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Source: www.slideshare.net
Friday, May 30, 2014
Sunday, May 25, 2014
SOC/GralInt-¿Dónde queda el Primer Mundo? El nuevo ránking de países admirados
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Sociedad
¿Dónde queda el Primer Mundo? El nuevo ránking de países admirados
A medida que las crisis económicas y la desprotección estatal van minando la calidad de vida de los países hasta ahora considerados desarrollados, la equidad, la tolerancia a la diversidad, la felicidad, la estabilidad política y una educación de calidad colocan en los primeros lugares del listado de naciones modelo a Nueva Zelanda, Canadá, Noruega, Finlandia y Australia. Retrato de un planeta en el que el norte parece estar por todas partes
Por Hinde Pomeraniec | Para LA NACION
Ilustración: Martín Balcala
Mafalda está en su cama, bajo las frazadas. No parece tener ánimo para levantarse. Entonces, lanza su discurso al aire: "Buen día, ¿qué mundo tenemos hoy: el primero, el segundo o el tercero? No, esperen. Mejor vayan a echar un vistazo, y si hay libertad, justicia y esas cosas, me despiertan, sea el número de mundo que sea, ¿estamos?".
Al igual que Mafalda hace más de cuarenta años, la mayoría de las personas nos preguntamos dónde queda ese lugar en el mundo en donde las cosas funcionan y la gente vive feliz, en un marco de equidad y justicia. En donde las oportunidades florecen y sus habitantes, más allá de sus ideas, tiran para un mismo lado y logran transformar esa cohesión social en crecimiento económico. En donde la educación y la salud son bienes esenciales y las minorías son respetadas. Y en donde el Estado es ese árbitro que asegura la equidad y los derechos de todos, y para eso regula, pero sin avasallar la intimidad ni vulnerar las libertades individuales.
A lo largo de la historia, ese mundo feliz o ideal tuvo diversos referentes. En el momento en que Mafalda no podía salir de la cama, la Guerra Fría promovía los conceptos de Primer Mundo y Tercer Mundo. A casi 25 años de la caída del Muro de Berlín, esos conceptos están desgastados y el modelo al que miran todos ya no es el mismo.
El fundamentalismo capitalista también tuvo su caída del Muro con la crisis financiera y económica iniciada en 2008 y cuando se piensa en desarrollo, las aspiraciones y los índices ahora señalan hacia Canadá, Nueva Zelanda o algunos países del norte de Europa, como Finlandia o Noruega, que publicaciones como The Economist ya llaman "el próximo supermodelo". Es más, por estos días, Estados Unidos ya no parece ser modelo ni siquiera para los propios norteamericanos, quienes atraviesan una etapa de reflexión sombría acerca de sus deudas internas y de lo que muchos califican ya como "escandalosa inequidad".
"El fin de la Guerra Fría y el aceleramiento de los procesos globales de los 90 borraron un montón de fronteras convencionales y divisiones clásicas como Este-Oeste, Primero y Tercer Mundo y muchas categorías dejaron de tener sentido. Hoy, hay otro modo de aproximarse a lo que se considera un mejor modo de vida en algunos pocos países que siguen reuniendo condiciones del viejo Estado de bienestar", explica Juan Gabriel Tokatlian, director del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Di Tella. "Países que eran grandes referentes, como Holanda, Francia, Italia o Gran Bretaña, se han ido desdibujando; sus Estados de bienestar fueron desmantelados en los últimos años como producto de las graves crisis. Hay menos Estado y graves problemas en salud y educación. Sólo quedan pequeños nichos en el mundo nórdico, fundamentalmente Noruega y Finlandia."
Para el sociólogo Gabriel Puricelli, del Laboratorio de Políticas Públicas (LPP), ese paradigma del Estado de bienestar y respeto por las libertades individuales que viene crujiendo en tantos países y aparece ahora tan valorado "le debe mucho al consenso socialdemócrata de los años de la posguerra. Se perfeccionó con los movimientos sociales, lo que lo llevó a construir un paradigma más contemporáneo, pero no puede explicarse sin aquel consenso social que nació luego de la Segunda Guerra".
"No somos los número 1"
Hace algunas semanas, el columnista de The New York Times Nicolas Kristof lagrimeaba ante la evidencia. "No somos los N° 1", se llamaba su nota, en la que daba cuenta de que las cosas no son como en los tiempos en que su país era visto, fronteras adentro y afuera, como el más rico, poderoso y bendecido de la tierra. Kristof repasaba los datos que arrojó un exhaustivo relevamiento conocido como Social Progress Index, un estudio (curiosamente dirigido por un republicano) de 132 países, similar a los que hace Naciones Unidas en materia de necesidades básicas, bienestar y oportunidades, y que incluye instancias como acceso a la salud, la vivienda y la educación, como también seguridad personal y respeto por los derechos humanos y el medio ambiente ( http://www.socialprogressimperative.org/data/spi ).
En ese estudio, Estados Unidos se ubica en el puesto 16, ya sorprendente de por sí, pero en algunos ítems como salud queda relegado al 70, al 31 en seguridad y al 39 en educación básica. Las cifras son contundentes: el puesto en el rubro comunicaciones es el 23: sí, señor, en el país de Silicon Valley, uno de cada cinco estadounidenses no tiene acceso a Internet. Nueva Zelanda, Suiza, Islandia y Holanda ocupan los primeros puestos del Social Progress Index. Noruega ocupa el quinto y le siguen Suecia, Canadá, Finlandia y Dinamarca. La Argentina está en el puesto 58.
Estas cifras coinciden con lo que puede leerse en los medios mainstream de países desarrollados en crisis, en los que abundan historias sobre la riqueza petrolera y la austeridad noruega, la salida de Islandia del abismo financiero, las notables escuelas finlandesas y la igualdad de género en Suecia. Junto con el ascenso de estos nuevos "milagros", está el abrumado lamento de los ángeles caídos del mapa ideal.
"En Estados Unidos hoy hay 46 millones de pobres: más de una Argentina de pobres adentro; los indicadores son malos, la brecha entre ricos y pobres se está ensanchando", detalla Federico Merke, profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de San Andrés, quien entiende también que el concepto de Primer Mundo está "desdibujado" y prefiere pensar esas categorías como "relacionales", es decir, un país puede ser Primer Mundo en relación con otro y así también un país primermundista supuestamente puede albergar un Tercer Mundo, algo que se hizo explícito en 2005 durante la catástrofe del huracán Katrina, cuando los estados más pobres del sur de Estados Unidos quedaron a la deriva ante las escandalizadas cámaras de televisión, que transmitían imágenes más propias de Ruanda que de la primera potencia mundial.
Por estos días, abundan las malas noticias para los estadounidenses, ya que una investigación determinó que la clase media norteamericana ya no es la más rica en el mundo, sino que se ve superada por la canadiense y también por la de algunos países europeos, pese a que los estadounidenses trabajan en promedio varias horas más por semana. Canadá, precisamente, es uno de los países con mejores registros de desarrollo humano y aparece con frecuencia en el imaginario de los que sueñan con vivir en un país previsible en su oferta de bienestar y pensado para todos. Todavía resuenan las palabras del ex embajador de Canadá Yves Gagnon, cuando en su discurso de despedida se mostró orgulloso por el hecho de que los medios se ocupan poco de su país. Como ejemplo, citó que durante los años de su estadía en la Argentina, en Canadá habían caído tres gobiernos y, sin embargo, nada de eso había sido noticia en los diarios.
El sueño americano implosiona con datos obscenos. Mientras el presidente Obama no consigue apoyo para poder financiar la universalidad del prejardín de infantes, el 1% más alto de la pirámide gana más que todo el resto y ya lo empiezan a ver con malos ojos incluso los propios impulsores de la meritocracia. El Nobel Joseph Stiglitz colabora derribando mitos al señalar en sus discursos que no sólo la inequidad va en aumento, sino que incluso la igualdad de oportunidades -el mayor de los valores para esa sociedad- no es una realidad en Estados Unidos.
Regreso al centro
El economista y escritor chileno Sebastián Edwards tiene la experiencia para intentar una disección de los problemas que hoy enfrenta ese país, ya que vive allí hace muchos años. Cuando habla de desarrollo, Edwards prefiere la categoría de "modernidad" en lugar de Primer Mundo. "Estados Unidos es un país capitalista y moderno, lleno de contradicciones, con un enorme respeto por los individuos y las minorías y con un nivel creciente de desigualdad? una contradicción total", dice. "Entre las cosas buenas: tiene un presidente negro, una latina de origen pobre en la Corte Suprema, un negro también de origen pobre en la Corte, las mejores universidades del mundo y enorme respeto por la libertad de prensa. Cosas malas: un montón de pobres, una distribución del ingreso que empeora, fanatismo religioso en muchos estados, invasión de países sin razón... De todos modos, lo importante es que los excesos en Estados Unidos tienden a corregirse y el país vuelve al centro moral y político. Sucedió con Roosevelt (con los dos), con Kennedy y Johnson, con Clinton. Mira a Thomas Piketty: su libro había pasado sin pena ni gloria en Francia... aquí se transformó en una superestrella y va a tener una influencia colosal. Nada de esto pasa en Francia, donde no hay ni negros ni magrebíes en la Corte Suprema y apenas si los hay en el Parlamento."
La inequidad es el signo de los tiempos o al menos es el tema sobre el cual gira la preocupación de políticos e intelectuales. En el caso de Europa, señala Tokatlian, la desigualdad en términos del ingreso es la mayor desde los años 70. "La India y China resolvieron muchísimo para millones de habitantes, pero siguen siendo dos sociedades profundamente inequitativas. América latina sigue siendo la región más desigual", explica y trata de encontrar la llave del éxito de países como Noruega y Finlandia. "Demográficamente pequeños, el secreto parece residir en que la brecha entre ricos y pobres allí es mucho menor, hay gran cohesión social y aparecen como arcas de Noé en donde todos se sienten parte de un proyecto", sintetiza.
Interesante resulta la mirada de un sociólogo argentino radicado en Noruega. "Los países escandinavos tienen altos niveles de educación y desarrollo humano. Sin embargo, esos niveles no son muy distintos de los de las clases medias urbanas latinoamericanas", asegura Fabián Mosenson, docente de la Universidad de Oslo. Y agrega: "Si el nivel de educación se mide en graduados por habitantes, van primeros. Pero lo que se conoce menos es el contenido de esa formación. Y, en ese sentido, en humanidades, el típico producto de la cafetería de Puan o de Marcelo T. de Alvear no tiene mucho que envidiar a un graduado de la Universidad de Oslo o la de Estocolmo. Sí son más envidiables las instalaciones y los recursos financieros y económicos públicos".
Mosenson habla de lo público, y ahí aparecen entonces otros conceptos clave, el de Estado y el de la equidad. "Lo que todos pueden apreciar, sobre todo los que venimos de países como los nuestros, es la enorme diferencia de la relación del Estado con los ciudadanos y de la percepción que los ciudadanos tienen del Estado. No hay favores ni conocidos ni amigos para acelerar un trámite. En las cárceles, a los internos se los considera seres humanos y así son tratados. Los medios de transporte funcionan. La frase del alcalde de Bogotá, Gustavo Petro -«Un país desarrollado no es un lugar donde los pobres tienen coches, sino uno donde los ricos usan transporte público»- es rigurosamente cierta. Al mismo tiempo, las clases acomodadas hacen muchas más tareas domésticas que sus pares latinoamericanos. No es raro encontrarse con el ministro de Economía haciendo las compras. Tampoco está bien visto contratar personal doméstico."
El sociólogo es bastante crítico en relación con la mirada que asegura que los países nórdicos son ejemplos de armonía e integración social. "Salvo Canadá o Nueva Zelanda, el resto de los países que «ranquean» alto en los índices de desarrollo humano fueron sociedades de emigración", explica. "Hay casi cinco millones de descendientes de noruegos en Estados Unidos, casi la misma población que Noruega tiene hoy. Esto significa que los que se quedaron son tal vez los menos aventureros. Con esto se construye una sociedad homogénea y conservadora. Lo positivo es el alto grado de integración social. Pero también puede ser problemático: no hay demasiada ductilidad para lidiar con la diferencia, y por eso se puede observar una tendencia a la guetificación en barrios «étnicos» y educación semisegregada", concluye.
Nos lo decimos hace mucho, pero insistimos: aunque no existe el mundo ideal, el deseo siempre va detrás de lo que falta. En general, las cifras indican que la pobreza mundial se reduce, pero, sin embargo, ahora que todo lo vemos, pareciera que cada vez hay más pobres cuando lo que hay es cada vez mayores diferencias entre los que más y menos tienen. Mientras los índices que miden la felicidad ubican a países no desarrollados entre los que lideran el ranking, las embajadas más visitadas en todo el mundo por personas que buscan emigrar de una mala realidad económica en sus países de origen son otras, en general, siempre los mismas. Y es que ahí se va en busca de trabajo más que de sonrisas. Es Merke quien recuerda la "paradoja de Easterlin", el economista norteamericano cuyo discutido hallazgo fue que no existe relación lineal entre mayores ingresos y la felicidad: "La gente se acostumbra a lo que tiene; quien gana la lotería, en diez años se acostumbró y ya es otra cosa", explica.
Quien sube un escalón quiere subir otro. Es aquel concepto del teórico italiano Norberto Bobbio, el "mínimo civilizatorio", lo que se pone en juego, aquel reclamo que hacen los ciudadanos a las instituciones bajo el imperio de sus necesidades, que, naturalmente, van cambiando. Y están las secretas aspiraciones que siempre impone el deseo ante lo que nos falta. Por ejemplo, el dinero. Por ejemplo, la ilusión.
Fuente: www.lanacion.com.ar
Sociedad
¿Dónde queda el Primer Mundo? El nuevo ránking de países admirados
A medida que las crisis económicas y la desprotección estatal van minando la calidad de vida de los países hasta ahora considerados desarrollados, la equidad, la tolerancia a la diversidad, la felicidad, la estabilidad política y una educación de calidad colocan en los primeros lugares del listado de naciones modelo a Nueva Zelanda, Canadá, Noruega, Finlandia y Australia. Retrato de un planeta en el que el norte parece estar por todas partes
Por Hinde Pomeraniec | Para LA NACION
Ilustración: Martín Balcala
Mafalda está en su cama, bajo las frazadas. No parece tener ánimo para levantarse. Entonces, lanza su discurso al aire: "Buen día, ¿qué mundo tenemos hoy: el primero, el segundo o el tercero? No, esperen. Mejor vayan a echar un vistazo, y si hay libertad, justicia y esas cosas, me despiertan, sea el número de mundo que sea, ¿estamos?".
Al igual que Mafalda hace más de cuarenta años, la mayoría de las personas nos preguntamos dónde queda ese lugar en el mundo en donde las cosas funcionan y la gente vive feliz, en un marco de equidad y justicia. En donde las oportunidades florecen y sus habitantes, más allá de sus ideas, tiran para un mismo lado y logran transformar esa cohesión social en crecimiento económico. En donde la educación y la salud son bienes esenciales y las minorías son respetadas. Y en donde el Estado es ese árbitro que asegura la equidad y los derechos de todos, y para eso regula, pero sin avasallar la intimidad ni vulnerar las libertades individuales.
A lo largo de la historia, ese mundo feliz o ideal tuvo diversos referentes. En el momento en que Mafalda no podía salir de la cama, la Guerra Fría promovía los conceptos de Primer Mundo y Tercer Mundo. A casi 25 años de la caída del Muro de Berlín, esos conceptos están desgastados y el modelo al que miran todos ya no es el mismo.
El fundamentalismo capitalista también tuvo su caída del Muro con la crisis financiera y económica iniciada en 2008 y cuando se piensa en desarrollo, las aspiraciones y los índices ahora señalan hacia Canadá, Nueva Zelanda o algunos países del norte de Europa, como Finlandia o Noruega, que publicaciones como The Economist ya llaman "el próximo supermodelo". Es más, por estos días, Estados Unidos ya no parece ser modelo ni siquiera para los propios norteamericanos, quienes atraviesan una etapa de reflexión sombría acerca de sus deudas internas y de lo que muchos califican ya como "escandalosa inequidad".
