las personas también llegan a decir cosas interesantes luego de un larguísimo entrenamiento previo. Pero cuidado, ahí terminan las similitudes. Por supuesto, cuantas más personas conversaban (por así decir) con ChatGPT, más datos se suman a su dataset; esto, hay que aclararlo, deja de ser así desde ahora, porque OpenAI decidió no usar más datos de los usuarios para entrenar a su bot. 

 Solo para ver cuán profunda podría ser la explicación que da este bot sobre algún tema, le pregunté (después del cierre, en la madrugada del sábado) qué es exactamente un GPT. Se lo pregunté en inglés, porque chatGPT funciona mejor en inglés que en español u otros lenguajes, y luego le pedí que tradujera su respuesta a nuestro idioma. Este es el resultado: “Un Generative Pre-trained Transformer (GPT) es un tipo de arquitectura de red neuronal que ha sido pre-entrenada con grandes cantidades de datos de texto para generar respuestas de lenguaje natural de alta calidad. La arquitectura del transformer es un tipo de red neuronal que utiliza mecanismos de auto-atención para procesar secuencias de datos de entrada, lo que la hace particularmente adecuada para tareas de procesamiento de lenguaje natural. “El modelo GPT se pre-entrena utilizando un objetivo de modelado de lenguaje, donde el modelo se entrena para predecir la siguiente palabra en una secuencia dada de texto. Este paso de pre-entrenamiento permite que el modelo aprenda patrones y relaciones en los datos de lenguaje, lo que lo hace capaz de generar texto coherente y de alta calidad en función de una entrada o una consulta. “Una vez que el modelo GPT está pre-entrenado, se puede ajustar finamente en tareas específicas, como la clasificación de texto o la traducción de lenguaje, mediante su entrenamiento con una cantidad menor de datos específicos de la tarea. Este paso de ajuste fino permite que el modelo se adapte a los requisitos específicos de la tarea en cuestión y mejora aún más su rendimiento. 

 “En general, el modelo GPT es una herramienta poderosa para tareas de procesamiento de lenguaje natural, especialmente para la generación de texto y la comprensión del lenguaje. Su capacidad de pre-entrenamiento y ajuste fino lo convierten en una herramienta versátil y efectiva para una amplia gama de aplicaciones relacionadas con el lenguaje.” O sea, no sabemos casi nada más ahora que antes de hacerle la pregunta, aunque dentro de la verborragia propia de este bot podemos detectar que un mecanismo llamado de auto-atención podría ser importante. Claro, lo es. Pero el bot no abunda en detalles, incluso cuando esos detalles están suficientemente explicados por todas partes en la web. Si uno insiste y le pregunta al bot de Open AI qué es un mecanismo de auto-atención, responde de nuevo con un montón de texto y aclara un poco, pero en su abundancia pierde la capacidad de aislar el concepto central y traducirlo en una imagen más comprensible. Todo lo cual, no obstante, es comprensible y, además, podrá mejorarse.

 ¿No tiene asistencia humana? 

 Estos días de frenesí quedó la sensación de que ChatGPT es alguna clase de entidad autónoma, consciente y enteramente mecánica, si me permiten el viejazo. Bueno, sí y no. El modelo desarrollado por Open AI reduce la necesidad de asistencia humana para que un sistema de aprendizaje automático se represente (de nuevo, por así decir) el mundo; pero como ocurre con cualquier bot (sobre todo si se abre al público, como Boti, el de la Ciudad de Buenos Aires), hay personas trabajando detrás de escena. Personas humanas, quiero decir. Y hay temas con los que ChatGPT no se va a meter. Y, en general, no teniendo ni consciencia del mundo ni consciencia de sí (dicho esto por el mismo ChatGPT), el bot no va a hacer nada por voluntad propia. En futuras notas vamos mirar un poco más lo que estos tecnicismos significan (favor de entender, vosotros, los iniciados) y cuánto hay de inteligencia aquí o de simple mímesis. Lo que sí me interesa dejar claro en una introducción es que ChatGPT no es Skynet, como se dijo en muchas ocasiones estos días; ni mucho menos. 

 Es más, la empresa que creó ChatGPT fue fundada –entre otros– por Elon Musk con el fin de investigar en inteligencia artificial de tal modo que resultara beneficiosa para la humanidad. El inocultable tufillo a Liga de Superhéroes que impregna este discurso habla claro de su misión, aunque OpenAI ya no es lo que supo ser. En 2019 dejó de ser una organización sin fines de lucro y Microsoft es hoy uno de sus principales inversores. En total: vamos a ver estos modelos de interpretación y generación de lenguaje natural hasta en la sopa, prometido. Dato importante: los propios responsables de Open AI y de ChatGPT quedaron atónitos con la viralización de su bot, según le dijeron a la revista del Massachusetts Institute of Technology. 

 ¿Cómo lo solventan? 

 Por ahora el servicio es gratis, pero, aparte las inversiones de grandes compañías, el plan es monetizarlo. Podría costar algo así como 20 dólares por mes. Ahí se va a terminar el amor, supongo.

