Saturday, November 2, 2024

La vejez. Drama y tarea, pero también una oportunidad, por Santiago Kovadloff

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La vejez. Drama y tarea, pero también una oportunidad

Los años permiten relacionarnos de otra forma con nuestro pasado para darle un contenido inédito al presente, dice el filósofo en esta versión abreviada de uno de los capítulos de El enigma del sufrimiento, que se reedita este mes

·         2 de Noviembre de 2024

Santiago Kovadloff


-I-

La vejez está en nosotros. Somos nosotros. Es una realidad que nos constituye. A cada cual y desde siempre. Y que, en un momento dado, ya no se deja soslayar. Ella es, de pronto, lo que nos pasa. En esa medida, nos fuerza a encararla. Se nos impone como nuestra verdad. “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, advierte Cesare Pavese. Al obligarnos a reconocerla en nuestro semblante, ella nos prueba hasta dónde estamos involucrados en lo que significa. No obstante, este reconocimiento no implica una dócil identificación. Algo en nosotros se resiste a ser lo que nos pasa. A consistir en lo que nos sucede. Se trata, por eso, de un acontecimiento en el que, sin perder la familiaridad con nosotros mismos, no podemos dejar, pese a ello, de sentirnos otro que aquel que protagoniza lo que nos ocurre. Y sin embargo, ahí está, rotundamente, esa verdad. Algo, en el espejo en el que nos veíamos idénticos, nos desmiente. Y brota en ese espejo la tristeza de vernos envejecer. La pena de advertir que esos rasgos que aún son los nuestros, no son ya tal como hasta entonces presumíamos. Como un barco que de a poco se aparta del muelle y empieza a desdibujarse en la distancia, así hemos comenzado a ser ese otro que se adueña de nosotros. Lo ineludible ha empezado a hacerse oír en nuestro cuerpo.

"Hace doscientos años no más, llegar a viejo era más que improbable. La muerte terminaba con la mayoría de los hombres al cabo de cuatro décadas, cuando no de tres"

En el mundo moderno, la vejez ha dejado de ser un problema inabordable. Pero no ha dejado de ser, para una inmensa mayoría, un pesar anímico. Su consideración de fondo sigue siendo pobre. El progreso, antes que a suprimir ese pesar, solo contribuye a reconfigurarlo sin afectar su vigencia. Y lo digo consciente de que son muchas las dificultades acarreadas por el envejecimiento que han sido aliviadas por la ciencia y resueltas por la técnica. Otras dificultades, no obstante, han aparecido. Algunas, incluso, a consecuencia de esos mismos avances. Y hasta hay dificultades relacionadas con la vejez que, existiendo desde siempre, se han agravado, sobre todo en el siglo que acaba de concluir. Valen, en este sentido, las palabras de Sebastián Ríos: “Llevado al extremo de la irracionalidad, el esfuerzo de la medicina por preservar y cuidar la salud de las personas ha demostrado que es capaz de volverse en contra de aquellos a quienes pretende proteger. Cuando los médicos se empecinan en extender la vida aun más allá de las posibilidades fisiológicas y del deseo de sus pacientes aparece lo que se ha dado en llamar el encarnizamiento terapéutico”.

Hace doscientos años no más, llegar a viejo era más que improbable. La muerte terminaba con la mayoría de los hombres al cabo de cuatro décadas, cuando no de tres. Hoy en cambio, lo que entonces era casi imposible, resulta usual. Ello sin embargo no significa que la vejez sea mejor comprendida donde más atendida está. Ahora los viejos acumulan años pero la vejez ha perdido sentido.

En tiempos pretéritos, bien se lo sabe, los viejos gozaron de gran estima. Más cerca de nosotros, ese privilegio se fue desdibujando. En un escenario poco expuesto al cambio y siempre lento para incorporarlo, los muchos años cursados aseguraban idoneidad en materia de experiencia. Ser viejo equivalía a saber y a saber lo que importaba. Eran tiempos en los cuales el transcurso de los días no acarreaba mayores novedades. Nada ni nadie jaqueaba el conocimiento ancestral. La monotonía era el fundamento de su solidez, el sustento de su suficiencia. Cuando un viejo se pronunciaba, la sabiduría se dejaba oír. Su prestigio no era gratuito. Estaba asentado en una verdad no desmentida por el transcurso del tiempo.

"Había que replantearse su sentido comunitario. ¿Un viejo qué es, qué vale? ¿Qué puede contarnos de nosotros ése que ya no cuenta con autoridad?"

Luego ocurrió el desajuste. El aura del hombre añoso naufragó con las creencias que le daban sostén. Lo imprevisible se impuso, exigió transformaciones. Las respuestas disponibles, tradicionales como eran, no supieron remontar el descrédito. Tras haber sido un hombre superior, el viejo pasó a ser un hombre superado. En él no se vio entonces más que la terca insistencia del pasado por no perder vigencia. ¿Escucharlo para qué? Y si, aun así, se empecinaba en hablar, cabía silenciarlo. Abundó lo novedoso y floreció lo juvenil. Uno y otro se impusieron. Fueron celebrados. El conocimiento, lo que implicaba, fue redefinido. Ahora quería decir estar al tanto de lo no sabido hasta allí. La disposición y la aptitud para innovar dejaron de ser profanas. Una y otra conquistaron un estatuto social inédito. La voluntad transformadora ya no fue sinónimo de transgresión. Menos aún de insensatez. Todo lo contrario: se convirtió en virtud. Dédalo, el inventor mitológico, demuestra en nuestro tiempo su vigencia, el consenso ganado por la facultad de imaginar y crear, el prestigio que rodea al talento capaz de introducir lo inesperado. Lo insospechado y no obstante, propicio y rendidor. De modo que, tras haber sido figura estelar, el viejo cayó en descrédito. Debió replegarse. Primeramente, hacia roles de reparto. Después, hacia el papel de mero espectador. El drama de la lucha por la vida ya nada esperaba de él. Su anonimato cundió. Y con el anonimato, su insignificancia. Había, pues, que replantearse su sentido comunitario. ¿Un viejo qué es, qué vale? ¿Qué puede contarnos de nosotros ése que ya no cuenta con autoridad?

-II-

Tampoco el anciano sabe qué hacer consigo. Rara vez logra sobreponerse al peso de la sentencia que lo condena. Lo abruma el íntimo dolor de ser quien es. Así, a su intrascendencia social se le suma la autodescalificación. Dos testimonios de ello: el primero es poco menos que remoto. Data del tiempo en que envejecer era inusual y tenía lugar a una edad que hoy estimamos temprana. Está fechado en París el 27 de enero de 1771. Es una carta de Madame Dudeffand enviada a su amigo Horace Walpole, escritor inglés.