"El fin de la Guerra Fría y el aceleramiento de los procesos globales de los 90 borraron un montón de fronteras convencionales y divisiones clásicas como Este-Oeste, Primero y Tercer Mundo y muchas categorías dejaron de tener sentido. Hoy, hay otro modo de aproximarse a lo que se considera un mejor modo de vida en algunos pocos países que siguen reuniendo condiciones del viejo Estado de bienestar", explica Juan Gabriel Tokatlian, director del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Di Tella. "Países que eran grandes referentes, como Holanda, Francia, Italia o Gran Bretaña, se han ido desdibujando; sus Estados de bienestar fueron desmantelados en los últimos años como producto de las graves crisis. Hay menos Estado y graves problemas en salud y educación. Sólo quedan pequeños nichos en el mundo nórdico, fundamentalmente Noruega y Finlandia."
Para el sociólogo Gabriel Puricelli, del Laboratorio de Políticas Públicas (LPP), ese paradigma del Estado de bienestar y respeto por las libertades individuales que viene crujiendo en tantos países y aparece ahora tan valorado "le debe mucho al consenso socialdemócrata de los años de la posguerra. Se perfeccionó con los movimientos sociales, lo que lo llevó a construir un paradigma más contemporáneo, pero no puede explicarse sin aquel consenso social que nació luego de la Segunda Guerra".
"No somos los número 1"
Hace algunas semanas, el columnista de The New York Times Nicolas Kristof lagrimeaba ante la evidencia. "No somos los N° 1", se llamaba su nota, en la que daba cuenta de que las cosas no son como en los tiempos en que su país era visto, fronteras adentro y afuera, como el más rico, poderoso y bendecido de la tierra. Kristof repasaba los datos que arrojó un exhaustivo relevamiento conocido como Social Progress Index, un estudio (curiosamente dirigido por un republicano) de 132 países, similar a los que hace Naciones Unidas en materia de necesidades básicas, bienestar y oportunidades, y que incluye instancias como acceso a la salud, la vivienda y la educación, como también seguridad personal y respeto por los derechos humanos y el medio ambiente ( http://www.socialprogressimperative.org/data/spi ).
En ese estudio, Estados Unidos se ubica en el puesto 16, ya sorprendente de por sí, pero en algunos ítems como salud queda relegado al 70, al 31 en seguridad y al 39 en educación básica. Las cifras son contundentes: el puesto en el rubro comunicaciones es el 23: sí, señor, en el país de Silicon Valley, uno de cada cinco estadounidenses no tiene acceso a Internet. Nueva Zelanda, Suiza, Islandia y Holanda ocupan los primeros puestos del Social Progress Index. Noruega ocupa el quinto y le siguen Suecia, Canadá, Finlandia y Dinamarca. La Argentina está en el puesto 58.
Estas cifras coinciden con lo que puede leerse en los medios mainstream de países desarrollados en crisis, en los que abundan historias sobre la riqueza petrolera y la austeridad noruega, la salida de Islandia del abismo financiero, las notables escuelas finlandesas y la igualdad de género en Suecia. Junto con el ascenso de estos nuevos "milagros", está el abrumado lamento de los ángeles caídos del mapa ideal.
"En Estados Unidos hoy hay 46 millones de pobres: más de una Argentina de pobres adentro; los indicadores son malos, la brecha entre ricos y pobres se está ensanchando", detalla Federico Merke, profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de San Andrés, quien entiende también que el concepto de Primer Mundo está "desdibujado" y prefiere pensar esas categorías como "relacionales", es decir, un país puede ser Primer Mundo en relación con otro y así también un país primermundista supuestamente puede albergar un Tercer Mundo, algo que se hizo explícito en 2005 durante la catástrofe del huracán Katrina, cuando los estados más pobres del sur de Estados Unidos quedaron a la deriva ante las escandalizadas cámaras de televisión, que transmitían imágenes más propias de Ruanda que de la primera potencia mundial.
Por estos días, abundan las malas noticias para los estadounidenses, ya que una investigación determinó que la clase media norteamericana ya no es la más rica en el mundo, sino que se ve superada por la canadiense y también por la de algunos países europeos, pese a que los estadounidenses trabajan en promedio varias horas más por semana. Canadá, precisamente, es uno de los países con mejores registros de desarrollo humano y aparece con frecuencia en el imaginario de los que sueñan con vivir en un país previsible en su oferta de bienestar y pensado para todos. Todavía resuenan las palabras del ex embajador de Canadá Yves Gagnon, cuando en su discurso de despedida se mostró orgulloso por el hecho de que los medios se ocupan poco de su país. Como ejemplo, citó que durante los años de su estadía en la Argentina, en Canadá habían caído tres gobiernos y, sin embargo, nada de eso había sido noticia en los diarios.
El sueño americano implosiona con datos obscenos. Mientras el presidente Obama no consigue apoyo para poder financiar la universalidad del prejardín de infantes, el 1% más alto de la pirámide gana más que todo el resto y ya lo empiezan a ver con malos ojos incluso los propios impulsores de la meritocracia. El Nobel Joseph Stiglitz colabora derribando mitos al señalar en sus discursos que no sólo la inequidad va en aumento, sino que incluso la igualdad de oportunidades -el mayor de los valores para esa sociedad- no es una realidad en Estados Unidos.
Regreso al centro
El economista y escritor chileno Sebastián Edwards tiene la experiencia para intentar una disección de los problemas que hoy enfrenta ese país, ya que vive allí hace muchos años. Cuando habla de desarrollo, Edwards prefiere la categoría de "modernidad" en lugar de Primer Mundo. "Estados Unidos es un país capitalista y moderno, lleno de contradicciones, con un enorme respeto por los individuos y las minorías y con un nivel creciente de desigualdad? una contradicción total", dice. "Entre las cosas buenas: tiene un presidente negro, una latina de origen pobre en la Corte Suprema, un negro también de origen pobre en la Corte, las mejores universidades del mundo y enorme respeto por la libertad de prensa. Cosas malas: un montón de pobres, una distribución del ingreso que empeora, fanatismo religioso en muchos estados, invasión de países sin razón... De todos modos, lo importante es que los excesos en Estados Unidos tienden a corregirse y el país vuelve al centro moral y político. Sucedió con Roosevelt (con los dos), con Kennedy y Johnson, con Clinton. Mira a Thomas Piketty: su libro había pasado sin pena ni gloria en Francia... aquí se transformó en una superestrella y va a tener una influencia colosal. Nada de esto pasa en Francia, donde no hay ni negros ni magrebíes en la Corte Suprema y apenas si los hay en el Parlamento."
La inequidad es el signo de los tiempos o al menos es el tema sobre el cual gira la preocupación de políticos e intelectuales. En el caso de Europa, señala Tokatlian, la desigualdad en términos del ingreso es la mayor desde los años 70. "La India y China resolvieron muchísimo para millones de habitantes, pero siguen siendo dos sociedades profundamente inequitativas. América latina sigue siendo la región más desigual", explica y trata de encontrar la llave del éxito de países como Noruega y Finlandia. "Demográficamente pequeños, el secreto parece residir en que la brecha entre ricos y pobres allí es mucho menor, hay gran cohesión social y aparecen como arcas de Noé en donde todos se sienten parte de un proyecto", sintetiza.
Interesante resulta la mirada de un sociólogo argentino radicado en Noruega. "Los países escandinavos tienen altos niveles de educación y desarrollo humano. Sin embargo, esos niveles no son muy distintos de los de las clases medias urbanas latinoamericanas", asegura Fabián Mosenson, docente de la Universidad de Oslo. Y agrega: "Si el nivel de educación se mide en graduados por habitantes, van primeros. Pero lo que se conoce menos es el contenido de esa formación. Y, en ese sentido, en humanidades, el típico producto de la cafetería de Puan o de Marcelo T. de Alvear no tiene mucho que envidiar a un graduado de la Universidad de Oslo o la de Estocolmo. Sí son más envidiables las instalaciones y los recursos financieros y económicos públicos".
Mosenson habla de lo público, y ahí aparecen entonces otros conceptos clave, el de Estado y el de la equidad. "Lo que todos pueden apreciar, sobre todo los que venimos de países como los nuestros, es la enorme diferencia de la relación del Estado con los ciudadanos y de la percepción que los ciudadanos tienen del Estado. No hay favores ni conocidos ni amigos para acelerar un trámite. En las cárceles, a los internos se los considera seres humanos y así son tratados. Los medios de transporte funcionan. La frase del alcalde de Bogotá, Gustavo Petro -«Un país desarrollado no es un lugar donde los pobres tienen coches, sino uno donde los ricos usan transporte público»- es rigurosamente cierta. Al mismo tiempo, las clases acomodadas hacen muchas más tareas domésticas que sus pares latinoamericanos. No es raro encontrarse con el ministro de Economía haciendo las compras. Tampoco está bien visto contratar personal doméstico."
El sociólogo es bastante crítico en relación con la mirada que asegura que los países nórdicos son ejemplos de armonía e integración social. "Salvo Canadá o Nueva Zelanda, el resto de los países que «ranquean» alto en los índices de desarrollo humano fueron sociedades de emigración", explica. "Hay casi cinco millones de descendientes de noruegos en Estados Unidos, casi la misma población que Noruega tiene hoy. Esto significa que los que se quedaron son tal vez los menos aventureros. Con esto se construye una sociedad homogénea y conservadora. Lo positivo es el alto grado de integración social. Pero también puede ser problemático: no hay demasiada ductilidad para lidiar con la diferencia, y por eso se puede observar una tendencia a la guetificación en barrios «étnicos» y educación semisegregada", concluye.
Nos lo decimos hace mucho, pero insistimos: aunque no existe el mundo ideal, el deseo siempre va detrás de lo que falta. En general, las cifras indican que la pobreza mundial se reduce, pero, sin embargo, ahora que todo lo vemos, pareciera que cada vez hay más pobres cuando lo que hay es cada vez mayores diferencias entre los que más y menos tienen. Mientras los índices que miden la felicidad ubican a países no desarrollados entre los que lideran el ranking, las embajadas más visitadas en todo el mundo por personas que buscan emigrar de una mala realidad económica en sus países de origen son otras, en general, siempre los mismas. Y es que ahí se va en busca de trabajo más que de sonrisas. Es Merke quien recuerda la "paradoja de Easterlin", el economista norteamericano cuyo discutido hallazgo fue que no existe relación lineal entre mayores ingresos y la felicidad: "La gente se acostumbra a lo que tiene; quien gana la lotería, en diez años se acostumbró y ya es otra cosa", explica.
Quien sube un escalón quiere subir otro. Es aquel concepto del teórico italiano Norberto Bobbio, el "mínimo civilizatorio", lo que se pone en juego, aquel reclamo que hacen los ciudadanos a las instituciones bajo el imperio de sus necesidades, que, naturalmente, van cambiando. Y están las secretas aspiraciones que siempre impone el deseo ante lo que nos falta. Por ejemplo, el dinero. Por ejemplo, la ilusión.
Fuente: www.lanacion.com.ar
GralInt-TED Talks-Andrew Solomon: How the worst moments in our lives make us who we are
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Andrew Solomon:
How the worst moments in our lives make us who we are
TED2014 · Filmed Mar 2014
Writer Andrew Solomon has spent his career telling stories of the hardships of others. Now he turns inward, bringing us into a childhood of adversity, while also spinning tales of the courageous people he's met in the years since. In a moving, heartfelt and at times downright funny talk, Solomon gives a powerful call to action to forge meaning from our biggest struggles.
Transcript:
As a student of adversity, I've been struck over the years by how some people with major challenges seem to draw strength from them, and I've heard the popular wisdom that that has to do with finding meaning. And for a long time, I thought the meaning was out there, some great truth waiting to be found.
But over time, I've come to feel that the truth is irrelevant. We call it finding meaning, but we might better call it forging meaning.
My last book was about how families manage to deal with various kinds of challenging or unusual offspring, and one of the mothers I interviewed, who had two children with multiple severe disabilities, said to me, "People always give us these little sayings like, 'God doesn't give you any more than you can handle,' but children like ours are not preordained as a gift. They're a gift because that's what we have chosen."
We make those choices all our lives. When I was in second grade, Bobby Finkel had a birthday party and invited everyone in our class but me. My mother assumed there had been some sort of error, and she called Mrs. Finkel, who said that Bobby didn't like me and didn't want me at his party. And that day, my mom took me to the zoo and out for a hot fudge sundae. When I was in seventh grade, one of the kids on my school bus nicknamed me "Percy" as a shorthand for my demeanor, and sometimes, he and his cohort would chant that provocation the entire school bus ride, 45 minutes up, 45 minutes back, "Percy! Percy! Percy! Percy!" When I was in eighth grade, our science teacher told us that all male homosexuals develop fecal incontinence because of the trauma to their anal sphincter. And I graduated high school without ever going to the cafeteria, where I would have sat with the girls and been laughed at for doing so, or sat with the boys and been laughed at for being a boy who should be sitting with the girls.
I survived that childhood through a mix of avoidance and endurance. What I didn't know then, and do know now, is that avoidance and endurance can be the entryway to forging meaning. After you've forged meaning, you need to incorporate that meaning into a new identity. You need to take the traumas and make them part of who you've come to be, and you need to fold the worst events of your life into a narrative of triumph, evincing a better self in response to things that hurt.
One of the other mothers I interviewed when I was working on my book had been raped as an adolescent, and had a child following that rape, which had thrown away her career plans and damaged all of her emotional relationships. But when I met her, she was 50, and I said to her, "Do you often think about the man who raped you?" And she said, "I used to think about him with anger, but now only with pity." And I thought she meant pity because he was so unevolved as to have done this terrible thing. And I said, "Pity?" And she said, "Yes, because he has a beautiful daughter and two beautiful grandchildren and he doesn't know that, and I do. So as it turns out, I'm the lucky one."
Some of our struggles are things we're born to: our gender, our sexuality, our race, our disability. And some are things that happen to us: being a political prisoner, being a rape victim, being a Katrina survivor. Identity involves entering a community to draw strength from that community, and to give strength there too. It involves substituting "and" for "but" -- not "I am here but I have cancer," but rather, "I have cancer and I am here."
When we're ashamed, we can't tell our stories, and stories are the foundation of identity. Forge meaning, build identity, forge meaning and build identity. That became my mantra. Forging meaning is about changing yourself. Building identity is about changing the world. All of us with stigmatized identities face this question daily: how much to accommodate society by constraining ourselves, and how much to break the limits of what constitutes a valid life? Forging meaning and building identity does not make what was wrong right. It only makes what was wrong precious.
In January of this year, I went to Myanmar to interview political prisoners, and I was surprised to find them less bitter than I'd anticipated. Most of them had knowingly committed the offenses that landed them in prison, and they had walked in with their heads held high, and they walked out with their heads still held high, many years later. Dr. Ma Thida, a leading human rights activist who had nearly died in prison and had spent many years in solitary confinement, told me she was grateful to her jailers for the time she had had to think, for the wisdom she had gained, for the chance to hone her meditation skills. She had sought meaning and made her travail into a crucial identity. But if the people I met were less bitter than I'd anticipated about being in prison, they were also less thrilled than I'd expected about the reform process going on in their country. Ma Thida said, "We Burmese are noted for our tremendous grace under pressure, but we also have grievance under glamour," she said, "and the fact that there have been these shifts and changes doesn't erase the continuing problems in our society that we learned to see so well while we were in prison."
And I understood her to being saying that concessions confer only a little humanity, where full humanity is due, that crumbs are not the same as a place at the table, which is to say you can forge meaning and build identity and still be mad as hell.
I've never been raped, and I've never been in anything remotely approaching a Burmese prison, but as a gay American, I've experienced prejudice and even hatred, and I've forged meaning and I've built identity, which is a move I learned from people who had experienced far worse privation than I've ever known. In my own adolescence, I went to extreme lengths to try to be straight. I enrolled myself in something called sexual surrogacy therapy, in which people I was encouraged to call doctors prescribed what I was encouraged to call exercises with women I was encouraged to call surrogates, who were not exactly prostitutes but who were also not exactly anything else. (Laughter) My particular favorite was a blonde woman from the Deep South who eventually admitted to me that she was really a necrophiliac and had taken this job after she got in trouble down at the morgue. (Laughter)
These experiences eventually allowed me to have some happy physical relationships with women, for which I'm grateful, but I was at war with myself, and I dug terrible wounds into my own psyche.
We don't seek the painful experiences that hew our identities, but we seek our identities in the wake of painful experiences. We cannot bear a pointless torment, but we can endure great pain if we believe that it's purposeful. Ease makes less of an impression on us than struggle. We could have been ourselves without our delights, but not without the misfortunes that drive our search for meaning. "Therefore, I take pleasure in infirmities," St. Paul wrote in Second Corinthians, "for when I am weak, then I am strong."