 ¿Es realmente una revolución? 

 Por supuesto, estuve hablando (digámoslo así) largo y tendido con ChatGPT y tengo varios experimentos muy interesantes para compartir con ustedes. Pero antes de eso me parece que es oportuno reflexionar sobre la súbita posesión divina que experimentó casi todo el mundo con el bot de OpenAI. Las palabras que más oímos fueron nuevo, revolucionario, reinvención y cambio de paradigma. Va a haber un poco de todo eso, se los puedo garantizar, pero lo que en realidad pasó fue que OpenAI tuvo la idea (genial) de poner su bot al alcance de cualquier persona con una computadora, conexión con internet y un poco de curiosidad. La tecnología detrás de ChatGPT existe desde hace bastante y los transformadores en particular están desarrollándose desde hace cinco años. Pero como ocurrió con la computadora personal entre 1977 y 1981, el público de pronto tuvo la oportunidad de usar la inteligencia artificial en casa, en el trabajo, en la escuela, de una forma intuitiva y para su propio provecho. Por supuesto, la onda expansiva fue descomunal. 

 ChatGPT es un avance, no cabe duda. Tanto como lo era la IBM/PC respecto de las máquinas para hobbistas que existían antes. Pero la computación ya hacía maravillas antes de la PC. Es más, a las PC se las conocía en la industria como “esos juguetes de 8 bits”. Pero hasta entonces el poder de cómputo estaba reservado a gobiernos y grandes organizaciones, y de pronto la tuvimos en casa. Fue todo una locura; estuve allí, no me lo contaron. La PC fue persona del año de la revista Time en 1982. Ahora, aunque no como persona del año, ChatGPT fue también tapa de la revista Time, aunque el planteo de base de la revista está, a mi juicio, equivocado. No importa, eso es algo que podemos debatir. Lo que parece evidente es que, Como pasó muchas veces, las tecnologías florecen cuando muchas personas tienen acceso a ellas. 

 Lo más disruptivo 

 El análisis de lo que puede y no puede hacer ChatGPT ahora y en el futuro es un debate muy interesante, muy técnico y multidisciplinario. Pero el fenómeno mediático ChatGPT no reside tanto en la tecnología como en la gente. Ahora que sabemos lo que estas tecnologías pueden hacer, es posible que los incalculables desafíos que la IA impone en algo tan sensible como el empleo lleguen por fin a la agenda de la clase dirigente. Ahora, digo, que un bot puede responder una pregunta incómoda con casi el mismo discurso pre digerido y desangelado que un político en campaña.

 Fuente:https://www.lanacion.com.ar/tecnologia/chatgpt-una-introduccion-realista-nid04032023/

La política discute fuera de la realidad, por Sergio Suppo

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                 La política discute fuera de la realidad 

 3 de Marzo de 2023 

 Sergio Suppo

 En una vieja redacción, un cronista presencia la selección de la foto de tapa que registra el apretón de manos entre un mandatario israelí y un líder árabe. Las imágenes desconciertan al periodista. En voz alta se pregunta cómo es posible que esos dos hombres que habían intentado matarse durante décadas, ahora se saludaran en medio de los aplausos de la comunidad internacional. “Acuerdan los diferentes. Nunca olvides que pactan los que han estado enfrentados”, lo despachó un experimentado editor. Pelearse y negociar es parte esencial de las relaciones políticas. Aquella anécdota de otros tiempos ilustra con precisión una insólita discusión argentina de estas horas: con quién y cómo podría hablar un hipotético presidente surgido de la oposición en las elecciones de este año. Es inquietante que esta cuestión elemental sea uno de los problemas cruciales que se utilizan como tema de diferenciación de los presidenciables de Juntos por el Cambio. El tema supera los límites de esa coalición, alcanza otros espacios políticos y expone con crudeza la precariedad con la que se diseña el futuro. 

 Algo parecido podría decirse de la mentira repetida como un dogma según la cual el kirchnerismo pretende hacer creer que su líder, Cristina Kirchner, está proscripta por haber sido condenada en primera instancia en uno de los varios procesos judiciales por corrupción que tiene abiertos en su contra. La insistencia no logra ocultar lo evidente: la vicepresidenta es libre de intentar postularse en las elecciones que vienen. Que decida hacerlo depende de su voluntad y del respaldo que consiga en el peronismo. La recurrencia a inventar problemas ahí donde no los hay oculta los dramas reales. Hay una vieja desconfianza en los pactos políticos basada en el temor de que en ellos se canjean cosas impropias. La impunidad, por ejemplo. De ahí a discutir si se puede o no negociar en política hay un abismo. El arranque de la campaña electoral muestra a sus protagonistas fuera de la realidad y, peor, sin interés en explicar a sus votantes de qué manera enfrentarán un prolongado trayecto salpicado de desgracias conocidas: una inflación muy alta, un empobrecimiento estructural sostenido y un déficit fiscal sin financiamiento genuino.