“Es necesario que hagamos una confesión, mi espíritu se debilita, se fatiga, se cansa –escribe–; ya no tengo memoria; ya no soy capaz de participar en nada; apenas hay algo que me interese; vivo disgustada de todo; me parece que uno no ha nacido para envejecer, es una crueldad de la naturaleza condenarnos a la vejez; comienzo a hallar mi situación insoportable. Yo he tenido gatos, perros, que han muerto de vejez, y se ocultaban en los agujeros y tenían razón. En situaciones así nadie quiere mostrarse, dejarse ver cuando se es un objeto triste y desagradable”.

"El envejecimiento y la muerte, entre nosotros, no están meditados sino solo tramitados. Se los concibe, a lo sumo, como materia de administración"

El segundo testimonio, un poema, lo atribuyó Pessoa, a principios del siglo XX, a su heterónimo Ricardo Reis: Ya sobre la frente vana / se me encanece el cabello del joven que perdí. / Mis ojos brillan menos. / Ya no merece besos mi boca. / Si aún me amas, por amor, no ames: / Me traicionarás conmigo.

En un medio donde el tiempo solo importa como herramienta y objeto de dominio, es explicable que se margine a quien evidencia que el tiempo ha podido con él. Sus huellas –las del tiempo– son la lepra de la época. El envejecimiento y la muerte, entre nosotros, no están meditados sino solo tramitados. Se los concibe, a lo sumo, como materia de administración. Geriátricos, cementerios y mausoleos así lo prueban. Se me dirá que no es poco. Pero aquí se trata de otra cosa. Se trata de ver lo que tanta diligencia encubre. La finitud concebida como imposición indoblegable no llega a ser interrogada. El mandato social dominante exige soslayar su evidencia. ¿Cómo va a admitirse su estatuto de dilema decisivo en un mundo donde solo reina la voluntad de desterrarla? Concebidas como manifestación de ese poder irreductible a la voluntad de dominio, la vejez y la muerte están desatendidas aun allí donde más atención se les presta. No hay lugar para ellas como expresión de lo inelaborable. Nuestra ciencia y nuestra técnica no se sienten interpeladas por la evidencia de que ser sujeto también quiere decir saberse sujeto, es decir acotado por la ley, por un límite estructural y no apenas coyuntural. Es esta imposición trascendente lo desoído por nuestra cultura. Eso cuyo efecto sobre la subjetividad no se está dispuesto a considerar sino prácticamente.

Dado que nuestra cultura rehuye el trato con lo que no se deja inscribir por entero en un significado y pretende gerenciarlo todo, la vejez, para ella, no puede sino constituir una provocación intolerable. Es agraviante por lo que tiene de indómito. Sin embargo, a medida que la vejez multiplica en nosotros, los actuales, las huellas de su invulnerable fortaleza, nos vemos forzados a admitir lo que tanto empeño se ha puesto en subestimar: la impagable hipoteca contraída por el hombre con la fatalidad. Que el hombre no pueda sustraerse a la subordinación al tiempo, tal como lo atestigua la vejez, es algo que nos afecta donde más nos duele: en la presunción de nuestra supremacía y de nuestra autonomía con respecto a la naturaleza.

Envejecer es encaminarnos por la senda progresivamente hostil de un cuerpo que se marchita y de una conciencia que se sabe protagonizando su decadencia. Hay un momento en que el anciano se reconoce en lo que le sucede. Sabe, advierte, que esa cultura en retirada es él mismo. Que él es esa naturaleza en anárquica expansión, ese progresivo desorden que lo destituye como persona. Pero, paradójicamente, al reconocerse como un gradual desconocido, afirma, todavía, la fortaleza de su identidad. Es que aún somos profundamente humanos cuando advertimos que vamos dejando de serlo. El hecho de poder interrogar nuestra vida en retirada es una manera de afirmarla. Es todavía inscripción en la cultura.

"Hay un vitalismo propio de la vejez que se encuentra en las antípodas de la resignación y de lo burdo"

Sin embargo, envejecer y morir se convierten, a la luz de estrategias escapistas y subterfugios encubridores, en imperativos devaluados. El mandato social determinante es simular que no sucede lo que nos pasa. Si ya no se es joven se debe, no obstante, aparentar que se lo es. Todo, desde la indumentaria hasta la propia piel, tendrá que evidenciar que así se lo ha entendido. El paso del tiempo no debe dejar huellas. El hombre no debe ser un indicio del tiempo. La orden es creer y hacer creer que con uno el envejecimiento no ha podido. Si no somos indemnes al paso de los años debemos actuar como si lo fuéramos.

Ahora bien: ¿es ello imprescindible? No, a juicio de Vladimir Jankélévitch, para quien la vejez es también una oportunidad.

Leámoslo: “La vejez es un modo de ser como la juventud y la edad madura; y este modo de ser solo es deficiente para una sobreconciencia sinóptica, y a condición de comparar, de medir o de juzgar desde fuera; vivido desde dentro, el presente senil no está más vacío para el hombre anciano de lo que está el presente juvenil para el hombre joven: tiene solo otro cariz, otro ritmo, otro tiempo; una tonalidad diferente.

Hay, pues, un vitalismo propio de la vejez que se encuentra en las antípodas de la resignación y de lo burdo. Es otra conformación del goce de la vida. De ese goce que, según Jankélévitch, puede ser codiciado y obtenido en la ancianidad.

Envejecer puede también convertirse en un proceso de gradual y relativa adecuación fructífera al paso del tiempo. Constituye, en este sentido, un tránsito hacia una posibilidad y configuración inéditas del goce de vivir y no una mera desaparición de modalidades y recursos previos. Es en este nuevo marco perceptivo donde corresponde inscribir como conjunto el sentimiento de la propia vida cumplida. La vida entendida como “un conjunto”, según la designa Jankélévitch, solo se recorta como procedimiento creador cuando el hombre de edad reconoce afirmativamente su ancianidad. Y ya no con melancolía, como alguien en quien la juventud y la madurez, al extinguirse, lo han despojado de todo sentido y de toda tarea.

-III-

Se trata de aprender a volverse hacia el ayer desde otra percepción del presente propio. Se trata de pasar de la condición residual a la creadora, que también es posible en la vejez. La nostalgia y la disconformidad ante lo perdido no tienen porqué serlo todo. Es factible encarar de otra manera el ayer. Es posible encararlo con expectativa, interrogarlo, explorarlo. Solicitarle una verdad sobre el ser propio que, hasta ese momento no puede concebirse, imaginarse ni alcanzarse. Es la que solo llega a ofrecer una vida cuando se la interpreta como conjunto eventual, es decir como manifestación de una verdad que aún palpita en la temporalidad. Como otra cosa que pérdida, que extenuación, que resto. Esta revelación de la suma de los días es un privilegio de la vejez. Un privilegio hacia el cual rara vez se tiende. Y en esto consiste lo que todavía no nos ha ocurrido, eso que resulta de una nueva manera de relacionarnos con nuestro pasado, de un nuevo saber sobre él que da impulso y contenido inédito al presente. Se trata, quiero decir, de reelaborar nuestra experiencia del tiempo. Del tiempo tal como nuestro cuerpo la tramita, condicionado por la cultura que le infunde o lo priva de sentido.