In 1988, I went to Moscow to interview artists of the Soviet underground, and I expected their work to be dissident and political. But the radicalism in their work actually lay in reinserting humanity into a society that was annihilating humanity itself, as, in some senses, Russian society is now doing again. One of the artists I met said to me, "We were in training to be not artists but angels."
In 1991, I went back to see the artists I'd been writing about, and I was with them during the putsch that ended the Soviet Union, and they were among the chief organizers of the resistance to that putsch. And on the third day of the putsch, one of them suggested we walk up to Smolenskaya. And we went there, and we arranged ourselves in front of one of the barricades, and a little while later, a column of tanks rolled up, and the soldier on the front tank said, "We have unconditional orders to destroy this barricade. If you get out of the way, we don't need to hurt you, but if you won't move, we'll have no choice but to run you down." And the artists I was with said, "Give us just a minute. Give us just a minute to tell you why we're here." And the soldier folded his arms, and the artist launched into a Jeffersonian panegyric to democracy such as those of us who live in a Jeffersonian democracy would be hard-pressed to present. And they went on and on, and the soldier watched, and then he sat there for a full minute after they were finished and looked at us so bedraggled in the rain, and said, "What you have said is true, and we must bow to the will of the people. If you'll clear enough space for us to turn around, we'll go back the way we came." And that's what they did. Sometimes, forging meaning can give you the vocabulary you need to fight for your ultimate freedom.
Russia awakened me to the lemonade notion that oppression breeds the power to oppose it, and I gradually understood that as the cornerstone of identity. It took identity to rescue me from sadness. The gay rights movement posits a world in which my aberrances are a victory. Identity politics always works on two fronts: to give pride to people who have a given condition or characteristic, and to cause the outside world to treat such people more gently and more kindly. Those are two totally separate enterprises, but progress in each sphere reverberates in the other. Identity politics can be narcissistic. People extol a difference only because it's theirs. People narrow the world and function in discrete groups without empathy for one another. But properly understood and wisely practiced, identity politics should expand our idea of what it is to be human. Identity itself should be not a smug label or a gold medal but a revolution.
I would have had an easier life if I were straight, but I would not be me, and I now like being myself better than the idea of being someone else, someone who, to be honest, I have neither the option of being nor the ability fully to imagine. But if you banish the dragons, you banish the heroes, and we become attached to the heroic strain in our own lives. I've sometimes wondered whether I could have ceased to hate that part of myself without gay pride's technicolor fiesta, of which this speech is one manifestation. I used to think I would know myself to be mature when I could simply be gay without emphasis, but the self-loathing of that period left a void, and celebration needs to fill and overflow it, and even if I repay my private debt of melancholy, there's still an outer world of homophobia that it will take decades to address. Someday, being gay will be a simple fact, free of party hats and blame, but not yet. A friend of mine who thought gay pride was getting very carried away with itself, once suggested that we organize Gay Humility Week. (Laughter) (Applause) It's a great idea, but its time has not yet come. (Laughter) And neutrality, which seems to lie halfway between despair and celebration, is actually the endgame.
In 29 states in the U.S., I could legally be fired or denied housing for being gay. In Russia, the anti-propaganda law has led to people being beaten in the streets. Twenty-seven African countries have passed laws against sodomy, and in Nigeria, gay people can legally be stoned to death, and lynchings have become common. In Saudi Arabia recently, two men who had been caught in carnal acts, were sentenced to 7,000 lashes each, and are now permanently disabled as a result. So who can forge meaning and build identity? Gay rights are not primarily marriage rights, and for the millions who live in unaccepting places with no resources, dignity remains elusive. I am lucky to have forged meaning and built identity, but that's still a rare privilege, and gay people deserve more collectively than the crumbs of justice.
And yet, every step forward is so sweet. In 2007, six years after we met, my partner and I decided to get married. Meeting John had been the discovery of great happiness and also the elimination of great unhappiness, and sometimes, I was so occupied with the disappearance of all that pain that I forgot about the joy, which was at first the less remarkable part of it to me. Marrying was a way to declare our love as more a presence than an absence.
Marriage soon led us to children, and that meant new meanings and new identities, ours and theirs. I want my children to be happy, and I love them most achingly when they are sad. As a gay father, I can teach them to own what is wrong in their lives, but I believe that if I succeed in sheltering them from adversity, I will have failed as a parent. A Buddhist scholar I know once explained to me that Westerners mistakenly think that nirvana is what arrives when all your woe is behind you and you have only bliss to look forward to. But he said that would not be nirvana, because your bliss in the present would always be shadowed by the joy from the past. Nirvana, he said, is what you arrive at when you have only bliss to look forward to and find in what looked like sorrows the seedlings of your joy. And I sometimes wonder whether I could have found such fulfillment in marriage and children if they'd come more readily, if I'd been straight in my youth or were young now, in either of which cases this might be easier. Perhaps I could. Perhaps all the complex imagining I've done could have been applied to other topics. But if seeking meaning matters more than finding meaning, the question is not whether I'd be happier for having been bullied, but whether assigning meaning to those experiences has made me a better father. I tend to find the ecstasy hidden in ordinary joys, because I did not expect those joys to be ordinary to me.
I know many heterosexuals who have equally happy marriages and families, but gay marriage is so breathtakingly fresh, and gay families so exhilaratingly new, and I found meaning in that surprise.
In October, it was my 50th birthday, and my family organized a party for me, and in the middle of it, my son said to my husband that he wanted to make a speech, and John said, "George, you can't make a speech. You're four." (Laughter) "Only Grandpa and Uncle David and I are going to make speeches tonight." But George insisted and insisted, and finally, John took him up to the microphone, and George said very loudly, "Ladies and gentlemen, may I have your attention please." And everyone turned around, startled. And George said, "I'm glad it's Daddy's birthday. I'm glad we all get cake. And daddy, if you were little, I'd be your friend."
And I thought — Thank you. I thought that I was indebted even to Bobby Finkel, because all those earlier experiences were what had propelled me to this moment, and I was finally unconditionally grateful for a life I'd once have done anything to change.
The gay activist Harvey Milk was once asked by a younger gay man what he could do to help the movement, and Harvey Milk said, "Go out and tell someone." There's always somebody who wants to confiscate our humanity, and there are always stories that restore it. If we live out loud, we can trounce the hatred and expand everyone's lives.
Forge meaning. Build identity. Forge meaning. Build identity. And then invite the world to share your joy.
Thank you.
(Applause)
Thank you. (Applause)
Thank you. (Applause)
Thank you. (Applause)
Andrew Solomon:
How the worst moments in our lives make us who we are
TED2014 · Filmed Mar 2014
Writer Andrew Solomon has spent his career telling stories of the hardships of others. Now he turns inward, bringing us into a childhood of adversity, while also spinning tales of the courageous people he's met in the years since. In a moving, heartfelt and at times downright funny talk, Solomon gives a powerful call to action to forge meaning from our biggest struggles.
Transcript:
As a student of adversity, I've been struck over the years by how some people with major challenges seem to draw strength from them, and I've heard the popular wisdom that that has to do with finding meaning. And for a long time, I thought the meaning was out there, some great truth waiting to be found.
But over time, I've come to feel that the truth is irrelevant. We call it finding meaning, but we might better call it forging meaning.
My last book was about how families manage to deal with various kinds of challenging or unusual offspring, and one of the mothers I interviewed, who had two children with multiple severe disabilities, said to me, "People always give us these little sayings like, 'God doesn't give you any more than you can handle,' but children like ours are not preordained as a gift. They're a gift because that's what we have chosen."
We make those choices all our lives. When I was in second grade, Bobby Finkel had a birthday party and invited everyone in our class but me. My mother assumed there had been some sort of error, and she called Mrs. Finkel, who said that Bobby didn't like me and didn't want me at his party. And that day, my mom took me to the zoo and out for a hot fudge sundae. When I was in seventh grade, one of the kids on my school bus nicknamed me "Percy" as a shorthand for my demeanor, and sometimes, he and his cohort would chant that provocation the entire school bus ride, 45 minutes up, 45 minutes back, "Percy! Percy! Percy! Percy!" When I was in eighth grade, our science teacher told us that all male homosexuals develop fecal incontinence because of the trauma to their anal sphincter. And I graduated high school without ever going to the cafeteria, where I would have sat with the girls and been laughed at for doing so, or sat with the boys and been laughed at for being a boy who should be sitting with the girls.
I survived that childhood through a mix of avoidance and endurance. What I didn't know then, and do know now, is that avoidance and endurance can be the entryway to forging meaning. After you've forged meaning, you need to incorporate that meaning into a new identity. You need to take the traumas and make them part of who you've come to be, and you need to fold the worst events of your life into a narrative of triumph, evincing a better self in response to things that hurt.
One of the other mothers I interviewed when I was working on my book had been raped as an adolescent, and had a child following that rape, which had thrown away her career plans and damaged all of her emotional relationships. But when I met her, she was 50, and I said to her, "Do you often think about the man who raped you?" And she said, "I used to think about him with anger, but now only with pity." And I thought she meant pity because he was so unevolved as to have done this terrible thing. And I said, "Pity?" And she said, "Yes, because he has a beautiful daughter and two beautiful grandchildren and he doesn't know that, and I do. So as it turns out, I'm the lucky one."
Some of our struggles are things we're born to: our gender, our sexuality, our race, our disability. And some are things that happen to us: being a political prisoner, being a rape victim, being a Katrina survivor. Identity involves entering a community to draw strength from that community, and to give strength there too. It involves substituting "and" for "but" -- not "I am here but I have cancer," but rather, "I have cancer and I am here."
When we're ashamed, we can't tell our stories, and stories are the foundation of identity. Forge meaning, build identity, forge meaning and build identity. That became my mantra. Forging meaning is about changing yourself. Building identity is about changing the world. All of us with stigmatized identities face this question daily: how much to accommodate society by constraining ourselves, and how much to break the limits of what constitutes a valid life? Forging meaning and building identity does not make what was wrong right. It only makes what was wrong precious.
In January of this year, I went to Myanmar to interview political prisoners, and I was surprised to find them less bitter than I'd anticipated. Most of them had knowingly committed the offenses that landed them in prison, and they had walked in with their heads held high, and they walked out with their heads still held high, many years later. Dr. Ma Thida, a leading human rights activist who had nearly died in prison and had spent many years in solitary confinement, told me she was grateful to her jailers for the time she had had to think, for the wisdom she had gained, for the chance to hone her meditation skills. She had sought meaning and made her travail into a crucial identity. But if the people I met were less bitter than I'd anticipated about being in prison, they were also less thrilled than I'd expected about the reform process going on in their country. Ma Thida said, "We Burmese are noted for our tremendous grace under pressure, but we also have grievance under glamour," she said, "and the fact that there have been these shifts and changes doesn't erase the continuing problems in our society that we learned to see so well while we were in prison."
And I understood her to being saying that concessions confer only a little humanity, where full humanity is due, that crumbs are not the same as a place at the table, which is to say you can forge meaning and build identity and still be mad as hell.
I've never been raped, and I've never been in anything remotely approaching a Burmese prison, but as a gay American, I've experienced prejudice and even hatred, and I've forged meaning and I've built identity, which is a move I learned from people who had experienced far worse privation than I've ever known. In my own adolescence, I went to extreme lengths to try to be straight. I enrolled myself in something called sexual surrogacy therapy, in which people I was encouraged to call doctors prescribed what I was encouraged to call exercises with women I was encouraged to call surrogates, who were not exactly prostitutes but who were also not exactly anything else. (Laughter) My particular favorite was a blonde woman from the Deep South who eventually admitted to me that she was really a necrophiliac and had taken this job after she got in trouble down at the morgue. (Laughter)
These experiences eventually allowed me to have some happy physical relationships with women, for which I'm grateful, but I was at war with myself, and I dug terrible wounds into my own psyche.
We don't seek the painful experiences that hew our identities, but we seek our identities in the wake of painful experiences. We cannot bear a pointless torment, but we can endure great pain if we believe that it's purposeful. Ease makes less of an impression on us than struggle. We could have been ourselves without our delights, but not without the misfortunes that drive our search for meaning. "Therefore, I take pleasure in infirmities," St. Paul wrote in Second Corinthians, "for when I am weak, then I am strong."
In 1988, I went to Moscow to interview artists of the Soviet underground, and I expected their work to be dissident and political. But the radicalism in their work actually lay in reinserting humanity into a society that was annihilating humanity itself, as, in some senses, Russian society is now doing again. One of the artists I met said to me, "We were in training to be not artists but angels."
In 1991, I went back to see the artists I'd been writing about, and I was with them during the putsch that ended the Soviet Union, and they were among the chief organizers of the resistance to that putsch. And on the third day of the putsch, one of them suggested we walk up to Smolenskaya. And we went there, and we arranged ourselves in front of one of the barricades, and a little while later, a column of tanks rolled up, and the soldier on the front tank said, "We have unconditional orders to destroy this barricade. If you get out of the way, we don't need to hurt you, but if you won't move, we'll have no choice but to run you down." And the artists I was with said, "Give us just a minute. Give us just a minute to tell you why we're here." And the soldier folded his arms, and the artist launched into a Jeffersonian panegyric to democracy such as those of us who live in a Jeffersonian democracy would be hard-pressed to present. And they went on and on, and the soldier watched, and then he sat there for a full minute after they were finished and looked at us so bedraggled in the rain, and said, "What you have said is true, and we must bow to the will of the people. If you'll clear enough space for us to turn around, we'll go back the way we came." And that's what they did. Sometimes, forging meaning can give you the vocabulary you need to fight for your ultimate freedom.
Russia awakened me to the lemonade notion that oppression breeds the power to oppose it, and I gradually understood that as the cornerstone of identity. It took identity to rescue me from sadness. The gay rights movement posits a world in which my aberrances are a victory. Identity politics always works on two fronts: to give pride to people who have a given condition or characteristic, and to cause the outside world to treat such people more gently and more kindly. Those are two totally separate enterprises, but progress in each sphere reverberates in the other. Identity politics can be narcissistic. People extol a difference only because it's theirs. People narrow the world and function in discrete groups without empathy for one another. But properly understood and wisely practiced, identity politics should expand our idea of what it is to be human. Identity itself should be not a smug label or a gold medal but a revolution.
I would have had an easier life if I were straight, but I would not be me, and I now like being myself better than the idea of being someone else, someone who, to be honest, I have neither the option of being nor the ability fully to imagine. But if you banish the dragons, you banish the heroes, and we become attached to the heroic strain in our own lives. I've sometimes wondered whether I could have ceased to hate that part of myself without gay pride's technicolor fiesta, of which this speech is one manifestation. I used to think I would know myself to be mature when I could simply be gay without emphasis, but the self-loathing of that period left a void, and celebration needs to fill and overflow it, and even if I repay my private debt of melancholy, there's still an outer world of homophobia that it will take decades to address. Someday, being gay will be a simple fact, free of party hats and blame, but not yet. A friend of mine who thought gay pride was getting very carried away with itself, once suggested that we organize Gay Humility Week. (Laughter) (Applause) It's a great idea, but its time has not yet come. (Laughter) And neutrality, which seems to lie halfway between despair and celebration, is actually the endgame.
In 29 states in the U.S., I could legally be fired or denied housing for being gay. In Russia, the anti-propaganda law has led to people being beaten in the streets. Twenty-seven African countries have passed laws against sodomy, and in Nigeria, gay people can legally be stoned to death, and lynchings have become common. In Saudi Arabia recently, two men who had been caught in carnal acts, were sentenced to 7,000 lashes each, and are now permanently disabled as a result. So who can forge meaning and build identity? Gay rights are not primarily marriage rights, and for the millions who live in unaccepting places with no resources, dignity remains elusive. I am lucky to have forged meaning and built identity, but that's still a rare privilege, and gay people deserve more collectively than the crumbs of justice.
And yet, every step forward is so sweet. In 2007, six years after we met, my partner and I decided to get married. Meeting John had been the discovery of great happiness and also the elimination of great unhappiness, and sometimes, I was so occupied with the disappearance of all that pain that I forgot about the joy, which was at first the less remarkable part of it to me. Marrying was a way to declare our love as more a presence than an absence.