 Un país entre deprimido e irritado muestra signos de descomposición social, protestas violentas y un avance palpable del crimen organizado junto a una suba de los delitos contra la propiedad en todas sus regiones. El poder político discute en el borde de su propia destrucción. Por una parte, el oficialismo muestra un desmembramiento producto del inconformismo que genera el fracaso de su propia gestión. Mientras, Juntos por el Cambio se empecina en debates ajenos al foco de los problemas y pierde el tiempo en una competencia pendular entre el consenso y la intransigencia. Es una cuestión de formas sobre la que se determina la mayor proximidad o lejanía al peronismo, con la hipótesis improbable de que el kirchnerismo quedará aislado de la fuerza que domina como sector principal. Unos y otros ensayan un juego de ocultamiento a su electorado de cuáles son sus verdaderos proyectos. Hay que ir en busca de textos periodísticos que indagan sobre los planes de gobierno para enterarse de fragmentos de supuestos trabajos de los especialistas de cada aspirante. 

 Campea otra vez la idea de que los votantes deben ser entretenidos con frases circunstanciales, fotos de ocasión, videítos ocurrentes y la insinuación de alguna expectativa. ¿Creen los genios del marketing político que sus clientelas electorales ignoran la realidad que padecen? ¿Desconocen que sus votantes están esperando que alguna vez un gobierno les mejore la vida? La Argentina es desde hace años un país cansado de perder el tiempo. Después de Mauricio Macri, la restauración peronista viene consumiendo sus cuatro años con el solo recurso de dejar agravar los problemas de siempre. Al oficialismo le viene costando trabajo ordenar hasta su retirada y entretiene a su gente entre la falsa proscripción de Cristina y la inviable reelección de Alberto Fernández. Juntos por el Cambio estira sus enfrentamientos internos y entrega la sensación de que no aprendió la lección que dejó el gobierno de Macri. Pareciera que sus días en la oposición no le están sirviendo para prepararse para volver al poder apenas cuatro años después de haberse ido y haber dado paso, nuevamente, al kirchnerismo. 

 Fue poco tiempo para tener otra chance, pero un lapso más que suficiente para haber preparado un programa de gobierno viable y acorde con la gravedad de los tremendos problemas que deberá enfrentar. Es legítimo preguntarse: ¿está preparada para gobernar la oposición o improvisará sobre la marcha? Ya se sabe que el peronismo sufre el aplazo del presente; mal podría esperarse de esa fuerza una solución en el futuro que no esté intentando ahora.El peronismo no había regalado antes de ahora una oportunidad tan propicia como la que se presenta esta vez a los dos o tres presidenciables de Juntos por el Cambio. Sorprende que la discusión pase por la dimensión que pueden tener las conversaciones entre los actores de un sistema político.

 Horacio Rodríguez Larreta se presenta como un dialoguista y Patricia Bullrich y parte del macrismo replican que no es posible dialogar sino gobernar con firmeza y decisión. ¿En qué país serio ambas ecuaciones no son parte de sus herramientas básicas? Negociar y liderar equivalen a la importancia del agua en la navegación. Nada más obvio. Como alternativa a unos y a otros cabalga sobre el enojo social la candidatura de Javier Milei. Todos son malos y perversos menos él, según sus palabras. Atrae votantes potenciales más por sus formas que por sus ideas, empeñado en imponer la libertad con prepotencia. Un oxímoron político, justo lo que nos faltaba.

 Fuente:https://www.lanacion.com.ar/ideas/la-politica-discute-fuera-de-la-realidad-nid03032023/

Argentina 1985 v. Argentina 2023

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                    Argentina 1985 v. Argentina 2023

 Los fundamentos de los juicios sobre la violencia de los años 70 reabiertos desde 2004 fueron desviados del histórico fallo que condenó a las juntas

 4 de Marzo de 2023

 La sentencia que condenó a los comandantes de las tres fuerzas armadas –especialmente recordada ahora con motivo de la galardonada película Argentina 1985– ha sido un hito fundante del regreso de la democracia y muestra de valor en la defensa de los derechos humanos. Los hechos, sin duda aberrantes, de aquella época, han sido acondicionados a fin de dotar a la obra de un halo hollywoodense, tan emotivo como alejado de ciertas preguntas incómodas para la política dominante en el siglo XXI. No podría habérsele exigido a la película, desde la perspectiva propia del género cinematográfico, que se ajustase con exactitud a lo ocurrido en la realidad. O que no omitiera cuestiones importantes como expresión rigurosa de la historia, pero que la dirección del trabajo fílmico prefirió dejar de lado por consideraciones de otro tenor. Ya ha sido debidamente examinado por periodistas y políticos el destrato inferido a la actuación de un demócrata ejemplar, como fue Antonio Tróccoli, hombre de la íntima confianza de Ricardo Balbín y, más tarde, ministro del Interior del presidente Raúl Alfonsín.