"El tiempo que nos constituye es el mismo que nos destituye. Su comprensión usual jamás nos reconciliará con él"

Se trata, entonces, de restituirnos tiempo. Se trata de proceder de tal modo que el tiempo deje de ser aquello que únicamente acumulamos en nosotros (materia inerte) y pase a reconfigurarse como energía (materia dinámica) de que disponemos para proseguir en la vejez la construcción de nosotros como en lo que en ella somos ahora: ancianos. Estancado en nuestro cuerpo, el tiempo es veneno para el alma. No procesado, detenido, deja de ser lo que nos constituye para convertirse en lo que nos destituye. Nada más que en lo que nos destituye. Su paso ya no nos implica como sujetos sino como objetos. Al no convocarnos a hacer algo con él, sencillamente nos deshace. La pétrea inmovilidad del anciano retrata acabadamente la atroz hegemonía de un tiempo liberado de todo control subjetivo. Reconquistada la relación laboral con el tiempo, reaparece el presente: es el escenario en el que se juega nuestra relación con el futuro. Nuestra posible experiencia de la vejez como tarea y ya no, primeramente, como ceniza de la vida que se fue.

-IV-

El tiempo que nos constituye es el mismo que nos destituye. Su comprensión usual jamás nos reconciliará con él. Podremos hacerlo, en cambio, si dejamos de entenderlo como duración para empezar a reconocerlo como intensidad. Ni el tiempo ni el hombre duran. No son sino transfiguración. Antes, pues, que al plano fáctico, el hombre y el tiempo pertenecen al orden simbólico. Lo singular de nosotros, lo que hace de nuestra condición una instancia humana, es que no consistimos ante todo en ser sino en significar. Como signo que va en pos de su significado, el hombre está llamado a constituirse en el campo de la valoración.

El propósito del hombre, concebido como signo en busca de significación, es el de apersonarse. El de hacerse presente. El presente es la instancia de la significación. El escenario donde cada uno de nosotros algo quiere decir, algo puede significar. Ganar realidad es para el hombre que envejece, tal como Martín Buber lo advirtió, ser reconocido en su personal singularidad.

“El mundo del pasado –propone Norberto Bobbio–, es aquél donde reconstruyes tu identidad. No te detengas. Cada rostro, cada gesto, cada palabra, cada canto por lejano que sea, recobrados cuando parecían perdidos para siempre, te ayudarán a sobrevivir”


Fuente:https://www.lanacion.com.ar/ideas/la-vejez-drama-y-tarea-pero-tambien-una-oportunidad-nid02112024/


Sunday, June 16, 2024

DÍA DEL PADRE

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En este Domingo del Día del Padre rindamos homenaje a nuestro 

padre con un fuerte abrazo, un lindo recuerdo, palabras cariñosas, 

alguna disculpa, un pedido de enmienda de algo que,

de adultos-y tal vez como padres también-pudimos ver que debe 

corregirse.

Siempre hay tiempo o alguna forma,aún en la ausencia, de decir, 

prometer, recuperar, paliar ciertas cosas que debieron o deben 

hacerse mejor.No nos olvidemos, en tanto , que no llegamos a este 

mundo con un manual de instrucciones-más bien lo vamos 

escribiendo sobre la marcha,con nuestras acciones, palabras, 

gestos y actitudes, sin olvidarnos de ninguno de los roles de padre 

e hijo/a  que ninguno sabe a priori cómo va a resultarle.

Aún así trabajemos para hacer de ese papel el mejor de nuestra 

vida.Sabemos que hay modelos y referentes que podemos seguir 

para que nos sirvan de guía.Busquemos hacerlo posible. 









Fuente:Palabras de Clara Moras(2019)

Saturday, March 4, 2023

ChatGPT, una introducción realista, por Ariel Torres

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          ChatGPT, una introducción realista 

 ChatGPT parece haber alcanzado el Santo Grial de la inteligencia artificial generalista, pero en realidad el único problema que resuelve (y no es menor) es el de interpretar y generar texto basado en sus lecturas 

 4 de Marzo de 2023 

 Ariel Torres 

 Si oíste hablar por ahí de ChatGPT y todavía no te queda claro si es un nuevo jueguito de carreras, un bot de inteligencia artificial o el Fin del los Tiempos, tengo dos buenas noticias. Primera, hay tiempo. Lo de este nuevo chat –que es mitad entusiasmo y mitad un avance notable– va para largo. Segunda, lo que sigue es una introducción concisa, pero medulosa y sin mística, al bot de inteligencia artificial creado por OpenAI y puesto al alcance del público el 30 de noviembre último. Entusiasmo, para ponerle un poquito de sal etimológica al asunto, viene del griego y literalmente significa “poseído por los dioses”. Creo que, si vamos a hablar de asuntos técnicos, deberíamos dejar de lado la posesión divina. Pero vamos a los hechos. 

 El nombre 

 Las siglas GPT de este chat –que sostiene con idéntica convicción cosas ciertas y cosas disparatadas– vienen de Generative Pre-trained Transformer. Obvio, esto no te dice nada, y tampoco vamos a intentar desarmar el tema en unos pocos párrafos, porque tiene muchas vueltas muy técnicas, como ocurre con todo lo que etiquetamos de inteligencia artificial. Pero lo bueno de saber que GPT viene de Generative Pre-trained Transformer es que ya no te vas a confundir, como le pasó a más de uno estos días. Es GPT, no GTP, TGP ni PGT.

 De dónde salió

 Ya sé, la frase que origina estas siglas suena a delirio místico. Como dije, no lo vamos a desarmar ahora, pero los transformers no tienen (repito, no tienen) nada que ver con la película de Michael Bay. Son un tipo de modelo de aprendizaje profundo que lanzó Google en 2017, mediante su proyecto Brain, y se lo usa para visión artificial y para entender y generar lenguaje natural. Al revés que el modelo que los precedía, los transformadores procesan toda la entrada de datos de una vez, en lugar de hacerlo secuencialmente. Como adelanté, en el caso de ChatGPT, se trata de una tecnología que Open AI llama Transformadores Generativos Pre-entrenados (Generative Pre-trained Transformes) y que lanzaron en junio de 2018. Lo de pre-trained se refiere a que estos modelos, basados en redes neuronales, son primero expuestos a grandes masas de datos. Entrenados previamente, como indica su nombre. Por ejemplo, toda la Wikipedia (en inglés) fue usada para entrenar a este bot que pide a gritos un nombre más lindo. No se trata de ninguna trampa. Las personas también llegan a decir cosas interesantes luego de un larguísimo entrenamiento previo. Pero cuidado, ahí terminan las similitudes. Por supuesto, cuantas más personas conversaban (por así decir) con ChatGPT, más datos se suman a su dataset; esto, hay que aclararlo, deja de ser así desde ahora, porque OpenAI decidió no usar más datos de los usuarios para entrenar a su bot. 