Marriage soon led us to children, and that meant new meanings and new identities, ours and theirs. I want my children to be happy, and I love them most achingly when they are sad. As a gay father, I can teach them to own what is wrong in their lives, but I believe that if I succeed in sheltering them from adversity, I will have failed as a parent. A Buddhist scholar I know once explained to me that Westerners mistakenly think that nirvana is what arrives when all your woe is behind you and you have only bliss to look forward to. But he said that would not be nirvana, because your bliss in the present would always be shadowed by the joy from the past. Nirvana, he said, is what you arrive at when you have only bliss to look forward to and find in what looked like sorrows the seedlings of your joy. And I sometimes wonder whether I could have found such fulfillment in marriage and children if they'd come more readily, if I'd been straight in my youth or were young now, in either of which cases this might be easier. Perhaps I could. Perhaps all the complex imagining I've done could have been applied to other topics. But if seeking meaning matters more than finding meaning, the question is not whether I'd be happier for having been bullied, but whether assigning meaning to those experiences has made me a better father. I tend to find the ecstasy hidden in ordinary joys, because I did not expect those joys to be ordinary to me.
I know many heterosexuals who have equally happy marriages and families, but gay marriage is so breathtakingly fresh, and gay families so exhilaratingly new, and I found meaning in that surprise.
In October, it was my 50th birthday, and my family organized a party for me, and in the middle of it, my son said to my husband that he wanted to make a speech, and John said, "George, you can't make a speech. You're four." (Laughter) "Only Grandpa and Uncle David and I are going to make speeches tonight." But George insisted and insisted, and finally, John took him up to the microphone, and George said very loudly, "Ladies and gentlemen, may I have your attention please." And everyone turned around, startled. And George said, "I'm glad it's Daddy's birthday. I'm glad we all get cake. And daddy, if you were little, I'd be your friend."
And I thought — Thank you. I thought that I was indebted even to Bobby Finkel, because all those earlier experiences were what had propelled me to this moment, and I was finally unconditionally grateful for a life I'd once have done anything to change.
The gay activist Harvey Milk was once asked by a younger gay man what he could do to help the movement, and Harvey Milk said, "Go out and tell someone." There's always somebody who wants to confiscate our humanity, and there are always stories that restore it. If we live out loud, we can trounce the hatred and expand everyone's lives.
Forge meaning. Build identity. Forge meaning. Build identity. And then invite the world to share your joy.
Thank you.
(Applause)
Thank you. (Applause)
Thank you. (Applause)
Thank you. (Applause)
WHUNG/GralInt-TED Talks-Jackie Savitz: Save the oceans, feed the world!
The following information is used for educational purposes only.
Jackie Savitz:
Save the oceans, feed the world!
TEDxMidAtlantic 2013 · Filmed Oct 2013
What's a marine biologist doing talking about world hunger? Well, says Jackie Savitz, fixing the world's oceans might just help to feed the planet's billion hungriest people. In an eye-opening talk, Savitz tells us what’s really going on in our global fisheries right now — it’s not good — and offers smart suggestions of how we can help them heal, while making more food for all.
Transcript:
You may be wondering why a marine biologist from Oceana would come here today to talk to you about world hunger. I'm here today because saving the oceans is more than an ecological desire. It's more than a thing we're doing because we want to create jobs for fishermen or preserve fishermen's jobs. It's more than an economic pursuit. Saving the oceans can feed the world. Let me show you how.
As you know, there are already more than a billion hungry people on this planet. We're expecting that problem to get worse as world population grows to nine billion or 10 billion by midcentury, and we can expect to have greater pressure on our food resources. And this is a big concern, especially considering where we are now. Now we know that our arable land per capita is already on the decline in both developed and developing countries. We know that we're headed for climate change, which is going to change rainfall patterns, making some areas drier, as you can see in orange, and others wetter, in blue, causing droughts in our breadbaskets, in places like the Midwest and Central Europe, and floods in others. It's going to make it harder for the land to help us solve the hunger problem. And that's why the oceans need to be their most abundant, so that the oceans can provide us as much food as possible.
And that's something the oceans have been doing for us for a long time. As far back as we can go, we've seen an increase in the amount of food we've been able to harvest from our oceans. It just seemed like it was continuing to increase, until about 1980, when we started to see a decline. You've heard of peak oil. Maybe this is peak fish. I hope not. I'm going to come back to that. But you can see about an 18-percent decline in the amount of fish we've gotten in our world catch since 1980. And this is a big problem. It's continuing. This red line is continuing to go down.
But we know how to turn it around, and that's what I'm going to talk about today. We know how to turn that curve back upwards. This doesn't have to be peak fish. If we do a few simple things in targeted places, we can bring our fisheries back and use them to feed people.
First we want to know where the fish are, so let's look where the fish are. It turns out the fish, conveniently, are located for the most part in our coastal areas of the countries, in coastal zones, and these are areas that national jurisdictions have control over, and they can manage their fisheries in these coastal areas. Coastal countries tend to have jurisdictions that go out about 200 nautical miles, in areas that are called exclusive economic zones, and this is a good thing that they can control their fisheries in these areas, because the high seas, which are the darker areas on this map, the high seas, it's a lot harder to control things, because it has to be done internationally. You get into international agreements, and if any of you are tracking the climate change agreement, you know this can be a very slow, frustrating, tedious process. And so controlling things nationally is a great thing to be able to do.
How many fish are actually in these coastal areas compared to the high seas? Well, you can see here about seven times as many fish in the coastal areas than there are in the high seas, so this is a perfect place for us to be focusing, because we can actually get a lot done. We can restore a lot of our fisheries if we focus in these coastal areas.
But how many of these countries do we have to work in? There's something like 80 coastal countries. Do we have to fix fisheries management in all of those countries? So we asked ourselves, how many countries do we need to focus on, keeping in mind that the European Union conveniently manages its fisheries through a common fisheries policy? So if we got good fisheries management in the European Union and, say, nine other countries, how much of our fisheries would we be covering? Turns out, European Union plus nine countries covers about two thirds of the world's fish catch. If we took it up to 24 countries plus the European Union, we would up to 90 percent, almost all of the world's fish catch. So we think we can work in a limited number of places to make the fisheries come back. But what do we have to do in these places? Well, based on our work in the United States and elsewhere, we know that there are three key things we have to do to bring fisheries back, and they are: We need to set quotas or limits on how much we take; we need to reduce bycatch, which is the accidental catching and killing of fish that we're not targeting, and it's very wasteful; and three, we need to protect habitats, the nursery areas, the spawning areas that these fish need to grow and reproduce successfully so that they can rebuild their populations. If we do those three things, we know the fisheries will come back.
How do we know? We know because we've seen it happening in a lot of different places. This is a slide that shows the herring population in Norway that was crashing since the 1950s. It was coming down, and when Norway set limits, or quotas, on its fishery, what happens? The fishery comes back. This is another example, also happens to be from Norway, of the Norwegian Arctic cod. Same deal. The fishery is crashing. They set limits on discards. Discards are these fish they weren't targeting and they get thrown overboard wastefully. When they set the discard limit, the fishery came back. And it's not just in Norway. We've seen this happening in countries all around the world, time and time again. When these countries step in and they put in sustainable fisheries management policies, the fisheries, which are always crashing, it seems, are starting to come back. So there's a lot of promise here.
What does this mean for the world fish catch? This means that if we take that fishery catch that's on the decline and we could turn it upwards, we could increase it up to 100 million metric tons per year. So we didn't have peak fish yet. We still have an opportunity to not only bring the fish back but to actually get more fish that can feed more people than we currently are now. How many more? Right about now, we can feed about 450 million people a fish meal a day based on the current world fish catch, which, of course, you know is going down, so that number will go down over time if we don't fix it, but if we put fishery management practices like the ones I've described in place in 10 to 25 countries, we could bring that number up and feed as many as 700 million people a year a healthy fish meal.
We should obviously do this just because it's a good thing to deal with the hunger problem, but it's also cost-effective. It turns out fish is the most cost-effective protein on the planet. If you look at how much fish protein you get per dollar invested compared to all of the other animal proteins, obviously, fish is a good business decision. It also doesn't need a lot of land, something that's in short supply, compared to other protein sources. And it doesn't need a lot of fresh water. It uses a lot less fresh water than, for example, cattle, where you have to irrigate a field so that you can grow the food to graze the cattle. It also has a very low carbon footprint. It has a little bit of a carbon footprint because we do have to get out and catch the fish. It takes a little bit of fuel, but as you know, agriculture can have a carbon footprint, and fish has a much smaller one, so it's less polluting. It's already a big part of our diet, but it can be a bigger part of our diet, which is a good thing, because we know that it's healthy for us. It can reduce our risks of cancer, heart disease and obesity. In fact, our CEO Andy Sharpless, who is the originator of this concept, actually, he likes to say fish is the perfect protein. Andy also talks about the fact that our ocean conservation movement really grew out of the land conservation movement, and in land conservation, we have this problem where biodiversity is at war with food production. You have to cut down the biodiverse forest if you want to get the field to grow the corn to feed people with, and so there's a constant push-pull there. There's a constant tough decision that has to be made between two very important things: maintaining biodiversity and feeding people. But in the oceans, we don't have that war. In the oceans, biodiversity is not at war with abundance. In fact, they're aligned. When we do things that produce biodiversity, we actually get more abundance, and that's important so that we can feed people.
Now, there's a catch.
Didn't anyone get that? (Laughter)
Illegal fishing. Illegal fishing undermines the type of sustainable fisheries management I'm talking about. It can be when you catch fish using gears that have been prohibited, when you fish in places where you're not supposed to fish, you catch fish that are the wrong size or the wrong species. Illegal fishing cheats the consumer and it also cheats honest fishermen, and it needs to stop. The way illegal fish get into our market is through seafood fraud. You might have heard about this. It's when fish are labeled as something they're not. Think about the last time you had fish. What were you eating? Are you sure that's what it was? Because we tested 1,300 different fish samples and about a third of them were not what they were labeled to be. Snappers, nine out of 10 snappers were not snapper. Fifty-nine percent of the tuna we tested was mislabeled. And red snapper, we tested 120 samples, and only seven of them were really red snapper, so good luck finding a red snapper.
Seafood has a really complex supply chain, and at every step in this supply chain, there's an opportunity for seafood fraud, unless we have traceability. Traceability is a way where the seafood industry can track the seafood from the boat to the plate to make sure that the consumer can then find out where their seafood came from.
This is a really important thing. It's being done by some in the industry, but not enough, so we're pushing a law in Congress called the SAFE Seafood Act, and I'm very excited today to announce the release of a chef's petition, where 450 chefs have signed a petition calling on Congress to support the SAFE Seafood Act. It has a lot of celebrity chefs you may know -- Anthony Bourdain, Mario Batali, Barton Seaver and others — and they've signed it because they believe that people have a right to know about what they're eating.
(Applause)
Fishermen like it too, so there's a good chance we can get the kind of support we need to get this bill through, and it comes at a critical time, because this is the way we stop seafood fraud, this is the way we curb illegal fishing, and this is the way we make sure that quotas, habitat protection, and bycatch reductions can do the jobs they can do.
We know that we can manage our fisheries sustainably. We know that we can produce healthy meals for hundreds of millions of people that don't use the land, that don't use much water, have a low carbon footprint, and are cost-effective. We know that saving the oceans can feed the world, and we need to start now.
(Applause)
Thank you. (Applause)
Jackie Savitz:
Save the oceans, feed the world!
TEDxMidAtlantic 2013 · Filmed Oct 2013
What's a marine biologist doing talking about world hunger? Well, says Jackie Savitz, fixing the world's oceans might just help to feed the planet's billion hungriest people. In an eye-opening talk, Savitz tells us what’s really going on in our global fisheries right now — it’s not good — and offers smart suggestions of how we can help them heal, while making more food for all.
Transcript:
You may be wondering why a marine biologist from Oceana would come here today to talk to you about world hunger. I'm here today because saving the oceans is more than an ecological desire. It's more than a thing we're doing because we want to create jobs for fishermen or preserve fishermen's jobs. It's more than an economic pursuit. Saving the oceans can feed the world. Let me show you how.
As you know, there are already more than a billion hungry people on this planet. We're expecting that problem to get worse as world population grows to nine billion or 10 billion by midcentury, and we can expect to have greater pressure on our food resources. And this is a big concern, especially considering where we are now. Now we know that our arable land per capita is already on the decline in both developed and developing countries. We know that we're headed for climate change, which is going to change rainfall patterns, making some areas drier, as you can see in orange, and others wetter, in blue, causing droughts in our breadbaskets, in places like the Midwest and Central Europe, and floods in others. It's going to make it harder for the land to help us solve the hunger problem. And that's why the oceans need to be their most abundant, so that the oceans can provide us as much food as possible.
And that's something the oceans have been doing for us for a long time. As far back as we can go, we've seen an increase in the amount of food we've been able to harvest from our oceans. It just seemed like it was continuing to increase, until about 1980, when we started to see a decline. You've heard of peak oil. Maybe this is peak fish. I hope not. I'm going to come back to that. But you can see about an 18-percent decline in the amount of fish we've gotten in our world catch since 1980. And this is a big problem. It's continuing. This red line is continuing to go down.
But we know how to turn it around, and that's what I'm going to talk about today. We know how to turn that curve back upwards. This doesn't have to be peak fish. If we do a few simple things in targeted places, we can bring our fisheries back and use them to feed people.
First we want to know where the fish are, so let's look where the fish are. It turns out the fish, conveniently, are located for the most part in our coastal areas of the countries, in coastal zones, and these are areas that national jurisdictions have control over, and they can manage their fisheries in these coastal areas. Coastal countries tend to have jurisdictions that go out about 200 nautical miles, in areas that are called exclusive economic zones, and this is a good thing that they can control their fisheries in these areas, because the high seas, which are the darker areas on this map, the high seas, it's a lot harder to control things, because it has to be done internationally. You get into international agreements, and if any of you are tracking the climate change agreement, you know this can be a very slow, frustrating, tedious process. And so controlling things nationally is a great thing to be able to do.
How many fish are actually in these coastal areas compared to the high seas? Well, you can see here about seven times as many fish in the coastal areas than there are in the high seas, so this is a perfect place for us to be focusing, because we can actually get a lot done. We can restore a lot of our fisheries if we focus in these coastal areas.
But how many of these countries do we have to work in? There's something like 80 coastal countries. Do we have to fix fisheries management in all of those countries? So we asked ourselves, how many countries do we need to focus on, keeping in mind that the European Union conveniently manages its fisheries through a common fisheries policy? So if we got good fisheries management in the European Union and, say, nine other countries, how much of our fisheries would we be covering? Turns out, European Union plus nine countries covers about two thirds of the world's fish catch. If we took it up to 24 countries plus the European Union, we would up to 90 percent, almost all of the world's fish catch. So we think we can work in a limited number of places to make the fisheries come back. But what do we have to do in these places? Well, based on our work in the United States and elsewhere, we know that there are three key things we have to do to bring fisheries back, and they are: We need to set quotas or limits on how much we take; we need to reduce bycatch, which is the accidental catching and killing of fish that we're not targeting, and it's very wasteful; and three, we need to protect habitats, the nursery areas, the spawning areas that these fish need to grow and reproduce successfully so that they can rebuild their populations. If we do those three things, we know the fisheries will come back.
How do we know? We know because we've seen it happening in a lot of different places. This is a slide that shows the herring population in Norway that was crashing since the 1950s. It was coming down, and when Norway set limits, or quotas, on its fishery, what happens? The fishery comes back. This is another example, also happens to be from Norway, of the Norwegian Arctic cod. Same deal. The fishery is crashing. They set limits on discards. Discards are these fish they weren't targeting and they get thrown overboard wastefully. When they set the discard limit, the fishery came back. And it's not just in Norway. We've seen this happening in countries all around the world, time and time again. When these countries step in and they put in sustainable fisheries management policies, the fisheries, which are always crashing, it seems, are starting to come back. So there's a lot of promise here.
What does this mean for the world fish catch? This means that if we take that fishery catch that's on the decline and we could turn it upwards, we could increase it up to 100 million metric tons per year. So we didn't have peak fish yet. We still have an opportunity to not only bring the fish back but to actually get more fish that can feed more people than we currently are now. How many more? Right about now, we can feed about 450 million people a fish meal a day based on the current world fish catch, which, of course, you know is going down, so that number will go down over time if we don't fix it, but if we put fishery management practices like the ones I've described in place in 10 to 25 countries, we could bring that number up and feed as many as 700 million people a year a healthy fish meal.