 Detengámonos entonces en la visión general que surge de una distorsión palmaria de la historia entre el tratamiento por parte de los tribunales en 1985 de la tragedia que asoló al país, y de qué manera, entre la política y la Justicia, se amañó después ese andamiaje jurídico en cuestiones esenciales. Ni la Fiscalía, a cargo del doctor Julio Strassera, ni los jueces que integraron el tribunal estimaron que los crímenes cometidos por las juntas militares fueran delitos de “lesa humanidad” y, por tanto, imprescriptibles. Esa categoría de delitos fue incorporada en la legislación argentina en 2007, cuando se ratificó el Tratado de Roma. O sea, mucho después de la dictadura que perduró entre marzo de 1976 y diciembre de 1983. Nunca hicieron la Fiscalía o los jueces apelación alguna a la supuesta existencia de una “costumbre internacional” que permitiera aplicar, por primera vez en la historia argentina, una norma no escrita para sancionar personas de forma retroactiva en un juicio penal. Fue lo que sucedió en juicios posteriores. Una norma no escrita antes de los hechos juzgados sirvió para habilitar que los delitos fueran considerados imprescriptibles. 

Así lo sostuvo la nueva mayoría de la Corte Suprema de Justicia de la Nación en el fallo “Arancibia Clavel”, en 2004, durante la presidencia de Néstor Kirchner. Fue la primera de una serie de decisiones por las que se ignoraron los principios de irretroactividad de la ley penal y de aplicación de la ley penal más benigna. Por esa vía se violentaron los impedimentos constitucionales que obstaculizaban la reapertura de las causas por los hechos trágicos de los años 70. Los fallos que habilitaron tales reaperturas, criticados duramente por la Academia Nacional de Derecho y por reconocidos juristas, desconocieron el principio de legalidad, que impide al Estado penar conductas no contempladas como faltas o delitos por una ley escrita. Esa ley debió haber sido sancionada por el Congreso, y promulgada y publicada por el Poder Ejecutivo, con anterioridad a la comisión de los hechos. Para el personal subalterno juzgado quedó también suprimido en estos juicios reabiertos el instituto de la prescripción que contempla el Código Penal, incluso cuando en la sentencia de la causa 13/84 dicho instituto había operado a favor de los comandantes, absueltos por determinados hechos a raíz del tiempo transcurrido. No hubo una sola mención en aquellas actuaciones a alguna norma escrita o consuetudinaria que permitiera considerar imprescriptibles los crímenes que se estaban juzgando. 

 Pese al reconocimiento que el tribunal constituido en tiempos del presidente Alfonsín hizo del principio constitucional de la “cosa juzgada” –que impide volver a juzgar sucesos ya investigados y sentenciados–, este principio constitucional fue desconocido en los juicios reabiertos años después, privándose a los acusados de una garantía fundamental. En el fallo “Simón”, dictado en 2005, la Corte Suprema expresó que en estas causas los imputados no pueden “invocar ni la prohibición de retroactividad de la ley penal más grave ni la cosa juzgada”, garantías constitucionales a las que, de manera improcedente, se atrevió a calificar de “obstáculos” para el progreso de las causas. Las penas fijadas en esa segunda etapa, por así llamarla, constituyeron otra extraordinaria diferencia en relación con el juicio de 1985. El comandante de la Fuerza Aérea Orlando Agosti, con el 33 por ciento de la responsabilidad de la Junta Militar, había sido sentenciado ese año a cuatro años y seis meses de prisión. En los juicios reabiertos a partir de 2004, las penas fueron casi siempre las máximas previstas, muy por encima de aquellos cuatro años y medio. Se condenó así a cadena perpetua a las más bajas jerarquías de las fuerzas –cabos, sargentos, subtenientes– y los castigos alcanzaron también a civiles del personal de inteligencia, fiscales, jueces, funcionarios gubernamentales y sacerdotes. 

 Cuando se pretende acomodar los principios jurídicos que rigen la vida de la República a las necesidades de una decisión política, se terminan construyendo andamiajes que no resisten el análisis riguroso de lo sucedido. Sobre esos pilares se elaboró la falsa idea de una “supremacía moral”, sobre la que giró desde 2003 la política del kirchnerismo y desmenuzó en detalle, en la edición del sábado último del suplemento Ideas, uno de nuestros brillantes columnistas políticos. El contraste notorio entre aquella idealización y la conducta corrupta de los gobiernos que la utilizaron sin escrúpulos ha ido dejando a su paso escombros al cabo de veinte años. El mayor peso de ese derrumbe cae sobre quienes más se han aprovechado de aquel relato. La sentencia de la causa 13/84, dictada por la Cámara Federal en pleno, fue confirmada en su momento por la Corte Suprema, que ratificó y amplió sus fundamentos. En todos los nuevos juicios sobre las mismas cuestiones se elogiaron los considerandos de la memorable sentencia de 1985, pero aplicándoselos con parcialidad, a veces en contradicción grosera con la letra y el espíritu de aquellos. 