 Solo para ver cuán profunda podría ser la explicación que da este bot sobre algún tema, le pregunté (después del cierre, en la madrugada del sábado) qué es exactamente un GPT. Se lo pregunté en inglés, porque chatGPT funciona mejor en inglés que en español u otros lenguajes, y luego le pedí que tradujera su respuesta a nuestro idioma. Este es el resultado: “Un Generative Pre-trained Transformer (GPT) es un tipo de arquitectura de red neuronal que ha sido pre-entrenada con grandes cantidades de datos de texto para generar respuestas de lenguaje natural de alta calidad. La arquitectura del transformer es un tipo de red neuronal que utiliza mecanismos de auto-atención para procesar secuencias de datos de entrada, lo que la hace particularmente adecuada para tareas de procesamiento de lenguaje natural. “El modelo GPT se pre-entrena utilizando un objetivo de modelado de lenguaje, donde el modelo se entrena para predecir la siguiente palabra en una secuencia dada de texto. Este paso de pre-entrenamiento permite que el modelo aprenda patrones y relaciones en los datos de lenguaje, lo que lo hace capaz de generar texto coherente y de alta calidad en función de una entrada o una consulta. “Una vez que el modelo GPT está pre-entrenado, se puede ajustar finamente en tareas específicas, como la clasificación de texto o la traducción de lenguaje, mediante su entrenamiento con una cantidad menor de datos específicos de la tarea. Este paso de ajuste fino permite que el modelo se adapte a los requisitos específicos de la tarea en cuestión y mejora aún más su rendimiento. 

 “En general, el modelo GPT es una herramienta poderosa para tareas de procesamiento de lenguaje natural, especialmente para la generación de texto y la comprensión del lenguaje. Su capacidad de pre-entrenamiento y ajuste fino lo convierten en una herramienta versátil y efectiva para una amplia gama de aplicaciones relacionadas con el lenguaje.” O sea, no sabemos casi nada más ahora que antes de hacerle la pregunta, aunque dentro de la verborragia propia de este bot podemos detectar que un mecanismo llamado de auto-atención podría ser importante. Claro, lo es. Pero el bot no abunda en detalles, incluso cuando esos detalles están suficientemente explicados por todas partes en la web. Si uno insiste y le pregunta al bot de Open AI qué es un mecanismo de auto-atención, responde de nuevo con un montón de texto y aclara un poco, pero en su abundancia pierde la capacidad de aislar el concepto central y traducirlo en una imagen más comprensible. Todo lo cual, no obstante, es comprensible y, además, podrá mejorarse.

 ¿No tiene asistencia humana? 

 Estos días de frenesí quedó la sensación de que ChatGPT es alguna clase de entidad autónoma, consciente y enteramente mecánica, si me permiten el viejazo. Bueno, sí y no. El modelo desarrollado por Open AI reduce la necesidad de asistencia humana para que un sistema de aprendizaje automático se represente (de nuevo, por así decir) el mundo; pero como ocurre con cualquier bot (sobre todo si se abre al público, como Boti, el de la Ciudad de Buenos Aires), hay personas trabajando detrás de escena. Personas humanas, quiero decir. Y hay temas con los que ChatGPT no se va a meter. Y, en general, no teniendo ni consciencia del mundo ni consciencia de sí (dicho esto por el mismo ChatGPT), el bot no va a hacer nada por voluntad propia. En futuras notas vamos mirar un poco más lo que estos tecnicismos significan (favor de entender, vosotros, los iniciados) y cuánto hay de inteligencia aquí o de simple mímesis. Lo que sí me interesa dejar claro en una introducción es que ChatGPT no es Skynet, como se dijo en muchas ocasiones estos días; ni mucho menos. 

 Es más, la empresa que creó ChatGPT fue fundada –entre otros– por Elon Musk con el fin de investigar en inteligencia artificial de tal modo que resultara beneficiosa para la humanidad. El inocultable tufillo a Liga de Superhéroes que impregna este discurso habla claro de su misión, aunque OpenAI ya no es lo que supo ser. En 2019 dejó de ser una organización sin fines de lucro y Microsoft es hoy uno de sus principales inversores. En total: vamos a ver estos modelos de interpretación y generación de lenguaje natural hasta en la sopa, prometido. Dato importante: los propios responsables de Open AI y de ChatGPT quedaron atónitos con la viralización de su bot, según le dijeron a la revista del Massachusetts Institute of Technology. 

 ¿Cómo lo solventan? 

 Por ahora el servicio es gratis, pero, aparte las inversiones de grandes compañías, el plan es monetizarlo. Podría costar algo así como 20 dólares por mes. Ahí se va a terminar el amor, supongo.

 ¿Es realmente una revolución? 

 Por supuesto, estuve hablando (digámoslo así) largo y tendido con ChatGPT y tengo varios experimentos muy interesantes para compartir con ustedes. Pero antes de eso me parece que es oportuno reflexionar sobre la súbita posesión divina que experimentó casi todo el mundo con el bot de OpenAI. Las palabras que más oímos fueron nuevo, revolucionario, reinvención y cambio de paradigma. Va a haber un poco de todo eso, se los puedo garantizar, pero lo que en realidad pasó fue que OpenAI tuvo la idea (genial) de poner su bot al alcance de cualquier persona con una computadora, conexión con internet y un poco de curiosidad. La tecnología detrás de ChatGPT existe desde hace bastante y los transformadores en particular están desarrollándose desde hace cinco años. Pero como ocurrió con la computadora personal entre 1977 y 1981, el público de pronto tuvo la oportunidad de usar la inteligencia artificial en casa, en el trabajo, en la escuela, de una forma intuitiva y para su propio provecho. Por supuesto, la onda expansiva fue descomunal. 

 ChatGPT es un avance, no cabe duda. Tanto como lo era la IBM/PC respecto de las máquinas para hobbistas que existían antes. Pero la computación ya hacía maravillas antes de la PC. Es más, a las PC se las conocía en la industria como “esos juguetes de 8 bits”. Pero hasta entonces el poder de cómputo estaba reservado a gobiernos y grandes organizaciones, y de pronto la tuvimos en casa. Fue todo una locura; estuve allí, no me lo contaron. La PC fue persona del año de la revista Time en 1982. Ahora, aunque no como persona del año, ChatGPT fue también tapa de la revista Time, aunque el planteo de base de la revista está, a mi juicio, equivocado. No importa, eso es algo que podemos debatir. Lo que parece evidente es que, Como pasó muchas veces, las tecnologías florecen cuando muchas personas tienen acceso a ellas. 