We should obviously do this just because it's a good thing to deal with the hunger problem, but it's also cost-effective. It turns out fish is the most cost-effective protein on the planet. If you look at how much fish protein you get per dollar invested compared to all of the other animal proteins, obviously, fish is a good business decision. It also doesn't need a lot of land, something that's in short supply, compared to other protein sources. And it doesn't need a lot of fresh water. It uses a lot less fresh water than, for example, cattle, where you have to irrigate a field so that you can grow the food to graze the cattle. It also has a very low carbon footprint. It has a little bit of a carbon footprint because we do have to get out and catch the fish. It takes a little bit of fuel, but as you know, agriculture can have a carbon footprint, and fish has a much smaller one, so it's less polluting. It's already a big part of our diet, but it can be a bigger part of our diet, which is a good thing, because we know that it's healthy for us. It can reduce our risks of cancer, heart disease and obesity. In fact, our CEO Andy Sharpless, who is the originator of this concept, actually, he likes to say fish is the perfect protein. Andy also talks about the fact that our ocean conservation movement really grew out of the land conservation movement, and in land conservation, we have this problem where biodiversity is at war with food production. You have to cut down the biodiverse forest if you want to get the field to grow the corn to feed people with, and so there's a constant push-pull there. There's a constant tough decision that has to be made between two very important things: maintaining biodiversity and feeding people. But in the oceans, we don't have that war. In the oceans, biodiversity is not at war with abundance. In fact, they're aligned. When we do things that produce biodiversity, we actually get more abundance, and that's important so that we can feed people.
Now, there's a catch.
Didn't anyone get that? (Laughter)
Illegal fishing. Illegal fishing undermines the type of sustainable fisheries management I'm talking about. It can be when you catch fish using gears that have been prohibited, when you fish in places where you're not supposed to fish, you catch fish that are the wrong size or the wrong species. Illegal fishing cheats the consumer and it also cheats honest fishermen, and it needs to stop. The way illegal fish get into our market is through seafood fraud. You might have heard about this. It's when fish are labeled as something they're not. Think about the last time you had fish. What were you eating? Are you sure that's what it was? Because we tested 1,300 different fish samples and about a third of them were not what they were labeled to be. Snappers, nine out of 10 snappers were not snapper. Fifty-nine percent of the tuna we tested was mislabeled. And red snapper, we tested 120 samples, and only seven of them were really red snapper, so good luck finding a red snapper.
Seafood has a really complex supply chain, and at every step in this supply chain, there's an opportunity for seafood fraud, unless we have traceability. Traceability is a way where the seafood industry can track the seafood from the boat to the plate to make sure that the consumer can then find out where their seafood came from.
This is a really important thing. It's being done by some in the industry, but not enough, so we're pushing a law in Congress called the SAFE Seafood Act, and I'm very excited today to announce the release of a chef's petition, where 450 chefs have signed a petition calling on Congress to support the SAFE Seafood Act. It has a lot of celebrity chefs you may know -- Anthony Bourdain, Mario Batali, Barton Seaver and others — and they've signed it because they believe that people have a right to know about what they're eating.
(Applause)
Fishermen like it too, so there's a good chance we can get the kind of support we need to get this bill through, and it comes at a critical time, because this is the way we stop seafood fraud, this is the way we curb illegal fishing, and this is the way we make sure that quotas, habitat protection, and bycatch reductions can do the jobs they can do.
We know that we can manage our fisheries sustainably. We know that we can produce healthy meals for hundreds of millions of people that don't use the land, that don't use much water, have a low carbon footprint, and are cost-effective. We know that saving the oceans can feed the world, and we need to start now.
(Applause)
Thank you. (Applause)
LEAD/GralInt-TED Talks-Simon Sinek: Why good leaders make you feel safe
The following information is used for educational purposes only.
Simon Sinek:
Why good leaders make you feel safe
TED2014 · Filmed Mar 2014
What makes a great leader? Management theorist Simon Sinek suggests, it’s someone who makes their employees feel secure, who draws staffers into a circle of trust. But creating trust and safety — especially in an uneven economy — means taking on big responsibility.
Transcript:
There's a man by the name of Captain William Swenson who recently was awarded the congressional Medal of Honor for his actions on September 8, 2009.
On that day, a column of American and Afghan troops were making their way through a part of Afghanistan to help protect a group of government officials, a group of Afghan government officials, who would be meeting with some local village elders. The column came under ambush, and was surrounded on three sides, and amongst many other things, Captain Swenson was recognized for running into live fire to rescue the wounded and pull out the dead. One of the people he rescued was a sergeant, and he and a comrade were making their way to a medevac helicopter.
And what was remarkable about this day is, by sheer coincidence, one of the medevac medics happened to have a GoPro camera on his helmet and captured the whole scene on camera. It shows Captain Swenson and his comrade bringing this wounded soldier who had received a gunshot to the neck. They put him in the helicopter, and then you see Captain Swenson bend over and give him a kiss before he turns around to rescue more.
I saw this, and I thought to myself, where do people like that come from? What is that? That is some deep, deep emotion, when you would want to do that. There's a love there, and I wanted to know why is it that I don't have people that I work with like that? You know, in the military, they give medals to people who are willing to sacrifice themselves so that others may gain. In business, we give bonuses to people who are willing to sacrifice others so that we may gain. We have it backwards. Right? So I asked myself, where do people like this come from? And my initial conclusion was that they're just better people. That's why they're attracted to the military. These better people are attracted to this concept of service. But that's completely wrong. What I learned was that it's the environment, and if you get the environment right, every single one of us has the capacity to do these remarkable things, and more importantly, others have that capacity too. I've had the great honor of getting to meet some of these, who we would call heroes, who have put themselves and put their lives at risk to save others, and I asked them, "Why would you do it? Why did you do it?" And they all say the same thing: "Because they would have done it for me." It's this deep sense of trust and cooperation. So trust and cooperation are really important here. The problem with concepts of trust and cooperation is that they are feelings, they are not instructions. I can't simply say to you, "Trust me," and you will. I can't simply instruct two people to cooperate, and they will. It's not how it works. It's a feeling.
So where does that feeling come from? If you go back 50,000 years to the Paleolithic era, to the early days of Homo sapiens, what we find is that the world was filled with danger, all of these forces working very, very hard to kill us. Nothing personal. Whether it was the weather, lack of resources, maybe a saber-toothed tiger, all of these things working to reduce our lifespan. And so we evolved into social animals, where we lived together and worked together in what I call a circle of safety, inside the tribe, where we felt like we belonged. And when we felt safe amongst our own, the natural reaction was trust and cooperation. There are inherent benefits to this. It means I can fall asleep at night and trust that someone from within my tribe will watch for danger. If we don't trust each other, if I don't trust you, that means you won't watch for danger. Bad system of survival.
The modern day is exactly the same thing. The world is filled with danger, things that are trying to frustrate our lives or reduce our success, reduce our opportunity for success. It could be the ups and downs in the economy, the uncertainty of the stock market. It could be a new technology that renders your business model obsolete overnight. Or it could be your competition that is sometimes trying to kill you. It's sometimes trying to put you out of business, but at the very minimum is working hard to frustrate your growth and steal your business from you. We have no control over these forces. These are a constant, and they're not going away.
The only variable are the conditions inside the organization, and that's where leadership matters, because it's the leader that sets the tone. When a leader makes the choice to put the safety and lives of the people inside the organization first, to sacrifice their comforts and sacrifice the tangible results, so that the people remain and feel safe and feel like they belong, remarkable things happen.
I was flying on a trip, and I was witness to an incident where a passenger attempted to board before their number was called, and I watched the gate agent treat this man like he had broken the law, like a criminal. He was yelled at for attempting to board one group too soon. So I said something. I said, "Why do you have treat us like cattle? Why can't you treat us like human beings?" And this is exactly what she said to me. She said, "Sir, if I don't follow the rules, I could get in trouble or lose my job." All she was telling me is that she doesn't feel safe. All she was telling me is that she doesn't trust her leaders. The reason we like flying Southwest Airlines is not because they necessarily hire better people. It's because they don't fear their leaders.
You see, if the conditions are wrong, we are forced to expend our own time and energy to protect ourselves from each other, and that inherently weakens the organization. When we feel safe inside the organization, we will naturally combine our talents and our strengths and work tirelessly to face the dangers outside and seize the opportunities.
The closest analogy I can give to what a great leader is, is like being a parent. If you think about what being a great parent is, what do you want? What makes a great parent? We want to give our child opportunities, education, discipline them when necessary, all so that they can grow up and achieve more than we could for ourselves. Great leaders want exactly the same thing. They want to provide their people opportunity, education, discipline when necessary, build their self-confidence, give them the opportunity to try and fail, all so that they could achieve more than we could ever imagine for ourselves.
Charlie Kim, who's the CEO of a company called Next Jump in New York City, a tech company, he makes the point that if you had hard times in your family, would you ever consider laying off one of your children? We would never do it. Then why do we consider laying off people inside our organization? Charlie implemented a policy of lifetime employment. If you get a job at Next Jump, you cannot get fired for performance issues. In fact, if you have issues, they will coach you and they will give you support, just like we would with one of our children who happens to come home with a C from school. It's the complete opposite.
This is the reason so many people have such a visceral hatred, anger, at some of these banking CEOs with their disproportionate salaries and bonus structures. It's not the numbers. It's that they have violated the very definition of leadership. They have violated this deep-seated social contract. We know that they allowed their people to be sacrificed so they could protect their own interests, or worse, they sacrificed their people to protect their own interests. This is what so offends us, not the numbers. Would anybody be offended if we gave a $150 million bonus to Gandhi? How about a $250 million bonus to Mother Teresa? Do we have an issue with that? None at all. None at all. Great leaders would never sacrifice the people to save the numbers. They would sooner sacrifice the numbers to save the people.
Bob Chapman, who runs a large manufacturing company in the Midwest called Barry-Wehmiller, in 2008 was hit very hard by the recession, and they lost 30 percent of their orders overnight. Now in a large manufacturing company, this is a big deal, and they could no longer afford their labor pool. They needed to save 10 million dollars, so, like so many companies today, the board got together and discussed layoffs. And Bob refused. You see, Bob doesn't believe in head counts. Bob believes in heart counts, and it's much more difficult to simply reduce the heart count. And so they came up with a furlough program. Every employee, from secretary to CEO, was required to take four weeks of unpaid vacation. They could take it any time they wanted, and they did not have to take it consecutively. But it was how Bob announced the program that mattered so much. He said, it's better that we should all suffer a little than any of us should have to suffer a lot, and morale went up. They saved 20 million dollars, and most importantly, as would be expected, when the people feel safe and protected by the leadership in the organization, the natural reaction is to trust and cooperate. And quite spontaneously, nobody expected, people started trading with each other. Those who could afford it more would trade with those who could afford it less. People would take five weeks so that somebody else only had to take three.
Leadership is a choice. It is not a rank. I know many people at the seniormost levels of organizations who are absolutely not leaders. They are authorities, and we do what they say because they have authority over us, but we would not follow them. And I know many people who are at the bottoms of organizations who have no authority and they are absolutely leaders, and this is because they have chosen to look after the person to the left of them, and they have chosen to look after the person to the right of them. This is what a leader is.
I heard a story of some Marines who were out in theater, and as is the Marine custom, the officer ate last, and he let his men eat first, and when they were done, there was no food left for him. And when they went back out in the field, his men brought him some of their food so that he may eat, because that's what happens. We call them leaders because they go first. We call them leaders because they take the risk before anybody else does. We call them leaders because they will choose to sacrifice so that their people may be safe and protected and so their people may gain, and when we do, the natural response is that our people will sacrifice for us. They will give us their blood and sweat and tears to see that their leader's vision comes to life, and when we ask them, "Why would you do that? Why would you give your blood and sweat and tears for that person?" they all say the same thing: "Because they would have done it for me." And isn't that the organization we would all like to work in?
Thank you very much.
Thank you. (Applause)
Thank you. (Applause)
Simon Sinek:
Why good leaders make you feel safe
TED2014 · Filmed Mar 2014
What makes a great leader? Management theorist Simon Sinek suggests, it’s someone who makes their employees feel secure, who draws staffers into a circle of trust. But creating trust and safety — especially in an uneven economy — means taking on big responsibility.
Transcript:
There's a man by the name of Captain William Swenson who recently was awarded the congressional Medal of Honor for his actions on September 8, 2009.
On that day, a column of American and Afghan troops were making their way through a part of Afghanistan to help protect a group of government officials, a group of Afghan government officials, who would be meeting with some local village elders. The column came under ambush, and was surrounded on three sides, and amongst many other things, Captain Swenson was recognized for running into live fire to rescue the wounded and pull out the dead. One of the people he rescued was a sergeant, and he and a comrade were making their way to a medevac helicopter.
And what was remarkable about this day is, by sheer coincidence, one of the medevac medics happened to have a GoPro camera on his helmet and captured the whole scene on camera. It shows Captain Swenson and his comrade bringing this wounded soldier who had received a gunshot to the neck. They put him in the helicopter, and then you see Captain Swenson bend over and give him a kiss before he turns around to rescue more.
I saw this, and I thought to myself, where do people like that come from? What is that? That is some deep, deep emotion, when you would want to do that. There's a love there, and I wanted to know why is it that I don't have people that I work with like that? You know, in the military, they give medals to people who are willing to sacrifice themselves so that others may gain. In business, we give bonuses to people who are willing to sacrifice others so that we may gain. We have it backwards. Right? So I asked myself, where do people like this come from? And my initial conclusion was that they're just better people. That's why they're attracted to the military. These better people are attracted to this concept of service. But that's completely wrong. What I learned was that it's the environment, and if you get the environment right, every single one of us has the capacity to do these remarkable things, and more importantly, others have that capacity too. I've had the great honor of getting to meet some of these, who we would call heroes, who have put themselves and put their lives at risk to save others, and I asked them, "Why would you do it? Why did you do it?" And they all say the same thing: "Because they would have done it for me." It's this deep sense of trust and cooperation. So trust and cooperation are really important here. The problem with concepts of trust and cooperation is that they are feelings, they are not instructions. I can't simply say to you, "Trust me," and you will. I can't simply instruct two people to cooperate, and they will. It's not how it works. It's a feeling.
So where does that feeling come from? If you go back 50,000 years to the Paleolithic era, to the early days of Homo sapiens, what we find is that the world was filled with danger, all of these forces working very, very hard to kill us. Nothing personal. Whether it was the weather, lack of resources, maybe a saber-toothed tiger, all of these things working to reduce our lifespan. And so we evolved into social animals, where we lived together and worked together in what I call a circle of safety, inside the tribe, where we felt like we belonged. And when we felt safe amongst our own, the natural reaction was trust and cooperation. There are inherent benefits to this. It means I can fall asleep at night and trust that someone from within my tribe will watch for danger. If we don't trust each other, if I don't trust you, that means you won't watch for danger. Bad system of survival.
The modern day is exactly the same thing. The world is filled with danger, things that are trying to frustrate our lives or reduce our success, reduce our opportunity for success. It could be the ups and downs in the economy, the uncertainty of the stock market. It could be a new technology that renders your business model obsolete overnight. Or it could be your competition that is sometimes trying to kill you. It's sometimes trying to put you out of business, but at the very minimum is working hard to frustrate your growth and steal your business from you. We have no control over these forces. These are a constant, and they're not going away.
The only variable are the conditions inside the organization, and that's where leadership matters, because it's the leader that sets the tone. When a leader makes the choice to put the safety and lives of the people inside the organization first, to sacrifice their comforts and sacrifice the tangible results, so that the people remain and feel safe and feel like they belong, remarkable things happen.
I was flying on a trip, and I was witness to an incident where a passenger attempted to board before their number was called, and I watched the gate agent treat this man like he had broken the law, like a criminal. He was yelled at for attempting to board one group too soon. So I said something. I said, "Why do you have treat us like cattle? Why can't you treat us like human beings?" And this is exactly what she said to me. She said, "Sir, if I don't follow the rules, I could get in trouble or lose my job." All she was telling me is that she doesn't feel safe. All she was telling me is that she doesn't trust her leaders. The reason we like flying Southwest Airlines is not because they necessarily hire better people. It's because they don't fear their leaders.
You see, if the conditions are wrong, we are forced to expend our own time and energy to protect ourselves from each other, and that inherently weakens the organization. When we feel safe inside the organization, we will naturally combine our talents and our strengths and work tirelessly to face the dangers outside and seize the opportunities.