 No solo se desacreditó un fallo histórico, sino que, en su nombre, se impuso un sistema discriminatorio en el juzgamiento de cientos de individuos, privándolos de elementales derechos constitucionales. Además, desde hace años, y sin los controles correspondientes, se mantienen privilegios e indebidas reparaciones económicas solventadas por el fisco como parte de la manipulación ideologizada de la historia contemporánea. Superar las heridas del pasado exige revisar procedimientos contrarios a la ley a fin de que nos aboquemos a la resolución de los enormes problemas que jaquean a la Nación. Estos demandan el compromiso de las instituciones en la búsqueda de soluciones definitivas que irresponsablemente han postergado quienes gobiernan. Alimentar la división y el desorden social en función de consignas revolucionarias fue el objetivo del terrorismo de los años 70, al que en 1974 el presidente Perón ordenó “exterminar” y el gobierno de su mujer y sucesora consideró justo “aniquilar”. Por eso ha sido de tanto interés la carta de lectores del último domingo, en la que Enrique Munilla, exjefe de despacho de la Vocalía de Instrucción de la Cámara Federal en lo Penal de la Nación disuelta tan pronto asumió el presidente Cámpora, recordó que entre el 25 de mayo de 1973 y el 23 de marzo de 1976, en función de una política de exterminio o aniquilamiento dispuesta por dos gobiernos peronistas constitucionales, hubo en la Argentina 977 desaparecidos. 

 No pocos funcionarios de la actual coalición gobernante, tan renuentes a criticar la feroz dictadura de Nicaragua, parecen reivindicar los objetivos del terrorismo subversivo de los setenta, ahora remozados en el lejano sur por aventureros que avalan supuestos derechos de pueblos aborígenes. Es otra película que hemos visto. No se trata de defender individuos ni conductas que puedan ser encuadradas en tipologías penales, sino de resguardar principios y garantías esenciales de nuestro sistema jurídico, que no pueden regir para unos y serles negados a otros, bajo la pretensión de reemplazar así la justicia por la venganza. 

 Fuente:https://www.lanacion.com.ar/editoriales/argentina-1985-v-argentina-2023-nid04032023/

Irresponsables e inaceptables declaraciones

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     Irresponsables e inaceptables declaraciones 

 4 de Marzo de 2023

 Tras el ataque mafioso al supermercado propiedad de la familia de Antonela Roccuzzo, esposa de Lionel Messi, mediante una feroz balacera que incluyó un mensaje que indudablemente iba a tener repercusión mundial –”Messi, te estamos esperando. Javkin [Pablo, intendente de Rosario] es narco; no te va a cuidar”, se registraron tan irresponsables como inaceptables declaraciones tanto del presidente de la Nación como de su ministro de Seguridad, Aníbal Fernández. En un acto realizado en Salta, Alberto Fernández expresó: “Estamos haciendo mucho, pero evidentemente algo más habrá que hacer (…) El problema de la violencia y el crimen organizado es muy serio y hay que hacer algo por los rosarinos y los santafesinos”. No menos disparatadas fueron las declaraciones del ministro de Seguridad: “Los narcos han ganado. Hace 20 años que estamos en esta situación”, opinó Aníbal Fernández como si no tuviera ninguna responsabilidad sobre el asunto, para luego agregar que los hechos de violencia que se suceden casi a diario en esa ciudad santafesina ocurren, “fundamentalmente, entre bandas narco”. La principal sospecha del intendente Javkin recae sobre la policía y las fuerzas de seguridad federales, que tenían asignada esa zona para patrullar. 

 La situación que se vive en Rosario no es un hecho nuevo, agravado por la indiferencia e inacción de los mandatarios de todas las jurisdicciones que tendrían que haber actuado con mayor decisión y compromiso para combatir el crimen organizado a lo largo del tiempo. Si el Presidente recién considera que “algo hay que hacer”, ¿no habrá llegado el momento, entre muchas otras medidas, de analizar seriamente la intervención al Servicio Penitenciario? Son irrefutables las pruebas que señalan que, desde las cárceles, se está conduciendo la mayoría, por no decir todas, las operaciones narco. Sin violentar la legislación vigente, debería analizarse también la posibilidad de incorporar a las Fuerzas Armadas, ya sea para realizar estrictos y eficientes controles en los puntos fronterizos más vulnerables del país, transformados en verdaderos coladores para el ingreso de drogas y armas. Resulta cada vez más evidente que el narcotráfico ha encontrado una tierra fértil para crecer en aquellos sectores de la sociedad con profundas necesidades en educación, salud y acompañamiento social.

 Es allí hacia donde deberían apuntarse las acciones para atacar el problema de fondo. Al crimen organizado no se lo combate con frases para agradar a instancias superiores de la política. Tampoco con deseos. Se lo combate con hechos concretos, a partir de decisiones y acciones que busquen limitarlo a su mínima expresión. El brutal avance del narcotráfico ha encontrado en la connivencia con sectores de la política y de la Justicia su mayor posibilidad de expansión, al punto de llegar a encaramarse como un Estado dentro del Estado en muchas regiones de nuestro país, no solo en la castigada Santa Fe. El avance del narcocrimen es una amenaza contra la propia democracia, contra la estabilidad y la seguridad ciudadanas y contra el desarrollo, imponiendo por la fuerza sus códigos y decidiendo quién vive y quién muere en el país. 