 Lo más disruptivo 

 El análisis de lo que puede y no puede hacer ChatGPT ahora y en el futuro es un debate muy interesante, muy técnico y multidisciplinario. Pero el fenómeno mediático ChatGPT no reside tanto en la tecnología como en la gente. Ahora que sabemos lo que estas tecnologías pueden hacer, es posible que los incalculables desafíos que la IA impone en algo tan sensible como el empleo lleguen por fin a la agenda de la clase dirigente. Ahora, digo, que un bot puede responder una pregunta incómoda con casi el mismo discurso pre digerido y desangelado que un político en campaña.

 Fuente:https://www.lanacion.com.ar/tecnologia/chatgpt-una-introduccion-realista-nid04032023/

La política discute fuera de la realidad, por Sergio Suppo

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                 La política discute fuera de la realidad 

 3 de Marzo de 2023 

 Sergio Suppo

 En una vieja redacción, un cronista presencia la selección de la foto de tapa que registra el apretón de manos entre un mandatario israelí y un líder árabe. Las imágenes desconciertan al periodista. En voz alta se pregunta cómo es posible que esos dos hombres que habían intentado matarse durante décadas, ahora se saludaran en medio de los aplausos de la comunidad internacional. “Acuerdan los diferentes. Nunca olvides que pactan los que han estado enfrentados”, lo despachó un experimentado editor. Pelearse y negociar es parte esencial de las relaciones políticas. Aquella anécdota de otros tiempos ilustra con precisión una insólita discusión argentina de estas horas: con quién y cómo podría hablar un hipotético presidente surgido de la oposición en las elecciones de este año. Es inquietante que esta cuestión elemental sea uno de los problemas cruciales que se utilizan como tema de diferenciación de los presidenciables de Juntos por el Cambio. El tema supera los límites de esa coalición, alcanza otros espacios políticos y expone con crudeza la precariedad con la que se diseña el futuro. 

 Algo parecido podría decirse de la mentira repetida como un dogma según la cual el kirchnerismo pretende hacer creer que su líder, Cristina Kirchner, está proscripta por haber sido condenada en primera instancia en uno de los varios procesos judiciales por corrupción que tiene abiertos en su contra. La insistencia no logra ocultar lo evidente: la vicepresidenta es libre de intentar postularse en las elecciones que vienen. Que decida hacerlo depende de su voluntad y del respaldo que consiga en el peronismo. La recurrencia a inventar problemas ahí donde no los hay oculta los dramas reales. Hay una vieja desconfianza en los pactos políticos basada en el temor de que en ellos se canjean cosas impropias. La impunidad, por ejemplo. De ahí a discutir si se puede o no negociar en política hay un abismo. El arranque de la campaña electoral muestra a sus protagonistas fuera de la realidad y, peor, sin interés en explicar a sus votantes de qué manera enfrentarán un prolongado trayecto salpicado de desgracias conocidas: una inflación muy alta, un empobrecimiento estructural sostenido y un déficit fiscal sin financiamiento genuino.

 Un país entre deprimido e irritado muestra signos de descomposición social, protestas violentas y un avance palpable del crimen organizado junto a una suba de los delitos contra la propiedad en todas sus regiones. El poder político discute en el borde de su propia destrucción. Por una parte, el oficialismo muestra un desmembramiento producto del inconformismo que genera el fracaso de su propia gestión. Mientras, Juntos por el Cambio se empecina en debates ajenos al foco de los problemas y pierde el tiempo en una competencia pendular entre el consenso y la intransigencia. Es una cuestión de formas sobre la que se determina la mayor proximidad o lejanía al peronismo, con la hipótesis improbable de que el kirchnerismo quedará aislado de la fuerza que domina como sector principal. Unos y otros ensayan un juego de ocultamiento a su electorado de cuáles son sus verdaderos proyectos. Hay que ir en busca de textos periodísticos que indagan sobre los planes de gobierno para enterarse de fragmentos de supuestos trabajos de los especialistas de cada aspirante. 

 Campea otra vez la idea de que los votantes deben ser entretenidos con frases circunstanciales, fotos de ocasión, videítos ocurrentes y la insinuación de alguna expectativa. ¿Creen los genios del marketing político que sus clientelas electorales ignoran la realidad que padecen? ¿Desconocen que sus votantes están esperando que alguna vez un gobierno les mejore la vida? La Argentina es desde hace años un país cansado de perder el tiempo. Después de Mauricio Macri, la restauración peronista viene consumiendo sus cuatro años con el solo recurso de dejar agravar los problemas de siempre. Al oficialismo le viene costando trabajo ordenar hasta su retirada y entretiene a su gente entre la falsa proscripción de Cristina y la inviable reelección de Alberto Fernández. Juntos por el Cambio estira sus enfrentamientos internos y entrega la sensación de que no aprendió la lección que dejó el gobierno de Macri. Pareciera que sus días en la oposición no le están sirviendo para prepararse para volver al poder apenas cuatro años después de haberse ido y haber dado paso, nuevamente, al kirchnerismo. 

 Fue poco tiempo para tener otra chance, pero un lapso más que suficiente para haber preparado un programa de gobierno viable y acorde con la gravedad de los tremendos problemas que deberá enfrentar. Es legítimo preguntarse: ¿está preparada para gobernar la oposición o improvisará sobre la marcha? Ya se sabe que el peronismo sufre el aplazo del presente; mal podría esperarse de esa fuerza una solución en el futuro que no esté intentando ahora.El peronismo no había regalado antes de ahora una oportunidad tan propicia como la que se presenta esta vez a los dos o tres presidenciables de Juntos por el Cambio. Sorprende que la discusión pase por la dimensión que pueden tener las conversaciones entre los actores de un sistema político.

 Horacio Rodríguez Larreta se presenta como un dialoguista y Patricia Bullrich y parte del macrismo replican que no es posible dialogar sino gobernar con firmeza y decisión. ¿En qué país serio ambas ecuaciones no son parte de sus herramientas básicas? Negociar y liderar equivalen a la importancia del agua en la navegación. Nada más obvio. Como alternativa a unos y a otros cabalga sobre el enojo social la candidatura de Javier Milei. Todos son malos y perversos menos él, según sus palabras. Atrae votantes potenciales más por sus formas que por sus ideas, empeñado en imponer la libertad con prepotencia. Un oxímoron político, justo lo que nos faltaba.