The closest analogy I can give to what a great leader is, is like being a parent. If you think about what being a great parent is, what do you want? What makes a great parent? We want to give our child opportunities, education, discipline them when necessary, all so that they can grow up and achieve more than we could for ourselves. Great leaders want exactly the same thing. They want to provide their people opportunity, education, discipline when necessary, build their self-confidence, give them the opportunity to try and fail, all so that they could achieve more than we could ever imagine for ourselves.
Charlie Kim, who's the CEO of a company called Next Jump in New York City, a tech company, he makes the point that if you had hard times in your family, would you ever consider laying off one of your children? We would never do it. Then why do we consider laying off people inside our organization? Charlie implemented a policy of lifetime employment. If you get a job at Next Jump, you cannot get fired for performance issues. In fact, if you have issues, they will coach you and they will give you support, just like we would with one of our children who happens to come home with a C from school. It's the complete opposite.
This is the reason so many people have such a visceral hatred, anger, at some of these banking CEOs with their disproportionate salaries and bonus structures. It's not the numbers. It's that they have violated the very definition of leadership. They have violated this deep-seated social contract. We know that they allowed their people to be sacrificed so they could protect their own interests, or worse, they sacrificed their people to protect their own interests. This is what so offends us, not the numbers. Would anybody be offended if we gave a $150 million bonus to Gandhi? How about a $250 million bonus to Mother Teresa? Do we have an issue with that? None at all. None at all. Great leaders would never sacrifice the people to save the numbers. They would sooner sacrifice the numbers to save the people.
Bob Chapman, who runs a large manufacturing company in the Midwest called Barry-Wehmiller, in 2008 was hit very hard by the recession, and they lost 30 percent of their orders overnight. Now in a large manufacturing company, this is a big deal, and they could no longer afford their labor pool. They needed to save 10 million dollars, so, like so many companies today, the board got together and discussed layoffs. And Bob refused. You see, Bob doesn't believe in head counts. Bob believes in heart counts, and it's much more difficult to simply reduce the heart count. And so they came up with a furlough program. Every employee, from secretary to CEO, was required to take four weeks of unpaid vacation. They could take it any time they wanted, and they did not have to take it consecutively. But it was how Bob announced the program that mattered so much. He said, it's better that we should all suffer a little than any of us should have to suffer a lot, and morale went up. They saved 20 million dollars, and most importantly, as would be expected, when the people feel safe and protected by the leadership in the organization, the natural reaction is to trust and cooperate. And quite spontaneously, nobody expected, people started trading with each other. Those who could afford it more would trade with those who could afford it less. People would take five weeks so that somebody else only had to take three.
Leadership is a choice. It is not a rank. I know many people at the seniormost levels of organizations who are absolutely not leaders. They are authorities, and we do what they say because they have authority over us, but we would not follow them. And I know many people who are at the bottoms of organizations who have no authority and they are absolutely leaders, and this is because they have chosen to look after the person to the left of them, and they have chosen to look after the person to the right of them. This is what a leader is.
I heard a story of some Marines who were out in theater, and as is the Marine custom, the officer ate last, and he let his men eat first, and when they were done, there was no food left for him. And when they went back out in the field, his men brought him some of their food so that he may eat, because that's what happens. We call them leaders because they go first. We call them leaders because they take the risk before anybody else does. We call them leaders because they will choose to sacrifice so that their people may be safe and protected and so their people may gain, and when we do, the natural response is that our people will sacrifice for us. They will give us their blood and sweat and tears to see that their leader's vision comes to life, and when we ask them, "Why would you do that? Why would you give your blood and sweat and tears for that person?" they all say the same thing: "Because they would have done it for me." And isn't that the organization we would all like to work in?
Thank you very much.
Thank you. (Applause)
Thank you. (Applause)
Sunday, May 11, 2014
LANG/WR/EssayWriting-2 slides/20 slides/19 slides-Part II
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Forandagainst from rrrosaco
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LANG/WR/EssayWriting-For&Against-15 slides/13 slides/10 slides-Part I
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GRAM/GralInt-Hope & Wish Patterns-16 slides + Video (unedited)
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HOPE & WISH PATTERNS
Source: www.authorstream.com
WISHES
Source: firstcertificate.wordpress.com
HOPE & WISH PATTERNS
Hope and Wish
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Tuesday, May 6, 2014
POL/GralInt-La Argentina que viene: una apelación a la responsabilidad de todos los ciudadanos
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Feria del Libro / El contexto económico y político
La Argentina que viene: una apelación a la responsabilidad de todos los ciudadanos
Los periodistas Joaquín Morales Solá y Jorge Fernández Díaz, de LA NACION, analizaron la situación del país y sus perspectivas más allá de las elecciones
Por María Elena Polack | LA NACION
Ya no se trata de qué dejará o qué no dejará de herencia económica, política y social el gobierno actual tras más de una década en la Casa Rosada. La reflexión entre los analistas políticos comienza a ser más profunda y a sumar un nuevo actor a la escena: el ciudadano y su responsabilidad.
En la sala Jorge Luis Borges, en la 40» Feria del Libro, los columnistas de LA NACION Joaquín Morales Solá y Jorge Fernández Díaz, moderados por el secretario de Redacción Pablo Sirvén, dedicaron más de una hora a reflexionar sobre "La Argentina que viene" .
Organizada por LA NACION, la charla de los "columnistas de fuste", como los calificó Sirvén, no se centró en la minucia de la pelea política, sino que se encaminó a observar la responsabilidad de la dirigencia política en la crisis actual y también en la responsabilidad del ciudadano para hacer la alternancia entre gobiernos y crisis.
"Este es el gobierno más corrupto del último siglo. Pero no es un problema ni del kirchnerismo ni del peronismo. Es un problema de los argentinos. No es posible que una sociedad no se plantee revisar la corrupción", planteó Fernández Díaz, mientras muchas personas del público asentían en silencio. Y recordó que de los 30 años que la Argentina lleva de democracia, tras la dictadura militar, el peronismo ha gobernado 23 años.
"Hay una clara fatiga del peronismo, que puede profundizarse de cara a octubre del año próximo, cuando habrá elecciones presidenciales", añadió Fernández Díaz.
Aunque su análisis sobre este momento de transición entre el fin del gobierno kirchnerista y el próximo mandato presidencial fue preocupante, Morales Solá confesó que para él "el futuro va a ser mejor". Y amplió: "Hay un cambio en el péndulo. La población está pidiendo otra cosa. Dos años de crispación pueden aguantarse, pero 11 años es demasiado".
En esa convicción del futuro mejor, Morales Solá señaló que "de los cinco primeros candidatos presidenciales, cuatro han gobernado con minoría parlamentaria: Daniel Scioli, Julio Cobos, Mauricio Macri y Hermes Binner. El quinto candidato es Sergio Massa, que no ha gobernado ninguna provincia". Justamente por haber gobernado con minorías es que Morales Solá se aventuró a anticipar que "el próximo presidente va a tener minoría parlamentaria".
Sanguíneo en la forma de expresarse, Fernández Díaz aseveró que "el kirchnerismo hizo un gran ataque a la democracia. El kirchnerismo no es de izquierda ni de derecha. Es una gran farsa disfrazada de populismo".
Y volvió sobre su inquietud por la actitud de los ciudadanos: "Tenemos naturalizada esta aberración del partido único que es el peronismo. Y este populismo está basado en la soja. Sin guita no hay populismo. Quizás en 10 años el populismo pueda llegar a ser por el dinero de Vaca Muerta [el yacimiento petrolífero que busca explotar YPF]".
Trazó diferencias entre lo que fue el radicalismo que llevó a la Alianza al gobierno en 1999 y el actual y a lo que fue y es el peronismo. "El radicalismo se ha unido con otras fuerzas políticas y ya no es lo que era", indicó. Además, advirtió: "Hay un peronismo BMW. Hay una oligarquía del peronismo. El kirchnerismo estableció que es la guita la que compra las ideas. Y, cuando no haya más guita para múltiples movidas, se va a ver que la lealtad no existía".
Ambos analistas políticos dialogaron también sobre cómo imagina Cristina Kirchner el próximo gobierno. Intercambiaron pareceres sobre la experiencia que tuvo la Presidenta al asistir al recambio del gobierno de Chile, cuando Sebastián Piñera le entregó el mando a Michelle Bachelet.
"Hubo una creencia en algún momento en el cristinismo de que una futura presidencia de Macri sería positiva para el kirchnerismo, en la convicción de que Macri sería débil, gobernaría mal y en 2018 la población reclamaría el regreso del cristinismo", sostuvo Morales Solá. Pero más que un sucesor débil, Morales Solá planteó que "la preocupación no es 2019, sino 2016 y el futuro de las causas judiciales. Lázaro Báez es el caso más complicado porque hizo casi toda su fortuna con los Kirchner. No es Cristóbal López, que tiene un pasado como empresario".
Frente a la posibilidad de que las causas judiciales sobre distintos integrantes del Gobierno permanezcan abiertas después de 2016, Morales Solá anticipó que para él "la alternativa política va a ser Scioli y no Macri".
La visión de los analistas
"El kirchnerismo ha dejado una cultura política de distancias. No hay diálogos"
Joaquín Morales Solá, periodista
"La casta política no se quiere mirar para adentro. Es necesaria una Conadep de la corrupción"
Jorge Fernández Díaz, periodista
Fuente: www.lanacion.com.ar
Feria del Libro / El contexto económico y político
La Argentina que viene: una apelación a la responsabilidad de todos los ciudadanos
Los periodistas Joaquín Morales Solá y Jorge Fernández Díaz, de LA NACION, analizaron la situación del país y sus perspectivas más allá de las elecciones
Por María Elena Polack | LA NACION
Ya no se trata de qué dejará o qué no dejará de herencia económica, política y social el gobierno actual tras más de una década en la Casa Rosada. La reflexión entre los analistas políticos comienza a ser más profunda y a sumar un nuevo actor a la escena: el ciudadano y su responsabilidad.
En la sala Jorge Luis Borges, en la 40» Feria del Libro, los columnistas de LA NACION Joaquín Morales Solá y Jorge Fernández Díaz, moderados por el secretario de Redacción Pablo Sirvén, dedicaron más de una hora a reflexionar sobre "La Argentina que viene" .
Organizada por LA NACION, la charla de los "columnistas de fuste", como los calificó Sirvén, no se centró en la minucia de la pelea política, sino que se encaminó a observar la responsabilidad de la dirigencia política en la crisis actual y también en la responsabilidad del ciudadano para hacer la alternancia entre gobiernos y crisis.
"Este es el gobierno más corrupto del último siglo. Pero no es un problema ni del kirchnerismo ni del peronismo. Es un problema de los argentinos. No es posible que una sociedad no se plantee revisar la corrupción", planteó Fernández Díaz, mientras muchas personas del público asentían en silencio. Y recordó que de los 30 años que la Argentina lleva de democracia, tras la dictadura militar, el peronismo ha gobernado 23 años.
"Hay una clara fatiga del peronismo, que puede profundizarse de cara a octubre del año próximo, cuando habrá elecciones presidenciales", añadió Fernández Díaz.
Aunque su análisis sobre este momento de transición entre el fin del gobierno kirchnerista y el próximo mandato presidencial fue preocupante, Morales Solá confesó que para él "el futuro va a ser mejor". Y amplió: "Hay un cambio en el péndulo. La población está pidiendo otra cosa. Dos años de crispación pueden aguantarse, pero 11 años es demasiado".
En esa convicción del futuro mejor, Morales Solá señaló que "de los cinco primeros candidatos presidenciales, cuatro han gobernado con minoría parlamentaria: Daniel Scioli, Julio Cobos, Mauricio Macri y Hermes Binner. El quinto candidato es Sergio Massa, que no ha gobernado ninguna provincia". Justamente por haber gobernado con minorías es que Morales Solá se aventuró a anticipar que "el próximo presidente va a tener minoría parlamentaria".
Sanguíneo en la forma de expresarse, Fernández Díaz aseveró que "el kirchnerismo hizo un gran ataque a la democracia. El kirchnerismo no es de izquierda ni de derecha. Es una gran farsa disfrazada de populismo".
Y volvió sobre su inquietud por la actitud de los ciudadanos: "Tenemos naturalizada esta aberración del partido único que es el peronismo. Y este populismo está basado en la soja. Sin guita no hay populismo. Quizás en 10 años el populismo pueda llegar a ser por el dinero de Vaca Muerta [el yacimiento petrolífero que busca explotar YPF]".
Trazó diferencias entre lo que fue el radicalismo que llevó a la Alianza al gobierno en 1999 y el actual y a lo que fue y es el peronismo. "El radicalismo se ha unido con otras fuerzas políticas y ya no es lo que era", indicó. Además, advirtió: "Hay un peronismo BMW. Hay una oligarquía del peronismo. El kirchnerismo estableció que es la guita la que compra las ideas. Y, cuando no haya más guita para múltiples movidas, se va a ver que la lealtad no existía".
Ambos analistas políticos dialogaron también sobre cómo imagina Cristina Kirchner el próximo gobierno. Intercambiaron pareceres sobre la experiencia que tuvo la Presidenta al asistir al recambio del gobierno de Chile, cuando Sebastián Piñera le entregó el mando a Michelle Bachelet.
"Hubo una creencia en algún momento en el cristinismo de que una futura presidencia de Macri sería positiva para el kirchnerismo, en la convicción de que Macri sería débil, gobernaría mal y en 2018 la población reclamaría el regreso del cristinismo", sostuvo Morales Solá. Pero más que un sucesor débil, Morales Solá planteó que "la preocupación no es 2019, sino 2016 y el futuro de las causas judiciales. Lázaro Báez es el caso más complicado porque hizo casi toda su fortuna con los Kirchner. No es Cristóbal López, que tiene un pasado como empresario".
Frente a la posibilidad de que las causas judiciales sobre distintos integrantes del Gobierno permanezcan abiertas después de 2016, Morales Solá anticipó que para él "la alternativa política va a ser Scioli y no Macri".
La visión de los analistas
"El kirchnerismo ha dejado una cultura política de distancias. No hay diálogos"
Joaquín Morales Solá, periodista
"La casta política no se quiere mirar para adentro. Es necesaria una Conadep de la corrupción"
Jorge Fernández Díaz, periodista
Fuente: www.lanacion.com.ar
SOC/GralInt-Trabajar para que otros puedan conseguir trabajo
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Comunidad / Historias solidarias
Trabajar para que otros puedan conseguir trabajo
Desde la Fundación Muy Simple promueven la inserción laboral
Por Teresa Zolezzi | Fundación LA NACION
La fundación ofrece talleres de capacitación. Foto: LA NACION / Marcelo Gómez
En 2011, Osvaldo Silva y sus compañeros de trabajo se reunieron con un objetivo en mente: encontrar una iniciativa solidaria donde volcar sus ganas, su tiempo y su corazón para ayudar a otros. Entre ellos encontraron un punto en común: conocían a varias personas en situación vulnerable que buscaban una salida laboral para mejorar su calidad de vida. Entonces se preguntaron: ¿Qué podemos hacer?
"Entendimos que el trabajo es algo central en la vida del hombre y al mismo tiempo lo ayuda a insertarse en la sociedad. A partir de allí, se pueden lograr una serie de valores que de lo contrario se pierden. Trabajar con otros -más allá de la familia- hace que uno pueda crear lazos de solidaridad", explica Osvaldo, y, con esta palabras, deja entrever el origen de la Fundación Muy Simple, que nació de un grupo de empleados de una empresa de seguros preocupado por los excluidos.
"Se trata de un gran sueño que se fue gestando entre varias personas y hoy es una realidad", afirma el coordinador de esta ONG que tiene como misión impulsar la capacitación técnica y profesional de personas con escasos recursos. De esta forma, promueve la inserción laboral a través de diferentes talleres que ofrece de forma gratuita y que son dictados en su mayoría por voluntarios, como peluquería, panificación, serigrafía, conservas y mermeladas, maquillaje, electricidad, auxiliar contable y secretariado jurídico, entre muchos otros. Las opciones son variadas y la idea es que cada quien pueda elegir lo que más le gusta para aprender y crecer en esa profesión.