 Fuente:https://www.lanacion.com.ar/editoriales/irresponsables-e-inaceptables-declaraciones-nid04032023/

Thursday, March 2, 2023

El espacio público, privatizado por la fuerza, por Luciano Román

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       El espacio público, privatizado por la fuerza 

 ¿Cuál es la relación del ciudadano con la norma? ¿Cómo funciona en la Argentina la cultura de los “hechos consumados”? 

 2 de Marzo de 2023 

 Luciano Román 

 En cualquier momento las peluquerías instalarán plataformas de madera o de hierro sobre las calles para atender al aire libre. Las panaderías tal vez monten sus hornos sobre las ramblas para liberar espacio en sus locales. Y no sería extraño que los talleres mecánicos caven fosas en las veredas para ampliar su capacidad operativa. Si cada vez son más los comercios que se apropian del espacio público, ¿por qué debería sorprendernos que cualquiera se adueñe, con mayor audacia, de las calles, las veredas y las plazas? Hace unas semanas, el profesor Juan Carlos de Pablo llamó la atención sobre este tema en una “ruidosa” columna en la que llamaba a “terminar con la privatización del espacio público”. Se refería, concretamente, a los permisos provisorios que durante la pandemia se les dieron a bares y restaurantes para atender en la calle, y que ahora se han impuesto por la fuerza con estructuras cada vez más grandes y más atornilladas que dificultan la circulación peatonal y vehicular en las ciudades. De Pablo se atrevió a poner el dedo en la llaga y su planteo potenció una conversación interesante sobre el uso del territorio urbano. Puede parecer una discusión municipal, casi doméstica, pero implica un debate bien complejo que propone interrogantes de fondo: ¿cuál es la relación del ciudadano con la norma? ¿Cómo funciona en la Argentina la cultura de los “hechos consumados”? ¿Cómo se para el gobernante frente al desafío de adoptar medidas que presume impopulares? ¿Cómo concebimos el uso de las ciudades y los límites en el espacio público? 


También refiere a la facilidad con la que “lo transitorio” se convierte en permanente, una tendencia que ha desnaturalizado políticas tan fundamentales como la impositiva o la de la ayuda social. El caso de los bares y restaurantes es un síntoma de algo más amplio: la creciente anarquía en el espacio público. Se les había concedido una excepción temporal y lo tomaron como un “terreno ganado”. Muchas de las estructuras que instalaron están diseñadas con buen gusto y una estética atractiva. La pregunta, sin embargo, no debería ser si nos gustan o no nos gustan, sino si están permitidas o no, si responden a un marco normativo equitativo y razonable, si no constituyen un privilegio en relación con otros rubros comerciales y si no consolidan la idea de que el espacio público es una zona liberada en la que cada uno hace lo que quiere. Juzgar el fenómeno con subjetividad estética puede conducir a una arbitrariedad peligrosa. ¿Por qué se mediría con una vara al mantero y con otra al cafecito gourmet? El Estado, acostumbrado a invadir y condicionar la actividad privada, tiene una función básica e irrenunciable: regular el uso del territorio común. Si hay algo que caracteriza a las sociedades democráticas y desarrolladas es el acuerdo normativo en relación con el espacio público. Es el escenario, por excelencia, en el que debe regir el principio según el cual el derecho de uno termina donde empieza el derecho del otro. En la Argentina, sin embargo, estas nociones elementales quedan desdibujadas en un contexto de anomia cada vez más extendida. 

 La crisis estructural del país suele funcionar como coartada, así como la voracidad del Estado, y también su arbitrariedad y su impotencia para hacer cumplir la ley. Se cae en un razonamiento tramposo de autojustificación: como el gobierno me mete la mano en el bolsillo, me siento autorizado a ver por dónde recupero algo, de la manera que sea; como convalida la cultura del piquete, yo también me apropio del espacio público; como da lo mismo cumplir la ley que evadirla, atropello y que “me vengan a frenar”. Si los manteros toman parques y avenidas, ¿por qué no puedo yo instalar un deck sobre la calle? Si los políticos arruinan las fachadas con pintadas y pegatinas de campaña y montan sus stands en cualquier lado, ¿por qué no voy a poner yo unas mesitas en la rambla? Si los trapitos se adueñaron de los alrededores de los estadios, ¿por qué yo voy a pedir permiso o habilitación? La anomia estimula el efecto contagio. Ya hay gimnasios o academias de zumba que se instalan en lugares fijos de los parques o las plazas con su despliegue de máquinas y parlantes. Hay parrillas y cervecerías que se montan en las ramblas o las plazoletas. Es una suerte de “clandestinidad light” que se ha impuesto ante la negligente tolerancia del Estado y la pasmosa inacción de los intendentes. Por supuesto que el espacio público debe ser un territorio vivo y a la vez flexible. Todas las ciudades del mundo hacen lugar en sus calles y paseos a las mesas de los bares y cafés, a las ferias de artesanías, a los puestos de libros o a los mercados de frutas y verduras frescas. ¿Hay algo más grato que recorrer esos espacios y sentarse a comer o a tomar algo en la calle una noche templada? Pero buena parte del sistema jurídico y normativo está precisamente destinada a regular ese uso razonable y equilibrado del espacio público. Están los códigos de convivencia urbana, pero también los institutos de la concesión y del canon regulados por el derecho administrativo. 

