Queridas madres:
Siempre que llega este día nos invade un profundo sentimiento de reconocimiento y agradecimiento hacia aquellas mujeres que nos han nutrido, criado y apoyado en nuestro desarrollo como personas. El amor materno es un sentimiento perenne en la historia de la humanidad que todos nosotros como hijos disfrutamos y agradecemos todos los días del año. Pero este domingo las homenajeamos especialmente, tratando de retribuir el amor recibido con un presente que simbolice todo lo que sentimos por ellas. Un presente elaborado por nosotros siempre tiene un sabor especial, pone en juego la inteligencia creativa, el corazón latiente y las manos activas.
El arte en todas sus expresiones y manifestaciones tiene la cualidad de reunir estos tres elementos. Trascendida la esfera de las relaciones humanas el arte se convierte en objeto sensible, y la pintura una de las revelaciones artísticas que más ha reflejado ese amor materno. Por eso imaginé regalarles una pintura de palabras, con luces y sombras volcadas sobre un papel.
Recorro las huellas que dejó mi madre en mi infancia, imagino la dimensión del texto-cuadro, las perspectivas, la ubicación de los personajes, el fondo, los colores para dar comienzo al movimiento del teclado-pincel. Elijo la figura de una madre abrazando un niño pequeño, un abrazo intenso que casi los une, que recuerda la protección del niño en el vientre materno unidos por el cordón umbilical. Sentada en una silla de la cocina con el niño que la mira inocentemente, la madre retribuye esa mirada con ojos que destellan amor sereno. Esa profundidad de la mirada hace que la retina de uno encuentre la del otro, transmitiendo a través de sinapsis neuronales el sentimiento mutuo.
El entorno es sencillo pero cálido, utilizo colores puros para darle centralidad y luminosidad al binomio. Una ventana en un lateral de la cocina permite que un haz de luz ilumine y refuerce ese vínculo en el que las manos de ella rodean al pequeño cuerpo del niño. Son manos de sacrificio de una noble trabajadora, como las describe Mercedes Sosa “lavando tanta ropa, cortando tanto pan, corriendo por la casa, la mesa acariciando, buscando en el descanso la aguja y el dedal”. La mesa de la cocina es sencilla con un mantel blanco y un plato con papilla de calabaza de color rojo tenue que contrasta con el mantel, papilla que complementa la nutrición afectiva.
Observo la pintura casi realista, como si la madre pudiera salir del cuadro-texto y hacerse presente en cualquier momento. ¿Será esto un artificio visual, una imaginación o un deseo? El teclado-pincel ya no necesita más tinta-pintura, todo ya fue expresado en el cuadro, solo falta la firma: “un hijo para todas las madres”.
Dr. Miguel Ángel Schiavone
Rector
Pontificia Universidad Católica Argentina