 Fuente:https://www.lanacion.com.ar/ideas/la-politica-discute-fuera-de-la-realidad-nid03032023/

Argentina 1985 v. Argentina 2023

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                    Argentina 1985 v. Argentina 2023

 Los fundamentos de los juicios sobre la violencia de los años 70 reabiertos desde 2004 fueron desviados del histórico fallo que condenó a las juntas

 4 de Marzo de 2023

 La sentencia que condenó a los comandantes de las tres fuerzas armadas –especialmente recordada ahora con motivo de la galardonada película Argentina 1985– ha sido un hito fundante del regreso de la democracia y muestra de valor en la defensa de los derechos humanos. Los hechos, sin duda aberrantes, de aquella época, han sido acondicionados a fin de dotar a la obra de un halo hollywoodense, tan emotivo como alejado de ciertas preguntas incómodas para la política dominante en el siglo XXI. No podría habérsele exigido a la película, desde la perspectiva propia del género cinematográfico, que se ajustase con exactitud a lo ocurrido en la realidad. O que no omitiera cuestiones importantes como expresión rigurosa de la historia, pero que la dirección del trabajo fílmico prefirió dejar de lado por consideraciones de otro tenor. Ya ha sido debidamente examinado por periodistas y políticos el destrato inferido a la actuación de un demócrata ejemplar, como fue Antonio Tróccoli, hombre de la íntima confianza de Ricardo Balbín y, más tarde, ministro del Interior del presidente Raúl Alfonsín.

 Detengámonos entonces en la visión general que surge de una distorsión palmaria de la historia entre el tratamiento por parte de los tribunales en 1985 de la tragedia que asoló al país, y de qué manera, entre la política y la Justicia, se amañó después ese andamiaje jurídico en cuestiones esenciales. Ni la Fiscalía, a cargo del doctor Julio Strassera, ni los jueces que integraron el tribunal estimaron que los crímenes cometidos por las juntas militares fueran delitos de “lesa humanidad” y, por tanto, imprescriptibles. Esa categoría de delitos fue incorporada en la legislación argentina en 2007, cuando se ratificó el Tratado de Roma. O sea, mucho después de la dictadura que perduró entre marzo de 1976 y diciembre de 1983. Nunca hicieron la Fiscalía o los jueces apelación alguna a la supuesta existencia de una “costumbre internacional” que permitiera aplicar, por primera vez en la historia argentina, una norma no escrita para sancionar personas de forma retroactiva en un juicio penal. Fue lo que sucedió en juicios posteriores. Una norma no escrita antes de los hechos juzgados sirvió para habilitar que los delitos fueran considerados imprescriptibles. 

Así lo sostuvo la nueva mayoría de la Corte Suprema de Justicia de la Nación en el fallo “Arancibia Clavel”, en 2004, durante la presidencia de Néstor Kirchner. Fue la primera de una serie de decisiones por las que se ignoraron los principios de irretroactividad de la ley penal y de aplicación de la ley penal más benigna. Por esa vía se violentaron los impedimentos constitucionales que obstaculizaban la reapertura de las causas por los hechos trágicos de los años 70. Los fallos que habilitaron tales reaperturas, criticados duramente por la Academia Nacional de Derecho y por reconocidos juristas, desconocieron el principio de legalidad, que impide al Estado penar conductas no contempladas como faltas o delitos por una ley escrita. Esa ley debió haber sido sancionada por el Congreso, y promulgada y publicada por el Poder Ejecutivo, con anterioridad a la comisión de los hechos. Para el personal subalterno juzgado quedó también suprimido en estos juicios reabiertos el instituto de la prescripción que contempla el Código Penal, incluso cuando en la sentencia de la causa 13/84 dicho instituto había operado a favor de los comandantes, absueltos por determinados hechos a raíz del tiempo transcurrido. No hubo una sola mención en aquellas actuaciones a alguna norma escrita o consuetudinaria que permitiera considerar imprescriptibles los crímenes que se estaban juzgando. 

 Pese al reconocimiento que el tribunal constituido en tiempos del presidente Alfonsín hizo del principio constitucional de la “cosa juzgada” –que impide volver a juzgar sucesos ya investigados y sentenciados–, este principio constitucional fue desconocido en los juicios reabiertos años después, privándose a los acusados de una garantía fundamental. En el fallo “Simón”, dictado en 2005, la Corte Suprema expresó que en estas causas los imputados no pueden “invocar ni la prohibición de retroactividad de la ley penal más grave ni la cosa juzgada”, garantías constitucionales a las que, de manera improcedente, se atrevió a calificar de “obstáculos” para el progreso de las causas. Las penas fijadas en esa segunda etapa, por así llamarla, constituyeron otra extraordinaria diferencia en relación con el juicio de 1985. El comandante de la Fuerza Aérea Orlando Agosti, con el 33 por ciento de la responsabilidad de la Junta Militar, había sido sentenciado ese año a cuatro años y seis meses de prisión. En los juicios reabiertos a partir de 2004, las penas fueron casi siempre las máximas previstas, muy por encima de aquellos cuatro años y medio. Se condenó así a cadena perpetua a las más bajas jerarquías de las fuerzas –cabos, sargentos, subtenientes– y los castigos alcanzaron también a civiles del personal de inteligencia, fiscales, jueces, funcionarios gubernamentales y sacerdotes. 

 Cuando se pretende acomodar los principios jurídicos que rigen la vida de la República a las necesidades de una decisión política, se terminan construyendo andamiajes que no resisten el análisis riguroso de lo sucedido. Sobre esos pilares se elaboró la falsa idea de una “supremacía moral”, sobre la que giró desde 2003 la política del kirchnerismo y desmenuzó en detalle, en la edición del sábado último del suplemento Ideas, uno de nuestros brillantes columnistas políticos. El contraste notorio entre aquella idealización y la conducta corrupta de los gobiernos que la utilizaron sin escrúpulos ha ido dejando a su paso escombros al cabo de veinte años. El mayor peso de ese derrumbe cae sobre quienes más se han aprovechado de aquel relato. La sentencia de la causa 13/84, dictada por la Cámara Federal en pleno, fue confirmada en su momento por la Corte Suprema, que ratificó y amplió sus fundamentos. En todos los nuevos juicios sobre las mismas cuestiones se elogiaron los considerandos de la memorable sentencia de 1985, pero aplicándoselos con parcialidad, a veces en contradicción grosera con la letra y el espíritu de aquellos. 

 No solo se desacreditó un fallo histórico, sino que, en su nombre, se impuso un sistema discriminatorio en el juzgamiento de cientos de individuos, privándolos de elementales derechos constitucionales. Además, desde hace años, y sin los controles correspondientes, se mantienen privilegios e indebidas reparaciones económicas solventadas por el fisco como parte de la manipulación ideologizada de la historia contemporánea. Superar las heridas del pasado exige revisar procedimientos contrarios a la ley a fin de que nos aboquemos a la resolución de los enormes problemas que jaquean a la Nación. Estos demandan el compromiso de las instituciones en la búsqueda de soluciones definitivas que irresponsablemente han postergado quienes gobiernan. Alimentar la división y el desorden social en función de consignas revolucionarias fue el objetivo del terrorismo de los años 70, al que en 1974 el presidente Perón ordenó “exterminar” y el gobierno de su mujer y sucesora consideró justo “aniquilar”. Por eso ha sido de tanto interés la carta de lectores del último domingo, en la que Enrique Munilla, exjefe de despacho de la Vocalía de Instrucción de la Cámara Federal en lo Penal de la Nación disuelta tan pronto asumió el presidente Cámpora, recordó que entre el 25 de mayo de 1973 y el 23 de marzo de 1976, en función de una política de exterminio o aniquilamiento dispuesta por dos gobiernos peronistas constitucionales, hubo en la Argentina 977 desaparecidos. 