"El primer taller se enfocó en ventas, porque era lo que sabíamos hacer: vender. Partimos de una visión filosófica que consiste en no dar el pescado, sino en enseñar a pescar. Nuestro lema es: trabajamos para que otros puedan trabajar", dice mientras orgulloso abre las puertas de la clase de peluquería, donde hay numerosas alumnas en acción: algunas haciendo la tintura y el color, otras entretenidas con un peinado, otras concentradas en un corte de pelo.
Actualmente son 180 personas las que asisten a los cursos que dicta la Fundación Muy Simple y desde su comienzo ya pasaron alrededor de 600 por este lugar. Entre ellos se esconden historias de quienes, gracias a la oportunidad brindada, lograron dar un giro en sus vidas y experimentaron cambios positivos que les permitieron salir adelante.
Una de ellas es Sandra, que fue madre soltera a los 14 años y tenía que hacer malabares para sobrevivir y sostener a su hija. Afortunadamente, en su camino se cruzó con la Fundación y recibió el apoyo para realizar un taller de pastelería. Hoy mantiene a su hija con este oficio y está estudiando. "Como también fomentamos y apoyamos microemprendimientos de la gente que pasó por nuestros cursos, tratamos de apoyarlos con aquello que necesitan para su proyecto. A Sandra la ayudamos con la compra de un horno. Gracias a esto, vende budines, panes dulces, cosas ricas y recibe un ingreso", se alegra Osvaldo.
Otra historia es la de Jordan, un joven que sufrió el desarraigo de su tierra natal en la provincia de Misiones para encontrar un trabajo en Buenos Aires. Luego de algunos años en la ciudad, conoció a la Fundación se capacitó para cumplir su sueño: ser peluquero. Esto le permitió volver a Misiones y poner en funcionamiento una peluquería propia.
"Tratamos de que descubran qué quieren hacer, conocer sus habilidades, potenciarlas y apuntalarlas. Damos el instrumento, que es la capacitación laboral y al mismo tiempo reforzamos la actitud ", asegura. Quienes quieran colaborar con elementos para el desarrollo de los cursos como instrumentos de peluquería, máquinas de coser, telas, libros jurídicos o de la contabilidad, pueden contactarse por el 011 (15-6870-5131) o info@muysimple.org . La Fundación también necesita voluntarios que se quieran sumar al dictado de cursos para una salida laboral.
Fuente: www.lanacion.com.ar
Comunidad / Historias solidarias
Trabajar para que otros puedan conseguir trabajo
Desde la Fundación Muy Simple promueven la inserción laboral
Por Teresa Zolezzi | Fundación LA NACION
La fundación ofrece talleres de capacitación. Foto: LA NACION / Marcelo Gómez
En 2011, Osvaldo Silva y sus compañeros de trabajo se reunieron con un objetivo en mente: encontrar una iniciativa solidaria donde volcar sus ganas, su tiempo y su corazón para ayudar a otros. Entre ellos encontraron un punto en común: conocían a varias personas en situación vulnerable que buscaban una salida laboral para mejorar su calidad de vida. Entonces se preguntaron: ¿Qué podemos hacer?
"Entendimos que el trabajo es algo central en la vida del hombre y al mismo tiempo lo ayuda a insertarse en la sociedad. A partir de allí, se pueden lograr una serie de valores que de lo contrario se pierden. Trabajar con otros -más allá de la familia- hace que uno pueda crear lazos de solidaridad", explica Osvaldo, y, con esta palabras, deja entrever el origen de la Fundación Muy Simple, que nació de un grupo de empleados de una empresa de seguros preocupado por los excluidos.
"Se trata de un gran sueño que se fue gestando entre varias personas y hoy es una realidad", afirma el coordinador de esta ONG que tiene como misión impulsar la capacitación técnica y profesional de personas con escasos recursos. De esta forma, promueve la inserción laboral a través de diferentes talleres que ofrece de forma gratuita y que son dictados en su mayoría por voluntarios, como peluquería, panificación, serigrafía, conservas y mermeladas, maquillaje, electricidad, auxiliar contable y secretariado jurídico, entre muchos otros. Las opciones son variadas y la idea es que cada quien pueda elegir lo que más le gusta para aprender y crecer en esa profesión.
"El primer taller se enfocó en ventas, porque era lo que sabíamos hacer: vender. Partimos de una visión filosófica que consiste en no dar el pescado, sino en enseñar a pescar. Nuestro lema es: trabajamos para que otros puedan trabajar", dice mientras orgulloso abre las puertas de la clase de peluquería, donde hay numerosas alumnas en acción: algunas haciendo la tintura y el color, otras entretenidas con un peinado, otras concentradas en un corte de pelo.
Actualmente son 180 personas las que asisten a los cursos que dicta la Fundación Muy Simple y desde su comienzo ya pasaron alrededor de 600 por este lugar. Entre ellos se esconden historias de quienes, gracias a la oportunidad brindada, lograron dar un giro en sus vidas y experimentaron cambios positivos que les permitieron salir adelante.
Una de ellas es Sandra, que fue madre soltera a los 14 años y tenía que hacer malabares para sobrevivir y sostener a su hija. Afortunadamente, en su camino se cruzó con la Fundación y recibió el apoyo para realizar un taller de pastelería. Hoy mantiene a su hija con este oficio y está estudiando. "Como también fomentamos y apoyamos microemprendimientos de la gente que pasó por nuestros cursos, tratamos de apoyarlos con aquello que necesitan para su proyecto. A Sandra la ayudamos con la compra de un horno. Gracias a esto, vende budines, panes dulces, cosas ricas y recibe un ingreso", se alegra Osvaldo.
Otra historia es la de Jordan, un joven que sufrió el desarraigo de su tierra natal en la provincia de Misiones para encontrar un trabajo en Buenos Aires. Luego de algunos años en la ciudad, conoció a la Fundación se capacitó para cumplir su sueño: ser peluquero. Esto le permitió volver a Misiones y poner en funcionamiento una peluquería propia.
"Tratamos de que descubran qué quieren hacer, conocer sus habilidades, potenciarlas y apuntalarlas. Damos el instrumento, que es la capacitación laboral y al mismo tiempo reforzamos la actitud ", asegura. Quienes quieran colaborar con elementos para el desarrollo de los cursos como instrumentos de peluquería, máquinas de coser, telas, libros jurídicos o de la contabilidad, pueden contactarse por el 011 (15-6870-5131) o info@muysimple.org . La Fundación también necesita voluntarios que se quieran sumar al dictado de cursos para una salida laboral.
Fuente: www.lanacion.com.ar
EDUC/GralInt-La decadencia educativa condena a la economía
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Editorial I
La decadencia educativa condena a la economía
La deserción de alumnos del nivel medio y la baja calidad de lo aprendidoson un obstáculo de peso para la demanda laboral de personal calificado
Numerosas empresas y potenciales inversores se enfrentan hoy a un escollo impensable hace algunos años en nuestro país: no encuentran suficientes candidatos capacitados para cubrir los puestos laborales que ponen en juego.
Esa capacitación no está sólo referida a la profesionalización que se obtiene por haber concurrido a la universidad, sino a la baja calidad educativa del nivel medio de enseñanza , con una escuela de contenidos mayoritariamente anticuados, alejados de las demandas del mercado laboral y, lo que es aún más grave, de la realidad social y cultural, y de los intereses de los chicos, que abandonan esos estudios hipotecando con ello su futuro.
El nivel cultural de los jóvenes, valga recordarlo, es un factor determinante que históricamente ha puesto a nuestro país a la cabeza de América latina. La realidad hoy es otra: varias naciones de la región nos aventajan y la explicación hay que buscarla en las prioridades que ha establecido nuestro país, aún habiendo dedicado más recursos al área educativa durante la última década.
Es casi un eslogan permanente del actual gobierno el incremento de la inversión en educación, que pasó del 4 por ciento al 6,2% del PBI en poco menos de una década. El dato es valioso, sin dudas, pero los resultados no lo han acompañado como debe esperarse de un esfuerzo de ese tipo.
Nuestros estudiantes de nivel medio no pueden demostrar en las pruebas internacionales PISA que son capaces de resolver problemas concretos de lengua y matemática, y la mitad de ellos han dado cuenta de que no comprenden lo que leen.
Por otro lado, la permanencia de los chicos en las escuelas no ha logrado consolidarse. Cifras de diversos investigadores dan cuenta de que apenas un poco más de la mitad de quienes empiezan el secundario en el país lo terminan y que la desocupación de quienes no concluyeron esa etapa es tres veces mayor que la de quienes obtuvieron un título universitario.
Poco se ha hecho, además, sobre la rejerarquización de los docentes, capacitándolos convenientemente para afrontar las nuevas demandas de un mercado laboral exigente y en constante cambio. En general, la escuela no ocupa hoy el lugar de antaño ni en la consideración del Estado ni en la de numerosísimas familias, que han delegado en la educación formal buena parte de las responsabilidades que debe afrontar el núcleo primario de formación de los chicos, que es el propio hogar.
Además, se han deteriorado gravemente las relaciones interpersonales entre padres y maestros -cuando existen, pues muchos ya ni siquiera toman contacto directo-, se ha resquebrajado como nunca el principio de autoridad, y falta un claro ejemplo de compromiso, tenacidad y dedicación de parte de todos los actores del sistema educativo.
Una computadora no convierte al alumno en un ser curioso por aprender si no hay profesores que sepan utilizar ese instrumento para entusiasmarlos en la búsqueda de nuevos aprendizajes.
Las estadísticas que el Gobierno difunde en materia educativa, como otras tantas cifras oficiales, hablan de una inclusión que, en la práctica, no es tal.
De nada sirve que se inscriban más personas en el nivel medio, si finalmente lo abandonan, así como resultan criticables los planes que, como el Fines (Finalización de Estudios Secundarios), lanzado en 2008 para los adultos que quieran terminar sus estudios secundarios, se basan en una enseñanza acotada, con profesores que muchas veces no son especialistas en las materias que dictan.
Como otros tantos planes oficiales, el Fines parece más dirigido a engordar las estadísticas que a brindar soluciones de calidad, siendo que ya existe en el país la escuela para adultos, una modalidad mucho más exigente que el título "exprés" que las actuales autoridades promueven con no poca dosis de demagogia.
La precarización del empleo tiene así varios responsables. Al egresado de la escuela secundaria de poco le servirá su título si no está debidamente preparado para responder a los requerimientos de potenciales empleadores. Tampoco le garantiza que pueda acceder y transitar sin dificultades por estudios terciarios y universitarios que, sin dudas, lo aventajarían a la hora de buscar trabajo.
Debemos retomar seriamente el debate sobre la calidad de la educación que se brinda en el país. No se trata solamente de hallar talentos a los cuales apoyar, sino de desarrollar las aptitudes que cada uno tiene, haciéndolo de la mejor manera posible.
La propia presidenta de la Nación reconoció recientemente que es en la franja de los más jóvenes donde el desempleo es mayor. Lo admitió al lanzar el plan Progresar, consistente en un subsidio destinado a que retomen o continúen sus estudios chicos de entre 18 y 24 años que no trabajan, que lo hacen informalmente o que tienen un salario menor al mínimo vital y móvil. Sería muy gravoso para los propios destinatarios del plan -más de un millón y medio de personas- y para el país mismo que esa educación que se pretende integradora no tenga la calidad necesaria.
Debemos volver a ser una apuesta cultural interesante, basada en la actualización de los contenidos educativos, en la solidez de los conocimientos, en el aprovechamiento de esos aprendizajes y en el continuo perfeccionamiento.
En algún momento, la Argentina se destacaba respecto de sus pares de América latina por la calidad de su mano de obra. Hoy que la situación es bien distinta, debemos trabajar seriamente para recobrar ese prestigio y devolver a nuestros jóvenes las oportunidades que merecen.
Fuente: www.lanacion.com.ar
Editorial I
La decadencia educativa condena a la economía
La deserción de alumnos del nivel medio y la baja calidad de lo aprendidoson un obstáculo de peso para la demanda laboral de personal calificado
Numerosas empresas y potenciales inversores se enfrentan hoy a un escollo impensable hace algunos años en nuestro país: no encuentran suficientes candidatos capacitados para cubrir los puestos laborales que ponen en juego.
Esa capacitación no está sólo referida a la profesionalización que se obtiene por haber concurrido a la universidad, sino a la baja calidad educativa del nivel medio de enseñanza , con una escuela de contenidos mayoritariamente anticuados, alejados de las demandas del mercado laboral y, lo que es aún más grave, de la realidad social y cultural, y de los intereses de los chicos, que abandonan esos estudios hipotecando con ello su futuro.
El nivel cultural de los jóvenes, valga recordarlo, es un factor determinante que históricamente ha puesto a nuestro país a la cabeza de América latina. La realidad hoy es otra: varias naciones de la región nos aventajan y la explicación hay que buscarla en las prioridades que ha establecido nuestro país, aún habiendo dedicado más recursos al área educativa durante la última década.
Es casi un eslogan permanente del actual gobierno el incremento de la inversión en educación, que pasó del 4 por ciento al 6,2% del PBI en poco menos de una década. El dato es valioso, sin dudas, pero los resultados no lo han acompañado como debe esperarse de un esfuerzo de ese tipo.
Nuestros estudiantes de nivel medio no pueden demostrar en las pruebas internacionales PISA que son capaces de resolver problemas concretos de lengua y matemática, y la mitad de ellos han dado cuenta de que no comprenden lo que leen.
Por otro lado, la permanencia de los chicos en las escuelas no ha logrado consolidarse. Cifras de diversos investigadores dan cuenta de que apenas un poco más de la mitad de quienes empiezan el secundario en el país lo terminan y que la desocupación de quienes no concluyeron esa etapa es tres veces mayor que la de quienes obtuvieron un título universitario.
Poco se ha hecho, además, sobre la rejerarquización de los docentes, capacitándolos convenientemente para afrontar las nuevas demandas de un mercado laboral exigente y en constante cambio. En general, la escuela no ocupa hoy el lugar de antaño ni en la consideración del Estado ni en la de numerosísimas familias, que han delegado en la educación formal buena parte de las responsabilidades que debe afrontar el núcleo primario de formación de los chicos, que es el propio hogar.
Además, se han deteriorado gravemente las relaciones interpersonales entre padres y maestros -cuando existen, pues muchos ya ni siquiera toman contacto directo-, se ha resquebrajado como nunca el principio de autoridad, y falta un claro ejemplo de compromiso, tenacidad y dedicación de parte de todos los actores del sistema educativo.
Una computadora no convierte al alumno en un ser curioso por aprender si no hay profesores que sepan utilizar ese instrumento para entusiasmarlos en la búsqueda de nuevos aprendizajes.
Las estadísticas que el Gobierno difunde en materia educativa, como otras tantas cifras oficiales, hablan de una inclusión que, en la práctica, no es tal.
De nada sirve que se inscriban más personas en el nivel medio, si finalmente lo abandonan, así como resultan criticables los planes que, como el Fines (Finalización de Estudios Secundarios), lanzado en 2008 para los adultos que quieran terminar sus estudios secundarios, se basan en una enseñanza acotada, con profesores que muchas veces no son especialistas en las materias que dictan.
Como otros tantos planes oficiales, el Fines parece más dirigido a engordar las estadísticas que a brindar soluciones de calidad, siendo que ya existe en el país la escuela para adultos, una modalidad mucho más exigente que el título "exprés" que las actuales autoridades promueven con no poca dosis de demagogia.
La precarización del empleo tiene así varios responsables. Al egresado de la escuela secundaria de poco le servirá su título si no está debidamente preparado para responder a los requerimientos de potenciales empleadores. Tampoco le garantiza que pueda acceder y transitar sin dificultades por estudios terciarios y universitarios que, sin dudas, lo aventajarían a la hora de buscar trabajo.
Debemos retomar seriamente el debate sobre la calidad de la educación que se brinda en el país. No se trata solamente de hallar talentos a los cuales apoyar, sino de desarrollar las aptitudes que cada uno tiene, haciéndolo de la mejor manera posible.
La propia presidenta de la Nación reconoció recientemente que es en la franja de los más jóvenes donde el desempleo es mayor. Lo admitió al lanzar el plan Progresar, consistente en un subsidio destinado a que retomen o continúen sus estudios chicos de entre 18 y 24 años que no trabajan, que lo hacen informalmente o que tienen un salario menor al mínimo vital y móvil. Sería muy gravoso para los propios destinatarios del plan -más de un millón y medio de personas- y para el país mismo que esa educación que se pretende integradora no tenga la calidad necesaria.