Uno de los ejemplos más gráficos tal vez sea el de las playas. Los balnearios no se instalan “de prepo” y ocupan la superficie que quieren. Deben cumplir estrictas reglamentaciones, tienen límites precisos y pagan un canon bien alto. Es inconcebible el uso comercial del espacio público sin contraprestación ni condiciones. Ciudades como Madrid, Nueva York o París son más bellas por sus terrazas y cafés al aire libre. Pero no son espacios ganados por la fuerza. Tienen regulados hasta los modelos de las sillas, los tamaños de las mesas y las medidas de los toldos. Pagan un canon que en muchos casos es altísimo. Hasta los puestitos de libros sobre el Sena responden a una estricta legislación que da un marco normativo a lo pintoresco y lo bohemio. Lo mismo rige para los carritos de café y de hot dogs que abundan en las calles de Manhattan. ¿No hay infracciones ni conflictos? Por supuesto que sí. Pero también hay una cultura de la convivencia y de la norma que se aprecia a simple vista. Los bares y restaurantes representan un patrimonio cultural de la Argentina. Las ciudades serían más pobres sin sus cafés, no solo económicamente, sino también en términos de vitalidad e identidad. Sus propietarios, en general, pertenecen a una franja especialmente castigada en nuestro país, como es la del emprendedor, el pequeño o mediano comerciante que le pone el cuerpo a su negocio, que pelea contra un sistema que desalienta el trabajo y la inversión y que se ve todo el tiempo acosado por la inseguridad, la Afip y el excesivo afán reglamentarista de administraciones invasivas. Es un sector productivo que, por supuesto, merece comprensión y reclama, con razón, que el Estado lo estimule y no que le mande un inspector todos los días a pedirle un formulario o un permiso nuevo. 

Pensar en cobrarle tasas o cánones adicionales tampoco parece razonable en un país que se ha especializado en esquilmar a las pymes. Pero nada de eso debería contraponerse con el respeto al espacio público y con un sentido de las normas. Cuando se quiebra ese pacto tácito, se deteriora la convivencia y se reemplaza la ley por la prepotencia: “que me vengan a sacar”. Frente a la cultura de los hechos consumados, el Estado muestra su debilidad. No se trata –como bien señaló De Pablo– de salir con la topadora a demoler estructuras no autorizadas, pero sí de ejercer la autoridad y de asumir el deber inherente a todo funcionario: hacer cumplir la ley, aunque a veces pueda parecer antipático o genere resistencias. El populismo –un virus que ha contaminado la vida pública en general– suele confundir la norma con la conveniencia y leer la ley en función de oportunismos e intereses. Pero ese desapego normativo conduce inexorablemente al autoritarismo y la anarquía. La demagogia y la mano fofa del Estado suelen ser atajos muy riesgosos. Hay otra doble vara que alimenta, además, la impotencia ciudadana y la desigualdad ante la ley. A un automovilista le lleva el auto la grúa por invadir diez centímetros la senda peatonal mientras en la misma cuadra una cervecería amura un deck de 20 metros sobre la calle sin que nadie diga nada. El Estado se anima contra el individuo y se repliega ante al colectivo. Si uno se sienta a protestar en medio de la 9 de Julio con una pancarta “contra la anomia” en la ciudad, lo llevarán preso en quince segundos. 

Si se sientan más de diez, nadie hará nada. Tal vez deban discutirse nuevos códigos y reglamentos para la expansión de rubros comerciales sobre el espacio público, pero debería existir precisamente eso, un debate, no una imposición a partir de hechos consumados. De un análisis urbanístico y jurídico debería surgir un marco que contemple restricciones y contraprestaciones. ¿Sería descabellado, por ejemplo, que por el uso de metros de calle se exija que un comercio ofrezca cocheras con estacionamiento gratuito? En muchas ciudades se deben plantar dos árboles por cada uno que se saca para construir. El derecho público está hecho de compensaciones que resguardan equilibrios y equidades. Es mucho más que un debate municipal. Es un debate sobre la vida en sociedad, sobre la convivencia y la noción de la norma. En nuestro vínculo con el espacio público se define, en definitiva, la forma en la que queremos vivir. 