 No pocos funcionarios de la actual coalición gobernante, tan renuentes a criticar la feroz dictadura de Nicaragua, parecen reivindicar los objetivos del terrorismo subversivo de los setenta, ahora remozados en el lejano sur por aventureros que avalan supuestos derechos de pueblos aborígenes. Es otra película que hemos visto. No se trata de defender individuos ni conductas que puedan ser encuadradas en tipologías penales, sino de resguardar principios y garantías esenciales de nuestro sistema jurídico, que no pueden regir para unos y serles negados a otros, bajo la pretensión de reemplazar así la justicia por la venganza. 

 Fuente:https://www.lanacion.com.ar/editoriales/argentina-1985-v-argentina-2023-nid04032023/

Irresponsables e inaceptables declaraciones

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     Irresponsables e inaceptables declaraciones 

 4 de Marzo de 2023

 Tras el ataque mafioso al supermercado propiedad de la familia de Antonela Roccuzzo, esposa de Lionel Messi, mediante una feroz balacera que incluyó un mensaje que indudablemente iba a tener repercusión mundial –”Messi, te estamos esperando. Javkin [Pablo, intendente de Rosario] es narco; no te va a cuidar”, se registraron tan irresponsables como inaceptables declaraciones tanto del presidente de la Nación como de su ministro de Seguridad, Aníbal Fernández. En un acto realizado en Salta, Alberto Fernández expresó: “Estamos haciendo mucho, pero evidentemente algo más habrá que hacer (…) El problema de la violencia y el crimen organizado es muy serio y hay que hacer algo por los rosarinos y los santafesinos”. No menos disparatadas fueron las declaraciones del ministro de Seguridad: “Los narcos han ganado. Hace 20 años que estamos en esta situación”, opinó Aníbal Fernández como si no tuviera ninguna responsabilidad sobre el asunto, para luego agregar que los hechos de violencia que se suceden casi a diario en esa ciudad santafesina ocurren, “fundamentalmente, entre bandas narco”. La principal sospecha del intendente Javkin recae sobre la policía y las fuerzas de seguridad federales, que tenían asignada esa zona para patrullar. 

 La situación que se vive en Rosario no es un hecho nuevo, agravado por la indiferencia e inacción de los mandatarios de todas las jurisdicciones que tendrían que haber actuado con mayor decisión y compromiso para combatir el crimen organizado a lo largo del tiempo. Si el Presidente recién considera que “algo hay que hacer”, ¿no habrá llegado el momento, entre muchas otras medidas, de analizar seriamente la intervención al Servicio Penitenciario? Son irrefutables las pruebas que señalan que, desde las cárceles, se está conduciendo la mayoría, por no decir todas, las operaciones narco. Sin violentar la legislación vigente, debería analizarse también la posibilidad de incorporar a las Fuerzas Armadas, ya sea para realizar estrictos y eficientes controles en los puntos fronterizos más vulnerables del país, transformados en verdaderos coladores para el ingreso de drogas y armas. Resulta cada vez más evidente que el narcotráfico ha encontrado una tierra fértil para crecer en aquellos sectores de la sociedad con profundas necesidades en educación, salud y acompañamiento social.

 Es allí hacia donde deberían apuntarse las acciones para atacar el problema de fondo. Al crimen organizado no se lo combate con frases para agradar a instancias superiores de la política. Tampoco con deseos. Se lo combate con hechos concretos, a partir de decisiones y acciones que busquen limitarlo a su mínima expresión. El brutal avance del narcotráfico ha encontrado en la connivencia con sectores de la política y de la Justicia su mayor posibilidad de expansión, al punto de llegar a encaramarse como un Estado dentro del Estado en muchas regiones de nuestro país, no solo en la castigada Santa Fe. El avance del narcocrimen es una amenaza contra la propia democracia, contra la estabilidad y la seguridad ciudadanas y contra el desarrollo, imponiendo por la fuerza sus códigos y decidiendo quién vive y quién muere en el país. 

 Fuente:https://www.lanacion.com.ar/editoriales/irresponsables-e-inaceptables-declaraciones-nid04032023/

Thursday, March 2, 2023

El espacio público, privatizado por la fuerza, por Luciano Román

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       El espacio público, privatizado por la fuerza 

 ¿Cuál es la relación del ciudadano con la norma? ¿Cómo funciona en la Argentina la cultura de los “hechos consumados”? 

 2 de Marzo de 2023 

 Luciano Román 

 En cualquier momento las peluquerías instalarán plataformas de madera o de hierro sobre las calles para atender al aire libre. Las panaderías tal vez monten sus hornos sobre las ramblas para liberar espacio en sus locales. Y no sería extraño que los talleres mecánicos caven fosas en las veredas para ampliar su capacidad operativa. Si cada vez son más los comercios que se apropian del espacio público, ¿por qué debería sorprendernos que cualquiera se adueñe, con mayor audacia, de las calles, las veredas y las plazas? Hace unas semanas, el profesor Juan Carlos de Pablo llamó la atención sobre este tema en una “ruidosa” columna en la que llamaba a “terminar con la privatización del espacio público”. Se refería, concretamente, a los permisos provisorios que durante la pandemia se les dieron a bares y restaurantes para atender en la calle, y que ahora se han impuesto por la fuerza con estructuras cada vez más grandes y más atornilladas que dificultan la circulación peatonal y vehicular en las ciudades. De Pablo se atrevió a poner el dedo en la llaga y su planteo potenció una conversación interesante sobre el uso del territorio urbano. Puede parecer una discusión municipal, casi doméstica, pero implica un debate bien complejo que propone interrogantes de fondo: ¿cuál es la relación del ciudadano con la norma? ¿Cómo funciona en la Argentina la cultura de los “hechos consumados”? ¿Cómo se para el gobernante frente al desafío de adoptar medidas que presume impopulares? ¿Cómo concebimos el uso de las ciudades y los límites en el espacio público? 


También refiere a la facilidad con la que “lo transitorio” se convierte en permanente, una tendencia que ha desnaturalizado políticas tan fundamentales como la impositiva o la de la ayuda social. El caso de los bares y restaurantes es un síntoma de algo más amplio: la creciente anarquía en el espacio público. Se les había concedido una excepción temporal y lo tomaron como un “terreno ganado”. Muchas de las estructuras que instalaron están diseñadas con buen gusto y una estética atractiva. La pregunta, sin embargo, no debería ser si nos gustan o no nos gustan, sino si están permitidas o no, si responden a un marco normativo equitativo y razonable, si no constituyen un privilegio en relación con otros rubros comerciales y si no consolidan la idea de que el espacio público es una zona liberada en la que cada uno hace lo que quiere. Juzgar el fenómeno con subjetividad estética puede conducir a una arbitrariedad peligrosa. ¿Por qué se mediría con una vara al mantero y con otra al cafecito gourmet? El Estado, acostumbrado a invadir y condicionar la actividad privada, tiene una función básica e irrenunciable: regular el uso del territorio común. Si hay algo que caracteriza a las sociedades democráticas y desarrolladas es el acuerdo normativo en relación con el espacio público. Es el escenario, por excelencia, en el que debe regir el principio según el cual el derecho de uno termina donde empieza el derecho del otro. En la Argentina, sin embargo, estas nociones elementales quedan desdibujadas en un contexto de anomia cada vez más extendida. 