Debemos volver a ser una apuesta cultural interesante, basada en la actualización de los contenidos educativos, en la solidez de los conocimientos, en el aprovechamiento de esos aprendizajes y en el continuo perfeccionamiento.
En algún momento, la Argentina se destacaba respecto de sus pares de América latina por la calidad de su mano de obra. Hoy que la situación es bien distinta, debemos trabajar seriamente para recobrar ese prestigio y devolver a nuestros jóvenes las oportunidades que merecen.
Fuente: www.lanacion.com.ar
GralInt-El grito silencioso del aborto
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Derecho a nacer
El grito silencioso del aborto
Por Héctor D'Amico | LA NACION
Al saludar a Bernard Nathanson, uno tenía la sensación de estrechar, al mismo tiempo, la mano del doctor Jekyll y de mister Hyde. El bien y el mal bajo una misma identidad. Lo conocí junto a otros periodistas en una disertación improvisada que dio a comienzos de los años ochenta en el Bellevue Hospital Center, de Nueva York, cuando ya había avanzado, y mucho, en un asombroso giro copernicano pocas veces visto en la historia de la medicina contemporánea.
La especialidad de Nathanson era la ginecología y, como admitió en la charla, llegó a practicar más de 75.000 abortos en diferentes clínicas, domicilios particulares y centros hospitalarios de los Estados Unidos. En 1968, había fundado, además, la mayor organización creada para rechazar las leyes que prohíben o limitan la práctica del aborto y para hacer lobby en los medios y en la opinión pública. El momento de su conversión, para llamarlo de algún modo, ocurrió, según él, cuando las nuevas tecnologías de ultrasonido y de filmación permitieron documentar, paso a paso y en detalle, lo que describió como "el asesinato del feto mientras lucha por su vida, de niños no nacidos que son seres humanos y que tienen tanto derecho como un adulto a la protección legal desde su concepción".
Dos de sus documentales sobre las distintas técnicas abortivas, El eclipse de la razón y El grito silencioso, de gran impacto en su momento en la sociedad norteamericana, sobre todo en el ámbito de la medicina y en el de la educación en todos sus niveles, ayudaron a delinear su nuevo perfil como figura pública. Uno de los testimonios devastadores que incluyó en sus películas es el de un bebe que trata de evitar en el útero ser alcanzado por los instrumentos del médico abortista. Nathanson era, obviamente, el activista pro vida menos pensado, pero ese fue uno de los motivos por los que llenaba auditorios en cada una de las presentaciones. Para reafirmar su nueva fe y conmover la conciencia de sus compatriotas, se entrevistó con cientos de senadores, diputados, gobernadores, ex presidentes y cuanto líder de opinión encontró a su paso.
Su estrategia argumental fue, desde entonces, la del arrepentido que llega a la verdad mediante la confesión de lo que ha hecho. "He abortado a los hijos no nacidos de amigos, colegas y familiares, he abortado a mi propio hijo -explicó ante un comité del Senado-, y les digo que interrumpir la gestación sólo puede verse como la eliminación de un miembro de nuestra especie. Si ustedes lo entienden de otra manera, serán sólo un producto más de la ideología política."
Nathanson se convirtió al catolicismo en 1996 y recibió, en una ceremonia que tuvo gran cobertura mediática, la confirmación de manos del cardenal John O'Connor, en la cripta de la catedral de San Patricio, en Nueva York. Fue una ceremonia de un profundo simbolismo en medio de los homenajes que recibió antes de morir, hace un año.
Ocuparse de Nathanson y del cambio radical que asumió en defensa de los más desvalidos de la especie es poner la lupa en un fenómeno incipiente, de alcance global, aunque imperceptible aun para la opinión pública. Los dos países más poblados del mundo, China y la India, son los que más están avanzando en la imperfecta y polémica estrategia de salvar vidas alentando el sistema de adopción de los recién nacidos. A simple vista, parece una gota de agua en el océano. Pero la pregunta correcta, en todo caso, es cuánto vale una vida en un país como China, en donde sólo en 2012 fueron abandonados 570.000 recién nacidos. Shijiazhuang, distante doscientos kilómetros de Pekín, fue la primera de las veinte ciudades en instalar la baby box en las calles, una suerte de incubadora que mantiene al bebe a una temperatura de 32,5 grados. Cada una de ellas está equipada con un botón que activa una alarma que suena diez minutos después para asegurar que la entrega sea anónima. Hay un dato en esta iniciativa que nos obliga a repensar la evolución de la especie: las baby boxes no son otra cosa que la réplica mejorada de las cajas que cumplían la misma función en la Europa del medioevo.
En la India, donde una soltera embarazada es mayoritariamente considerada todavía una ofensa para la familia, el Ministerio de la Mujer sigue instalando cunas en las calles de las grandes ciudades como tabla de salvación. Es la desesperada alternativa para los hijos no deseados y el aborto. Según recientes datos de Unicef, dos millones de niñas mueren por año en la India debido al maltrato, el abandono y el crimen. La lista de países que han recurrido a sus propias versiones de las baby boxes incluye a Polonia, Alemania, Austria, Hungría, Paquistán, Malasia, Japón y la República Checa. En el caso de los países europeos, se tomó la decisión de que en cada incubadora, junto con las mantas, haya una carta con información por si la madre o la familia se arrepienten.
Confesiones de un ex abortista es, quizás, el texto más comentado que dejó Nathanson como parte de su legado. En la introducción se retrata a sí mismo como el doctor Jekyll que fue, el hombre que al frente de una sólida organización contribuyó a falsear encuestas, a desacreditar a los grupos religiosos y a manipular a la opinión pública con mensajes efectistas que apuntaban a la emoción, no a la razón. "Una táctica fundamental que conocí en esa época -escribió- fue jugar la carta del anticatolicismo. Calificar sus ideas sociales de retrógradas y atribuirle a su jerarquía el papel del gran malvado entre los opositores al aborto permisivo."
Otra de las tácticas consistía en denigrar o ignorar cualquier evidencia científica de que la vida comienza con la concepción. "Un típico argumento pro aborto -afirma- es alegar la imposibilidad de definir cuándo comienza el principio de la vida, un modo de insinuar que se trata de un problema teológico o filosófico, no científico."
La objeción más dura del documento, sin embargo, tiene que ver con la ética médica. ¿Qué sentido tiene que un ginecólogo, que sabe que la vida comienza en la concepción, arriesgue su prestigio y rompa su juramento haciendo un aborto? La respuesta de Nathanson es contundente: dinero. Explica que, en los Estados Unidos, "la industria del aborto" (son sus palabras) mueve cientos de millones de dólares al año y la mayor parte va a los bolsillos de quienes lo practican.
Después de pasar de destacado abortista a abogado pro vida, logró encontrar las palabras adecuadas para explicar por qué había habitado en los extremos. Las tomo prestadas de la Madre Teresa de Calcuta, al presentar sus reflexiones. "La amenaza más grande que sufre la paz hoy en día es el aborto, porque el aborto es hacer la guerra al niño, al inocente que muere a manos de su propia madre. Si aceptamos que una madre pueda matar a su propio hijo, cómo podremos decirles a otros que no se maten."
Al igual que los filósofos, Nathanson creía que una pregunta bien formulada puede ser más efectiva que una respuesta, sobre todo cuando se habla a grandes audiencias. Por eso evitó señalar con el dedo o establecer categorías de responsabilidades en una cuestión tan compleja, delicada y controversial como el aborto. Es el comportamiento de las sociedades del tercer milenio lo que pretende indagar, la extendida tolerancia hacia una práctica que "con egoísmo brutal impulsa el retroceso de la especie privando de sus derechos a quien no puede defenderse".
Su experiencia en el tema, que no es breve, le enseñó que la mujer embarazada también puede convertirse en víctima. Ocurre en circunstancias siempre angustiantes, casi nunca elegidas, cuando no considera o rechaza las opciones que le impedirán enfrentarse a la más trágica de las alternativas, ser juez y madre, elegir entre ella o su hijo no nacido.
© LA NACION.
Fuente: www.lanacion.com.ar
Derecho a nacer
El grito silencioso del aborto
Por Héctor D'Amico | LA NACION
Al saludar a Bernard Nathanson, uno tenía la sensación de estrechar, al mismo tiempo, la mano del doctor Jekyll y de mister Hyde. El bien y el mal bajo una misma identidad. Lo conocí junto a otros periodistas en una disertación improvisada que dio a comienzos de los años ochenta en el Bellevue Hospital Center, de Nueva York, cuando ya había avanzado, y mucho, en un asombroso giro copernicano pocas veces visto en la historia de la medicina contemporánea.
La especialidad de Nathanson era la ginecología y, como admitió en la charla, llegó a practicar más de 75.000 abortos en diferentes clínicas, domicilios particulares y centros hospitalarios de los Estados Unidos. En 1968, había fundado, además, la mayor organización creada para rechazar las leyes que prohíben o limitan la práctica del aborto y para hacer lobby en los medios y en la opinión pública. El momento de su conversión, para llamarlo de algún modo, ocurrió, según él, cuando las nuevas tecnologías de ultrasonido y de filmación permitieron documentar, paso a paso y en detalle, lo que describió como "el asesinato del feto mientras lucha por su vida, de niños no nacidos que son seres humanos y que tienen tanto derecho como un adulto a la protección legal desde su concepción".
Dos de sus documentales sobre las distintas técnicas abortivas, El eclipse de la razón y El grito silencioso, de gran impacto en su momento en la sociedad norteamericana, sobre todo en el ámbito de la medicina y en el de la educación en todos sus niveles, ayudaron a delinear su nuevo perfil como figura pública. Uno de los testimonios devastadores que incluyó en sus películas es el de un bebe que trata de evitar en el útero ser alcanzado por los instrumentos del médico abortista. Nathanson era, obviamente, el activista pro vida menos pensado, pero ese fue uno de los motivos por los que llenaba auditorios en cada una de las presentaciones. Para reafirmar su nueva fe y conmover la conciencia de sus compatriotas, se entrevistó con cientos de senadores, diputados, gobernadores, ex presidentes y cuanto líder de opinión encontró a su paso.
Su estrategia argumental fue, desde entonces, la del arrepentido que llega a la verdad mediante la confesión de lo que ha hecho. "He abortado a los hijos no nacidos de amigos, colegas y familiares, he abortado a mi propio hijo -explicó ante un comité del Senado-, y les digo que interrumpir la gestación sólo puede verse como la eliminación de un miembro de nuestra especie. Si ustedes lo entienden de otra manera, serán sólo un producto más de la ideología política."
Nathanson se convirtió al catolicismo en 1996 y recibió, en una ceremonia que tuvo gran cobertura mediática, la confirmación de manos del cardenal John O'Connor, en la cripta de la catedral de San Patricio, en Nueva York. Fue una ceremonia de un profundo simbolismo en medio de los homenajes que recibió antes de morir, hace un año.
Ocuparse de Nathanson y del cambio radical que asumió en defensa de los más desvalidos de la especie es poner la lupa en un fenómeno incipiente, de alcance global, aunque imperceptible aun para la opinión pública. Los dos países más poblados del mundo, China y la India, son los que más están avanzando en la imperfecta y polémica estrategia de salvar vidas alentando el sistema de adopción de los recién nacidos. A simple vista, parece una gota de agua en el océano. Pero la pregunta correcta, en todo caso, es cuánto vale una vida en un país como China, en donde sólo en 2012 fueron abandonados 570.000 recién nacidos. Shijiazhuang, distante doscientos kilómetros de Pekín, fue la primera de las veinte ciudades en instalar la baby box en las calles, una suerte de incubadora que mantiene al bebe a una temperatura de 32,5 grados. Cada una de ellas está equipada con un botón que activa una alarma que suena diez minutos después para asegurar que la entrega sea anónima. Hay un dato en esta iniciativa que nos obliga a repensar la evolución de la especie: las baby boxes no son otra cosa que la réplica mejorada de las cajas que cumplían la misma función en la Europa del medioevo.
En la India, donde una soltera embarazada es mayoritariamente considerada todavía una ofensa para la familia, el Ministerio de la Mujer sigue instalando cunas en las calles de las grandes ciudades como tabla de salvación. Es la desesperada alternativa para los hijos no deseados y el aborto. Según recientes datos de Unicef, dos millones de niñas mueren por año en la India debido al maltrato, el abandono y el crimen. La lista de países que han recurrido a sus propias versiones de las baby boxes incluye a Polonia, Alemania, Austria, Hungría, Paquistán, Malasia, Japón y la República Checa. En el caso de los países europeos, se tomó la decisión de que en cada incubadora, junto con las mantas, haya una carta con información por si la madre o la familia se arrepienten.
Confesiones de un ex abortista es, quizás, el texto más comentado que dejó Nathanson como parte de su legado. En la introducción se retrata a sí mismo como el doctor Jekyll que fue, el hombre que al frente de una sólida organización contribuyó a falsear encuestas, a desacreditar a los grupos religiosos y a manipular a la opinión pública con mensajes efectistas que apuntaban a la emoción, no a la razón. "Una táctica fundamental que conocí en esa época -escribió- fue jugar la carta del anticatolicismo. Calificar sus ideas sociales de retrógradas y atribuirle a su jerarquía el papel del gran malvado entre los opositores al aborto permisivo."
Otra de las tácticas consistía en denigrar o ignorar cualquier evidencia científica de que la vida comienza con la concepción. "Un típico argumento pro aborto -afirma- es alegar la imposibilidad de definir cuándo comienza el principio de la vida, un modo de insinuar que se trata de un problema teológico o filosófico, no científico."
La objeción más dura del documento, sin embargo, tiene que ver con la ética médica. ¿Qué sentido tiene que un ginecólogo, que sabe que la vida comienza en la concepción, arriesgue su prestigio y rompa su juramento haciendo un aborto? La respuesta de Nathanson es contundente: dinero. Explica que, en los Estados Unidos, "la industria del aborto" (son sus palabras) mueve cientos de millones de dólares al año y la mayor parte va a los bolsillos de quienes lo practican.
Después de pasar de destacado abortista a abogado pro vida, logró encontrar las palabras adecuadas para explicar por qué había habitado en los extremos. Las tomo prestadas de la Madre Teresa de Calcuta, al presentar sus reflexiones. "La amenaza más grande que sufre la paz hoy en día es el aborto, porque el aborto es hacer la guerra al niño, al inocente que muere a manos de su propia madre. Si aceptamos que una madre pueda matar a su propio hijo, cómo podremos decirles a otros que no se maten."
Al igual que los filósofos, Nathanson creía que una pregunta bien formulada puede ser más efectiva que una respuesta, sobre todo cuando se habla a grandes audiencias. Por eso evitó señalar con el dedo o establecer categorías de responsabilidades en una cuestión tan compleja, delicada y controversial como el aborto. Es el comportamiento de las sociedades del tercer milenio lo que pretende indagar, la extendida tolerancia hacia una práctica que "con egoísmo brutal impulsa el retroceso de la especie privando de sus derechos a quien no puede defenderse".
Su experiencia en el tema, que no es breve, le enseñó que la mujer embarazada también puede convertirse en víctima. Ocurre en circunstancias siempre angustiantes, casi nunca elegidas, cuando no considera o rechaza las opciones que le impedirán enfrentarse a la más trágica de las alternativas, ser juez y madre, elegir entre ella o su hijo no nacido.
© LA NACION.
Fuente: www.lanacion.com.ar
Thursday, May 1, 2014
1º de Mayo: Día del Trabajo: ¡Feliz Día a todos los Trabajadores!
The following information is used for educational purposes only.
En el Día del Trabajo, felicitamos a todos los trabajadores por su dedicación y esfuerzo.
Nuestro saludo especial a los docentes que trabajan día a día por mejorar la educación y con ella,
el futuro de nuestra sociedad.
Cada uno en su lugar, tiene la posibilidad de "dejar las cosas mejor de lo que las ha encontrado"
y dejar su propia marca.
(Adap. del saludo de Cordoba Inmersiones)
Fuente/Source: Google Images
En el Día del Trabajo, felicitamos a todos los trabajadores por su dedicación y esfuerzo.
Nuestro saludo especial a los docentes que trabajan día a día por mejorar la educación y con ella,
el futuro de nuestra sociedad.
Cada uno en su lugar, tiene la posibilidad de "dejar las cosas mejor de lo que las ha encontrado"
y dejar su propia marca.
(Adap. del saludo de Cordoba Inmersiones)
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