 Fuente:https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-espacio-publico-privatizado-por-la-fuerza-nid02032023/

De moderado a energúmeno en 120 minutos, por Andrés Malamud

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           De moderado a energúmeno en 120 minutos

 Alberto Fernández pasó de una escenografía moderada al ring; sus blancos fueron el Poder Judicial y el gobierno de Macri

 1 de Marzo de 2023

 Escenografía norteamericana, reivindicación de la moderación y ejercicio de la grieta: Alberto Fernández quiso imitar a Obama, diferenciarse de Cristina y antagonizar con Macri y el Poder Judicial. Logró todos sus objetivos: imitador, diferenciado y antagonista, el Presidente exaltó su mandato y parece aspirar a otro. Abajo, en el recinto, legisladores amigos cantaban “Alberto reelección”; afuera, en la plaza, el pueblo estaba ausente. La escenografía replicó los famosos SOTU, sigla del discurso sobre el estado de la nación que los presidentes estadounidenses profieren cada año en el congreso. Suelen incluir historias de vida con invitados de carne y hueso que personalizan alguna política pública que el Presidente elige destacar, brindándole humanidad y emoción a un acto institucional. Durán Barba habría estado orgulloso. Desde el principio, Alberto le endilgó tres sopapos a la vicepresidenta. Primero, la desafió ensalzando su condición de moderado, algo que ella desprecia. Segundo, destacó su honestidad (la de él) remarcando que no tenía denuncias por enriquecimiento, algo que ella practica. Tercero, reivindicó el Nunca Más y la película “Argentina, 1985″ para hablar de derechos humanos, algo de lo que ella gusta apropiarse. 

Alberto, en cambio, prefiere apropiarse de Alfonsín, a quien emula en las palabras y rehúsa en los hechos. A Cristina la compensó repudiando la tentativa de asesinarla y criticando el proceso judicial que la condenó por corrupción. Después de una imaginativa enunciación de éxitos, el Presidente salió de Disneylandia y se subió al ring. Sus blancos fueron el gobierno anterior y la Justicia. A su antecesor lo culpó por los desaguisados económicos, pero también donde le duele más: el espionaje con fines políticos y la tentativa de nombrar dos jueces por decreto. Casualmente eran los que estaban ahí sentados, listos para ser humillados por el cerco mediático de la televisión pública. A ellos, despreciando sutilezas, el Presidente les endosó la responsabilidad por la violencia narco en Santa Fe. Esta se debería a la falta de jueces, provocada porque “la Corte tomó por asalto el Consejo de la Magistratura”. Así, de un solo golpe, transformó a sus señorías en asaltantes y asesinos. Nayib Bukele lo llamaría un buen comienzo. La política exterior tuvo un capítulo destacado en la apología de Lula. 

Al pegarse a su amigo brasileño, Alberto deja pagando a Cristina y a los partidos opositores que también lo reivindican. Pero también deja atrás a su examigo, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, a quien sustituyó por uno que le queda más cerca y que no le cortó el rostro. Mencionando a Evo Morales pero no al actual presidente Luis Arce, Alberto expresó su solidaridad por el pueblo venezolano sin mencionar a Maduro. Reconociendo que Rusia invadió a Ucrania, evitó recordar la semana previa a la invasión en que se ofreció ante Vladimir Putin como su orificio de entrada en América Latina. Las Malvinas estuvieron omnipresentes, no porque hubiera una estrategia de recuperación sino como reivindicación simbólica y recurso emotivo. La Ciudad de Buenos Aires también estuvo, en lo que puede ser considerado el elemento más astuto del discurso. En un país que precia la belleza de su capital tanto como abomina la arrogancia de sus pobladores, lo único más impopular que el gobierno son los porteños. Para el peronismo, que pelea el primer puesto en todas las provincias, pero se acostumbró a salir tercero en la CABA, hacer antiporteñismo es pura ganancia. El Presidente no negó los problemas. 

Reconoció, por ejemplo, estar preocupado por la inflación. No ocupado, entiéndase: su elogio al ministro de economía excluyó cualquier anuncio de medidas para bajarla. El discurso se centró en los putativos éxitos de los últimos tres años, no en las efectividades conducentes del que le falta. Es difícil imaginar un escenario en el que, después de tantos triunfos, evite recandidatearse. Abramos un paréntesis para el fragmento más importante, y que pasó inadvertido detrás de los fuegos artificiales. El Presidente afirmó como objetivos irrenunciables el equilibrio fiscal y el aumento de las exportaciones. Estas son, quizás, las dos políticas más importantes que definirán el futuro del país, y en esto habría acuerdo con la oposición… aunque no con Cristina. La grieta es un gran instrumento para ordenar la política y arruinar la economía. El politólogo Javier Cachés observó en Twitter que la presidencia de Fernández se caracterizó por “la ausencia de iniciativa política, de medidas-sorpresa, de anuncios que cambien el juego”. Como si el recuerdo ingrato de Vicentín lo hubiera anestesiado, agrega. Esto lo distingue de Alfonsín, de Menem, de Kirchner y de Cristina, de quienes fue funcionario, pero también de Macri. Con una retórica progresista y un ejercicio burocrático del poder, Alberto está consiguiendo lo que nadie hubiera creído: incomodar tanto a Macri como a Cristina y mantener, aún así, una expectativa verosímil de volver a presentarse. La Argentina es un país generoso. 

 El autor es politólogo e investigador en la Universidad de Lisboa

 Fuente:https://www.lanacion.com.ar/politica/de-moderado-a-energumeno-en-120-minutos-nid01032023/

La vejez. Drama y tarea, pero también una oportunidad, por Santiago Kovadloff

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