 La crisis estructural del país suele funcionar como coartada, así como la voracidad del Estado, y también su arbitrariedad y su impotencia para hacer cumplir la ley. Se cae en un razonamiento tramposo de autojustificación: como el gobierno me mete la mano en el bolsillo, me siento autorizado a ver por dónde recupero algo, de la manera que sea; como convalida la cultura del piquete, yo también me apropio del espacio público; como da lo mismo cumplir la ley que evadirla, atropello y que “me vengan a frenar”. Si los manteros toman parques y avenidas, ¿por qué no puedo yo instalar un deck sobre la calle? Si los políticos arruinan las fachadas con pintadas y pegatinas de campaña y montan sus stands en cualquier lado, ¿por qué no voy a poner yo unas mesitas en la rambla? Si los trapitos se adueñaron de los alrededores de los estadios, ¿por qué yo voy a pedir permiso o habilitación? La anomia estimula el efecto contagio. Ya hay gimnasios o academias de zumba que se instalan en lugares fijos de los parques o las plazas con su despliegue de máquinas y parlantes. Hay parrillas y cervecerías que se montan en las ramblas o las plazoletas. Es una suerte de “clandestinidad light” que se ha impuesto ante la negligente tolerancia del Estado y la pasmosa inacción de los intendentes. Por supuesto que el espacio público debe ser un territorio vivo y a la vez flexible. Todas las ciudades del mundo hacen lugar en sus calles y paseos a las mesas de los bares y cafés, a las ferias de artesanías, a los puestos de libros o a los mercados de frutas y verduras frescas. ¿Hay algo más grato que recorrer esos espacios y sentarse a comer o a tomar algo en la calle una noche templada? Pero buena parte del sistema jurídico y normativo está precisamente destinada a regular ese uso razonable y equilibrado del espacio público. Están los códigos de convivencia urbana, pero también los institutos de la concesión y del canon regulados por el derecho administrativo. 

Uno de los ejemplos más gráficos tal vez sea el de las playas. Los balnearios no se instalan “de prepo” y ocupan la superficie que quieren. Deben cumplir estrictas reglamentaciones, tienen límites precisos y pagan un canon bien alto. Es inconcebible el uso comercial del espacio público sin contraprestación ni condiciones. Ciudades como Madrid, Nueva York o París son más bellas por sus terrazas y cafés al aire libre. Pero no son espacios ganados por la fuerza. Tienen regulados hasta los modelos de las sillas, los tamaños de las mesas y las medidas de los toldos. Pagan un canon que en muchos casos es altísimo. Hasta los puestitos de libros sobre el Sena responden a una estricta legislación que da un marco normativo a lo pintoresco y lo bohemio. Lo mismo rige para los carritos de café y de hot dogs que abundan en las calles de Manhattan. ¿No hay infracciones ni conflictos? Por supuesto que sí. Pero también hay una cultura de la convivencia y de la norma que se aprecia a simple vista. Los bares y restaurantes representan un patrimonio cultural de la Argentina. Las ciudades serían más pobres sin sus cafés, no solo económicamente, sino también en términos de vitalidad e identidad. Sus propietarios, en general, pertenecen a una franja especialmente castigada en nuestro país, como es la del emprendedor, el pequeño o mediano comerciante que le pone el cuerpo a su negocio, que pelea contra un sistema que desalienta el trabajo y la inversión y que se ve todo el tiempo acosado por la inseguridad, la Afip y el excesivo afán reglamentarista de administraciones invasivas. Es un sector productivo que, por supuesto, merece comprensión y reclama, con razón, que el Estado lo estimule y no que le mande un inspector todos los días a pedirle un formulario o un permiso nuevo. 

Pensar en cobrarle tasas o cánones adicionales tampoco parece razonable en un país que se ha especializado en esquilmar a las pymes. Pero nada de eso debería contraponerse con el respeto al espacio público y con un sentido de las normas. Cuando se quiebra ese pacto tácito, se deteriora la convivencia y se reemplaza la ley por la prepotencia: “que me vengan a sacar”. Frente a la cultura de los hechos consumados, el Estado muestra su debilidad. No se trata –como bien señaló De Pablo– de salir con la topadora a demoler estructuras no autorizadas, pero sí de ejercer la autoridad y de asumir el deber inherente a todo funcionario: hacer cumplir la ley, aunque a veces pueda parecer antipático o genere resistencias. El populismo –un virus que ha contaminado la vida pública en general– suele confundir la norma con la conveniencia y leer la ley en función de oportunismos e intereses. Pero ese desapego normativo conduce inexorablemente al autoritarismo y la anarquía. La demagogia y la mano fofa del Estado suelen ser atajos muy riesgosos. Hay otra doble vara que alimenta, además, la impotencia ciudadana y la desigualdad ante la ley. A un automovilista le lleva el auto la grúa por invadir diez centímetros la senda peatonal mientras en la misma cuadra una cervecería amura un deck de 20 metros sobre la calle sin que nadie diga nada. El Estado se anima contra el individuo y se repliega ante al colectivo. Si uno se sienta a protestar en medio de la 9 de Julio con una pancarta “contra la anomia” en la ciudad, lo llevarán preso en quince segundos. 

Si se sientan más de diez, nadie hará nada. Tal vez deban discutirse nuevos códigos y reglamentos para la expansión de rubros comerciales sobre el espacio público, pero debería existir precisamente eso, un debate, no una imposición a partir de hechos consumados. De un análisis urbanístico y jurídico debería surgir un marco que contemple restricciones y contraprestaciones. ¿Sería descabellado, por ejemplo, que por el uso de metros de calle se exija que un comercio ofrezca cocheras con estacionamiento gratuito? En muchas ciudades se deben plantar dos árboles por cada uno que se saca para construir. El derecho público está hecho de compensaciones que resguardan equilibrios y equidades. Es mucho más que un debate municipal. Es un debate sobre la vida en sociedad, sobre la convivencia y la noción de la norma. En nuestro vínculo con el espacio público se define, en definitiva, la forma en la que queremos vivir. 

 Fuente:https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-espacio-publico-privatizado-por-la-fuerza-nid02032023/

La vejez. Drama y tarea, pero también una oportunidad, por Santiago Kovadloff

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